¿Se escribirá la nueva novela latinoamericana en inglés?
¿Se escribirá la nueva novela latinoamericana en inglés? Me hago la pregunta ante la aparición en Estados Unidos de una novedosa lista de jóvenes narradores cuya lengua literaria viene a ser el inglés, a pesar de sus inmediatas raíces latinoamericanas, dos estrellas fulgurantes entre ellos: el hijo de emigrantes dominicanos, Junot Díaz (1968), y el hijo de emigrantes peruanos Daniel Alarcón (1977), ambos llegados muy niños con sus padres a las equívocas tierras del sueño americano.
No es nuevo para una literatura como la anglosajona que su cartelera sea alimentada constantemente por nombres de inmigrantes, o hijos de inmigrantes que abandonan la lengua ancestral para escribir en la nueva, en la que les toca crecer, aunque conserven su calidad bilingüe, el idioma materno en la casa, y el inglés en la escuela y en la calle.
Podemos empezar con los ejemplos de Joseph Conrad, que ni siquiera hablaba bien el inglés, y cuando en las conversaciones con su editor, con el que no se llevaba bien para nada, montaba en cólera, se enredaba en su bronco acento polaco hasta farfullar incoherencias. Pero es uno de los grandes maestros estilistas de la lengua inglesa, igual que lo es Vladimir Nabokov, cuya lengua materna era el ruso, y aprendió el inglés de labios de su haya británica. Sin El corazón de las tinieblas, de Conrad, y sin Lolita, de Nabokov, la literatura anglosajona sería manca, o renca.
Hoy, la literatura de la lengua inglesa de los comienzos de este siglo, es una literatura de inmigrantes, en la que hay dos mundos presentes disputándose al autor. El viejo mundo de sus padres, y no pocas veces el de ellos mismos, el de allá lejos, con todo el poder de su color local, extravagante y sangriento, y el nuevo mundo de su adopción, que golpea en la experiencia narrativa con su novedad, y su extrañeza. Narran el choque de dos mundos, que a veces resulta en una catástrofe, y a veces en una epifanía.
Junot Díaz ganó este año el premio Pulizter, el más prestigiado de los Estados Unidos, con su primera novela La maravillosa vida breve de Oscar Wao, después de haber cosechado fama con su libro de cuentos Drown (El ahogado). Mientras tanto, Daniel Alarcón, nominado entre los 21 mejores novelistas jóvenes de Estados Unidos por la revista Granta, estremeció a la crítica con su novela Radio Ciudad Perdida, publicada en 2007.
Separados por una década en cuanto a sus fechas de nacimiento, algo que en la vorágine de la literatura latinoamericana puede convertirse en una brecha insondable, además de su doble hilo común, el inglés como lengua de expresión literaria, y su condición de emigrantes, o hijos de emigrantes, se identifican todavía más por otro factor que llevan en sus propios genes literarios: los fantasmas de la realidad latinoamericana que nos persiguen a todos, escribamos en español, o en inglés. Y cuando digo realidad estoy hablando de la que tiene que ver con la vida pública, los horrores y alucinaciones de la realidad social y política, la que proviene de la historia reciente, o de la historia lejana. Los pasmosos excesos dictaduras, el crimen, la tortura, los desaparecidos. República Dominicana y la dictadura de Trujillo; Perú y Sendero Luminoso. Los viejos fantasmas salidos de los sótanos de los palacios presidenciales, no dejan de hacer sonar sus cadenas al arrastrarlas.
Y esos fantasmas traspasan las fronteras de Estados Unidos como tantos otros clandestinos, escondidos en los genes, o en el equipaje de los emigrantes que un día serán escritores de primera línea. Fantasmas mojados, que no se dejan quitar de en medio.
En La maravillosa vida breve de Oscar Wao, el Generalísimo Trujillo y toda su cohorte de personajes siniestros, su hijo Ramfis, heredero fugaz del trono, su yerno Porfirio Ruborosa, el precursor de los playboyes, el refinado torturador Johnny Abbes García, que utilizaba a un enano en las mazmorras para triturar entre sus dientes los testículos de los prisioneros, el recatado doctor Balaguer que siempre estará lavándose la sangre de las manos, acompañan a la novela. Y la atmósfera luciferina del trujillato estará siempre en los peores sueños de los personajes convertidos en emigrantes, y siempre estarán volviendo a esa atmósfera, poniendo de nuevo cada vez un pie en la isla de la que se fueron, el infierno disfrazado de paraíso, aunque les cueste la vida.
Mientras tanto, la narración discurre en un inglés salpicado a cada paso de español del Caribe, que es el mismo español que han traído consigo los inmigrantes de Nueva Jersey, adonde el novelista recaló de niño con sus padres. Si es dueño de dos mundos, también es dueño de dos lenguas, o más bien de una lengua hendida, viva y despierta.
Daniel Alarcón, en cambio, recaló a los 3 años con sus padres en Alabama. En Radio Ciudad Perdida, un niño campesino, desamparado, que viene a la capital desde lo hondo de la sierra, se presenta delante de la conductora de un programa de radio con la lista de desaparecidos de su pueblo arrasado por la violencia ciega. Matan sin piedad los alzados en armas de Sendero Luminoso, y también mata sin piedad el ejército que reprime. La piedad y la justicia han dejado de existir para los más pobres, aplastados por el poder clandestino, y por el poder oficial.
No hay una línea en Radio Ciudad Perdida que diga que se trata del Perú, pero es el Perú, o cualquier otro país de Latinoamérica poseído por sus fantasmas, o por sus maldiciones. El destino maldito, el mismo fukú dominicano de la novela de Junot Díaz, herencia de los esclavos africanos, del que no puede librarse los personajes de su novela, ni los de la novela de Daniel Alarcón. Y tampoco pueden librarse de la violencia, personaje que ejerce su propia soberanía y que no los abandona ni en los sueños, estén donde estén, en la tierra que dejaron, o en la tierra a la que llegaron. Ni podemos librarnos nosotros, autores o lectores.