Opinión Nacional

Sacco y vanzetti y el crimen del fiscal danilo andersón

“… EN UN PAÍS SIN JUSTICIA COMO VENEZUELA, donde pocos jueces merecen serlo, es una vergüenza que el periodista William Ojeda, siga preso. El Estado, que encarna la noción de justicia, le ha dado la espalda. Ese mismo Estado indultador de narcos, auspiciador de delitos, malversador y corrupto. Lo que confirma que nuestra sociedad funciona patas arriba… También se le abrió proceso al periodista Jesús Eduardo Brando por informar sobre un presunto conato de golpe militar en Maracay meses atrás. El oficial aludido lo demandó por difamación, como si no fuera suficiente que no se dio el hecho y que quedó claro que el referido oficial no estaba en andanzas conspirativas. Parece que lo que interesa es amedrentar a los comunicadores y cerrarle el paso a la información, que cuando es incierta se cae por su propio peso, sin necesidad de recurrir a una justicia cuestionada. Brando tiene mi solidaridad…”.

José Vicente Rangel

El domingo 04/05/1997,
en la columna dominical
que publicaba en el diario El Universal

La pantomima judicial montada por el Fiscal General Isaías Rodríguez en contra de Patricia Poleo, Salvador Romaní, Nelson Mezerhane y el general (r) Eugenio Añez Núñez, en el caso del asesinato del Fiscal Danilo Andersón, ocurrido hace un año, nos obligó a releer el libro de Howard Fast, “La pasión de Sacco y Vanzetti”.

La diferencia entre aquel acontecimiento ocurrido por allá, en los años veinte del siglo pasado, y este, es que aquellos dos inocentes fueron condenados por revolucionarios y estos, los del caso Andersón, lo serán por se opositores al régimen “revolucionario”. En cuanto a la injusticia no hay diferencia, es la misma. La historia registra que, hace 78 años, en Boston, Estados Unidos, fueron ejecutados un zapatero y un vendedor ambulante de pescado, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Ambos inmigrantes italianos, comunistas. Fueron acusados de dos asesinatos que no cometieron, durante un robo en 1920 en el que no participaron. Ese crimen que fue utilizado contra los dos inmigrantes y se les responsabilizó sólo porque eran «radicales» y extranjeros en un país que vivía en medio de una ola de represión contra el comunismo y los comunistas. Vanzetti que adoraba la música, leía a Dante y a otros grandes de la literatura y, esa pasión, lo llevó a buscar las causas de por qué millones de personas trabajaban toda la vida para morir en la miseria, mientras unos pocos vivían en la opulencia. Trabajó en canteras de piedra en Connecticut, como peón en Youngstown, Ohio, en las fábricas de acero de Pittsburgh y encabezó una huelga en Massachussets. Vanzetti, puesto en las listas negras por su participación en una huelga en 1916, se dedicó a vender pescado, y se hizo amigo de su paisano Nicola Sacco. Los dos hombres participaron en huelgas, y apoyaron luchas obreras y en defensa de los trabajadores inmigrantes. Pero ya en 1920 ambos estaban en las listas secretas del Departamento de Justicia, y el 5 de mayo de ese año fueron detenidos y acusados como criminales. El juicio demostró que no tenían nada que ver con el crimen y que la real causa de la acusación eran sus actividades políticas. El 14 de julio de 1921 fueron declarados culpables y condenados a morir en la silla eléctrica. «¡Sonno inocente»! gritó Sacco en el tribunal. «¡Matan a hombres inocentes!», dijo Vanzetti. El día de la ejecución, cientos de miles de personas participaron en manifestaciones. En la ciudad de Nueva York la policía chocó contra unos 50 mil manifestantes, y miles más se concentraron en Boston para expresar su ira. La noche antes, Sacco había escrito una última carta a su hijo Dante: «Así, hijo, en lugar de llorar, sé fuerte… y recuerda siempre, el juego de la felicidad no lo uses sólo para ti. Ayuda a los débiles que claman por ser ayudados, ayuda a los perseguidos y a las víctimas, porque ellos son tus mejores amigos; son los camaradas que luchan y caen como tu padre y Bartolomeo, que lucharon y cayeron por conquistar el goce de la libertad para todos». A media noche del 22 de agosto, para amanecer el 23, de 1927 Sacco y Vanzetti fueron ejecutados por el estado de Massachussets. Han pasado 78 años y la injusticia contra Sacco y Vanzetti han navegado la historia.

Según lo escrito por Howard Fast, novelista, ensayista y dramaturgo norteamericano nacido en Nueva York, “… durante el procedimiento policiaco y judicial de encauzamiento, las autoridades cometieron varias arbitrariedades y violaciones de los derechos de los detenidos. Las principales fueron: no se les informó sobre las causas de su detención; las armas y proyectiles no fueron manejados de acuerdo con los requerimientos que rigen para las evidencias balísticas. Y peor todavía: con el tiempo se supo que, al parecer, uno de los proyectiles claves fue cambiado por la policía o la fiscalía, de forma intencional… Para su identificación, los acusados fueron presentados ante los testigos de forma aislada, no mezclados con otras personas, como es lo usual en este procedimiento. Y también se ha dicho una y mil veces que los testigos fueron sugestionados para que identificaran como únicos culpables a Sacco y Vanzetti… Desde su primera palabra, el fiscal planteó que se trataba de un caso de asesinato en primer grado. Según él, Sacco había cometido al menos uno de los crímenes. Admitió que carecía de testigos que hubieran visto a Vanzetti disparar, pero aseguró que las evidencias lo vinculaban con quienes habían cometido los delitos, y que, por lo tanto, era «tan culpable como los otros»… Tampoco los testimonios de los expertos y los testigos citados por la fiscalía han resultado convincentes al paso del tiempo. Es más, los jurados nunca recibieron información sobre el resto de los delincuentes, (hubo 5 asaltantes, no sólo 2), y las autoridades fueron incapaces de determinar qué pasó con el dinero robado… Durante los 7 años que transcurrieron entre el arresto y la ejecución de Sacco y Vanzetti, nadie habló de otro tema. Los defensores de los condenados opinaban en voz alta que el juez estaba profundamente prejuiciado contra los anarquistas, y que el jurado había sido influenciado por prejuicios raciales y xenofobia. Mientras tanto, la defensa se abocó a un largo proceso de apelaciones para que los acusados fueran sometidos a un nuevo juicio. El momento más significativo de ese proceso fue la declaración de Celestino Madeiros, un ladrón de bancos que se encontraba en la cárcel y confesó haber participado en el asalto de South Braintree. Según Madeiros, el atraco y los asesinatos habían sido cometidos por la banda de los hermanos Morelli, un grupo de delincuentes también de origen italiano. Uno de los abogados de la defensa logró construir un sólido expediente contra la banda de Morelli, pero el juez Thayer negó la moción presentada, argumentando que Madeiros era un ladrón y un gran mentiroso y poniendo en duda sus palabras. Por lo tanto, no se realizó una investigación más profunda. Sin atender el clamor mundial, el par de inocentes fueron ejecutados y la historia jamás perdonará a aquel Fiscal, aquel Juez y al gobernador de Massachusetts por esa gran injusticia. Con ellos como dueños de aquel celebre proceso, no podía haber justicia para Sacco y Vanzetti.

Desde esta tribuna, le recomendamos al Fiscal Isaías Rodríguez, al Juez de la causa Andersón, a Omar Mora Díaz, Presidente del Tribunal Supremo de Justicia y al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Fría, a que busquen y se lea con detenimiento el libro de Howard Fast, “La pasión de Sacco y Vanzetti”, especialmente los capítulos IV. V y VI. Tal vez eso los haga reflexionar, sobre todos por el hambre de historia que todos ellos tienen.

* Periodista
CNP 3141
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