Rufianes, rufianitos y violadores
1. Que Clodosvaldo Russián, el contralor general de la República, conocido popularmente como «Clodosvaldo Rufián», haya aceptado oficiar el papel de muñeco del ventrílocuo que le asignara Hugo Chávez para sacar del juego electoral a casi 350 personas –confesa y públicamente opositoras del Gobierno–, sin sentarse a meditar la magnitud de las implicaciones éticas, jurídicas, políticas y de crispación masiva que la medida traería consigo, es razón suficiente para poner muy en duda el conocimiento de su oficio, su experticia profesional y, sobre todo, su coeficiente de integridad y desarrollo moral.
Pero que los cuatro rectores oficialistas del CNE, con el rechazo de Vicente Díaz, el único disidente, se hayan reunido el pasado miércoles en horas de la mañana para aprobar el exabrupto de Russián, es la prueba fehaciente de que estamos secuestrados no por un árbitro imparcial sino por un portátil club de activistas del proyecto bolivariano, puestos a su único servicio.
Lucena, Yépez, Oblitas y Hernández han decidido también colocarse el traje, con la abertura trasera por donde el presidente ventrílocuo mete su mano y les da movimiento, y han echado a andar.
2. El asunto es a la vez patético, grave y, por demás, triste.
Envilecedor. En vez de actuar con decoro y remitir el caso a quien legítimamente corresponde resolverlo –al pueblo venezolano con sus votos, al «soberano» del que tanto alardea el Gobierno– y preservar para sí mismos y la institución que dirigen el mínimo de majestad y respeto que su condición pública demanda, las tres rectoras y el rector bolivarianos han quemado sus naves apresuradamente, han colocado la cabeza del bautista sobre la bandeja para llevársela al «padrecito» como prueba de sumisión, y han posado frente a la cámara de la historia para ser recordados, no como salomés, sino como los diligentes mandaderos que avalaron el trabajo sucio del Russián, violando de comienzo a fin el texto sagrado de la Constitución. 3. Porque hay que ser demasiado cínico, demasiado ingenuo o demasiado fanático, que también pasa, para pensar que es democrático, correcto y justo que un solo funcionario, léase bien, ¡un solo funcionario!, sin que medie juicio o proceso judicial alguno, tenga la facultad –lo que quiere decir, el poder casi divino– de decidir cuál ciudadano sí y cuál ciudadano no tiene derecho a presentarse como candidato a un cargo público de elección popular.
¿No sería mejor que se nos dijera la verdad? ¿No sería más cómodo y fácil para todos? Que Russián o Lucena, puede ser desde La Florida, nos digan un día: «Hacemos esto porque nos sale del forro; porque nos da la gana; porque no estamos dispuestos a entregar el poder sin pelear; porque queremos frenar a la CIA, al imperialismo, a Bush, pero sobre todo a Leopoldo López y a Enrique Mendoza, y porque en esa gesta heroica estamos dispuestos a utilizar todas las armas y si es necesario cargarnos la Constitución, nos la cargamos?».
Se lo agradeceríamos eternamente porque ¿no es acaso lo que ya sabemos? No hay que ser un experto jurista para entender que nada ni nadie, ni siquiera otra ley, puede estar por encima de la Constitución a menos que se declare fuera del juego democrático. Se ha demostrado hasta el cansancio con un argumento que no tiene réplica posible: los artículos 62 y 45 de la Constitución establecen que sin sentencia firme no es posible inhabilitar. Lo demás es ardid. Trampa barata. Retórica de opereta. Culillo convertido en recurso jurídico. Miedo del más puro a enfrentarse con las dos derrotas, la de la Alcaldía Metropolitana y la Gobernación de Miranda, más que cantadas en todos los estudios de opinión. Temor a la polilla que con paciencia corroe la estatua de madera del caudillo verbal. Malandrismo bananero, perezjimenista o mugabiano. O de los tres a la vez. Ganas de ser cada vez menos país y más feudo. Obsesión de poder.
Todos los caminos conducen a la calle. Si esta decisión pasa, digámosle adiós por un tiempo a la vida democrática. Que ningún candidato se confíe de lo que le puede venir si puntea en las encuestas.
Y ningún elector tampoco. Habrá que arreciar la pelea contra el abuso de poder, la cayapa, el ventajismo, la triquiñuela.
O bajar la cabeza y escondernos. Prefiero lo primero. Frente al Consejo Nacional Electoral nos vemos. Ustedes dicen cuándo.