Salvar la universidad, salvar la democracia
La universidad de siempre, desde que se creó, es el espacio único de la consciencia donde es posible, con la más amplia libertad y amplia participación, la creación, el arte, la reflexión, la disidencia, el consenso, y para que ello sea, es y tiene que ser el lugar de la lucha, del enfrentamiento, donde los conflictos viven sin tregua, ni descanso para buscar la verdad, descubrir, crear, proponer, hacer. Y para que esto sea posible alcanzó una conquista joven, la libertad de cátedra, un componente orgánico, sustancia, esencia, de la autonomía que la hizo posible.
La autonomía es, como se infiere, el “alma” de la universidad, la libertad de cátedra su escenario, su hacerse concreción. La universidad es, en cierto grado, una inmensa tragedia en ejecución permanente, pero cuyo destino no es la muerte, sino ganar la batalla a la muerte retardando, difiriendo cada vez más su tiempo de llegada y ganando la inmortalidad de la ciencia, del arte y de la ética. El destino, pues, de la universidad, es la verdad, lograrla, alcanzarla, descubrirla, preservarla libre y las diversas formas de realizar ese proceso, la investigación está en primer lugar, fuente de la docencia y en conjunto, ser pertinente a la sociedad, a su época, porque ha de existir buscando las respuestas que hagan superar las severas limitaciones de la realidad, pero, lo trascendente de la universidad está en tener al hombre como sujeto y como objeto social, natural, político, actor, parte de la investigación misma, pero mas, sujeto de la acción que lleva a confrontar más y más y más la realidad y la búsqueda de la libertad, como esencia y razón de lo humano, del ser y ser humano.
Un ser sin libertad no es un ser hombre, es un ser cosa y, en consecuencia de existir de ese modo, existir sin libertad, no es vivir. La universidad es, esencialmente, la vida en conflicto por derrotar la muerte, la vida en conflicto por alcanzar la atemporalidad. Y esta se alcanza por el valor de sus aportes, y en forma empírica, por las conquistas del conocimiento, del arte, de la técnica, que permitan al hombre vivir pero vivir mejor y vivir más. Vivir y saber que se existe en el mundo, éste en el universo y en unidad existir y sobreexistir, ser en el aquí y en el ahora consciente de ese hecho para poder crecer, crear, inventar, trascender.
No tengo una visión “romántica” de la universidad. La universidad vive una inmensa crisis, la congénita que, como en diálogos con el Arz. Dr. Ovidio Pérez Morales, recordábamos a Santo Tomas, insigne maestro, quién fue el primero en descubrir que la crisis congénita de la universidad, es el conflicto entre lo viejo codificado, devenido unas veces en fósil o en dogma y el devenir, el descubrimiento de lo nuevo, que fatalmente se codifica y se hace “viejo” pero se continúa sin parar el juego. Esa dinámica perenne es la responsable de su permanencia y es la responsable de su trascendencia. El segundo conflicto, siempre crítico, es el inevitable enfrentamiento entre el Estado, digo con exactitud, el poder y la universidad. Sus intereses son diametralmente opuestos. El interés de la universidad radica en conquistar la libertad, y con ella descubrir la verdad, y viceversa para garantizarla, mientras que la necesidad de todo gobierno, como expresión del Estado, se expresa en la negación de la libertad. Su sustancia es la violencia, el control. El gobierno más democrático y la dictadura más cruel en ello se distinguen sólo en matices. También en intereses. Un estado democrático, con sus heridas, defectos, excrecencias, tiene que jugar
con el ejercicio ciudadano, asumir, más que reconocer sus derechos, y más y más, garantizarlos; en un gobierno dictatorial, fascista, nazi, estaliniano, o “democrático autoritario militar” solo uno tiene derechos, el rey, el sátrapa, el dictador, el sargento. De allí que razón tiene quien afirma que la cualidad humana, humanista quizá sea mejor expresado, de un gobierno es su relación con la universidad, en donde cada uno “respete” su particularidad, cada uno haga valer su especificidad. Algo así me suena del Prof. Antonio Castejón.
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