¿Se desprecia el conocimiento hoy en Venezuela?
Profesores universitarios como Juan Pedro Posani, Director del Museo de Arquitectura, como José Miguel Menéndez, Jefe del Taller Caracas de la Alcaldía Mayor; y Farruco Sesto, hoy Ministro, postulaban hace casi cuarenta años, en tiempos de la llamada Renovación Universitaria, la imprescindible necesidad de despertar en los estudiantes el espíritu crítico. Para ellos era un requisito de cualquier acercamiento a la lucidez personal y colectiva.
Hace poco Posani escribió un artículo para una página web oficialista, en el que comentaba un libro que se ha puesto de moda llamado “El Fin del Petróleo¨ escrito por Paúl Roberts, y tema parcial de un Aló Presidente. Posani, luego de describir lo que Roberts plantea sobre las terribles consecuencias que ese fin tendría para las ciudades norteamericanas, concluye con que se hace imprescindible el socialismo y que el “inventor” del socialismo del siglo XXI, que es el Führer, tiene que ser aclamado por todos como un indiscutible Líder. A esa conclusión llega sin siquiera aludir, no sólo al hecho de que el socialismo real nunca impulsó el desarrollo de fuentes alternativas de energía, sino que este régimen ha incurrido en las más flagrantes omisiones en cuanto a la dependencia del petróleo, acentuando la sujeción de la economía a un rentismo petrolero que además es su sostén político; o practicando una política urbana que promueve la expansión de nuestras ciudades: todo lo contrario de lo que el libro señala como opción positiva. Tampoco hace mención Posani a que es en el mundo capitalista donde se están dando todas las más intensas investigaciones en cuanto a las nuevas alternativas energéticas, siendo precisamente China, que se abrió al mercado desde el socialismo, uno de los grandes países con más escasos logros respecto a la sustitución energética.
El Ministro de la Cultura, Farruco Sesto, dice públicamente que el verdadero Ministro de La Cultura es el Führer y que él es un simple lugarteniente, aceptando entonces que las agresiones y las violencias del Gran Conductor, las amenazas a la educación (no le agrego la palabra privada porque para mí toda verdadera educación es privada, es patrimonio espiritual del profesor o del maestro en su relación con el discípulo) y el uso del lenguaje chabacano, la promoción de la exclusión, son en realidad expresiones concretas de una política cultural que él comparte. Ante tanta obsecuencia, es bueno hacer notar que en una democracia hay Ministros, en una dictadura lugartenientes. La idea de promoción de la Cultura que tenía Sesto cuando compartíamos inquietudes hace unos años parecía surgir de sus propias convicciones, no de lo que dijera un poderoso. Pero es evidente que Sesto ha cambiado. Ya no le interesa ni ser independiente intelectualmente, ni ser crítico. Ahora quemó sus naves para abrazar al Caudillo, de modo análogo a los que en España lo hicieron y él despreció. Hay diferencias entre ambos Caudillos, uno se apoyó en la violencia bélica y otro asaltó al Poder usando la democracia. Pero no hay tantas en el discurso. Si se cambian algunos términos y en lugar del “marxismo judío” se pone “el Imperio”, el Caudillo de allá habría dicho cosas muy parecidas a lo que hoy dice el de aquí.
Héctor Navarro, ex ucevista, también Ministro, hablaba sobre educación hace unos días en televisión. Era un discurso simplista, casi ridículo, totalmente ajeno a cualquier cosa sostenible en un ambiente universitario.
Y ya en otro nivel, la Directora de la Escuela de Arquitectura de la UCV se molesta porque yo llame fascistas a los miembros de un grupo de estudiantes “socialistas del siglo XXI” de esa Escuela, que actúan como emisarios del gobierno y defienden una llamada “arquitectura social¨ (que según ellos es una “arquitectura del sujeto y no del objeto”). ¿Es que no se ha enterado de los llamados públicos del Líder a crear grupos oficialistas en las Universidades para ¨cambiarlas”? ¿No ha captado la clara analogía entre éstos y los que creó la juventud nazi en las universidades alemanas luego del acceso al Poder?
Ante semejantes expresiones de parte de personas que los que fueron y los que son universitarios, uno tiene toda la razón para preguntarse si es que lo que se está agotando en Venezuela no es el petróleo sino el deseo de conocer, la búsqueda del conocimiento, como secuela del abandono total del espíritu crítico a favor de una sujeción política.
Por eso, cuando he llamado la atención por este medio sobre el tema de La Carlota me asalta la desazón. Pocos parecen percibir, por ejemplo, que discutir sobre La Carlota en democracia o en dictadura arroja consecuencias irreconciliables. Cuando Fruto Vivas, sentado ante José Vicente Rangel acepta, como un mandato, la presencia de la pista de aterrizaje, y adapta todo su planteamiento a semejante limitación, está dejando de lado lo que sería el fondo de la cuestión si estuviera discurriendo en un ambiente democrático. Porque parece obvio que cualquier consideración seria sobre ese espacio urbano tiene que partir de la definitiva eliminación del aeropuerto. Pero Fruto Vivas habla de la Carlota desde la sujeción política y no desde la reflexión sobre la ciudad.
Y cuando el Instituto de Urbanismo de la UCV promueve una exposición sobre “Imágenes para la Carlota¨ soslayando la necesidad de enfocar los problemas de fondo ligados al contexto político, está olvidando lo que la ciencia urbana actual viene postulando desde hace ya décadas: la ciudad se hace desde la política y esa política debe ser democrática, debe incorporar de manera vigorosa la acción privada. Eso es hoy conocimiento de la ciudad.
La triste conclusión de todo esto es que en la Venezuela actual las ideas no cuentan. Uno ha pasado toda su vida cultivando el mundo de las ideas y se encuentra con que ya eso no interesa.
Si estamos en un medio universitario el asunto es más grave de lo que parece. Si se defiende irrestrictamente a un Caudillo como orientador de toda discusión se está al mismo tiempo despreciando toda posibilidad de hacer un examen racional de las cosas, tal como lo exige el mundo universitario.
¿Qué sentido tiene entonces discutir o debatir? ¿A dónde conduce eso que algunos llaman “el diálogo” con los que soportan este régimen? Los que promueven el debate en el contexto político actual olvidan que en nombre de la preservación del espíritu crítico, en nombre del deseo de conocimiento, lo primero que uno está en la obligación de exigirle a quien tenga la intención de discutir en un medio universitario, es que se muestre dispuesto a hacer prevalecer el razonamiento sobre la imposición. Si esto no lo cumplen no merecen seguir disfrutando de un rango universitario. No son verdaderos interlocutores, son simples segundones de un Poder autoritario, cumplen un papel peor del que cumplían los funcionarios de la Cuarta a los cuales criticaban acerbamente. Que al menos eran fieles a una línea política, no a un dictador.
Por eso pienso que lo que ocurre en el contexto político actual venezolano actúa como una profunda herida a nuestras esperanzas para la sociedad venezolana. Para ella lo que hemos deseado siempre es el aumento de la lucidez, de la capacidad de discernir entre lo auténtico y lo falaz, el acercamiento a los mejores recursos que nuestras raíces nos han legado.
A veces el ánimo se me vuelve peligrosamente depresivo, porque estoy convencido de que ese rechazo al conocimiento hará un daño gravísimo a nuestro país, daño que me parece irremediable.
También pienso que he sido derrotado. Colegas que he respetado se debaten en una curiosa confusión respecto a lo que se exige de ellos. Y unos cuantos de mis ex-estudiantes, a pesar de oír, a veces con afectada admiración, lo que les pretendí trasmitir, se mantienen indiferentes o en algunos casos (los de mayores carencias, es verdad) se han arrimado al Poder para imaginarse arquitectos. También están los que, evitando luchar aquí, se han evadido y desde algún país extranjero rumian una nostalgia mezclada con desencanto.
Persevero sin embargo. Digo lo que creo que debo decir. Hasta que pueda.
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Julius Streicher, Director del semanario antisemita Der Stürmer. Algo así como “La Hojilla” nazi. Al morir ejecutado gritó “Heil Hitler”. No era profesor universitario sino maestro. Sus únicas ideas fueron: nacionalismo, socialismo, antisemitismo y fidelidad al Líder.