Opinión Nacional

Rómulo Betancourt y el Crédito Educativo

Con motivo de cumplirse hoy los cien años del nacimiento del ilustre estadista Rómulo Betancourt he recordado una anécdota que reúne a dos personas con el mismo apellido y que posiblemente tuvieron un ancestro en común.

Se trata del ex-presidente de Venezuela Rómulo Betancourt y el abogado y economista colombiano Gabriel Betancur Mejía (1919-2002) padre de Ingrid Betancourt, de actual triste notoriedad mediática como secuestrada por la guerrilla colombiana (nótese que Gabriel cambió la ortografía de apellido, para hacerla más fácil a los hispano-hablantes, pero el original fue retomado por la hija).

Fue en los años 70 que me enteré de la interesante experiencia acumulada en Colombia en materia de crédito educativo por el ICETEX, establecido gracias a los esfuerzos de Betancur Mejía.

Imbuido, como siempre he estado, en la idea de que la educación es el principal motor del desarrollo y del avance social y económico de un país, aproveché la primera oportunidad para trasladarme a Bogotá y entrar en contacto con este hombre extraordinario que había sido Ministro de Educación en dos oportunidades y embajador de Colombia ante la UNESCO en París. El ICETEX había nacido en Bogotá el 3 de agosto de 1952 y era el sueño de don Gabriel, ya que él mismo se había beneficiado en la década de los 40 de un préstamo de la Compañía Colombiana de Tabaco para poder hacer estudios en los Estados Unidos, logrando convencer a sus patrones «con el argumento de que él como estudiante no podía pagar, pero cuando fuera profesional tendría los recursos para hacerlo».

El primer «mandamiento» del nuevo credo era: «Educar es una inversión rentable financiera y socialmente».

El estudiante financiaba su educación con préstamos que debía repagar, en condiciones aceptables, cuando terminara sus estudios y tuviese ingresos que le permitieran hacerlo. Al recuperar los fondos, la institución de crédito educativo, podía financiar otros candidatos, y esto permitía una rotación continua, destinada a formar los recursos humanos altamente capacitados que necesita un país en desarrollo.

El entusiasmo de Gabriel por su obra, y la contundencia de los hechos demostrables me convirtieron de inmediato en un cruzado de esa causa.

Mis amigos me convencieron de que para lograr resultados en Venezuela era necesario obtener apoyo político y me organizaron una reunión con el Dr. Juan Pablo Pérez Alfonzo, ex Ministro de Minas e Hidrocarburos, padre de la OPEP, y hombre de reconocido patriotismo y honorabilidad a toda prueba, quien vivía semi-retirado en una quinta de la urbanización Los Chorros en Caracas. Recuerdo que después de oírme con mucho interés me comentó que esas ideas no le eran del todo extrañas pues habían sido expresadas en escritos que había leído del famoso economista australiano Colin Clark. No fue pues difícil convencerlo de que la adopción del crédito educativo para los estudios de postgrado en el exterior, podía ser una estrategia importante para formar los recursos humanos que el país tanto necesitaba. Luego me dijo que era importante lograr el apoyo del ex presidente de la república, don Rómulo Betancourt que en ese entonces vivía retirado en la ciudad de Berna en Suiza, y que se proponía escribirle al respecto.

Algún tiempo después tuve que viajar a Ginebra, y gracias a la presentación del Dr. Pérez Alfonzo fui invitado por don Rómulo y su esposa doctora René Hartmann de Betancourt a almorzar en su modesta casa en Berna, para conversar sobre el tema de la implantación del sistema del crédito educativo en Venezuela. Ya don Rómulo había intercambiado correspondencia al respecto con el doctor Pérez Alfonzo y estaba también convencido de su importancia para nuestro país.

Quedé altamente impresionado por la austeridad en que vivía nuestro ex presidente, algo fuera de lo común entre los políticos latinoamericanos.

Desafortunadamente para la nación el espejismo de «la gran Venezuela» y su riqueza petrolera (algo que predijo Pérez Alfonzo con gran lucidez) impidieron que esa idea prosperara, pues al establecerse algún tiempo después el programa de becas Gran Mariscal de Ayacucho, y la normativa de que el Estado financiaría, sin retorno de la inversión, la totalidad del costo de la educación de los becarios, se eliminó toda posibilidad de que alguien pidiese como «préstamo» y sujeto a repago, algo que el Gobierno estaba regalando sin condiciones de ninguna especie.

Hombres como Rómulo Betancourt y Juan Pablo Pérez Alfonzo, verdaderos estadistas, sabían que en el curso de pocos años, vendrían las «vacas flacas» después de las «gordas», y que se secarían los fondos para un proyecto de esa magnitud. Así se perdió la oportunidad de haber creado un sólido y permanente sistema de crédito educativo, que hubiese podido sobrevivir los altibajos de los precios del petróleo, y de paso haber acostumbrado a nuestros jóvenes profesionales a que eso que llaman «un almuerzo gratis» no existe en la vida real y cuando por excepción aparece en la vida de una nación, no dura mucho.

Es pedagógico recordar esta anécdota, ya que existe esa eterna tentación por el facilismo, sin meditar en la consecuencia futura de nuestras acciones. Es imposible dejar de pensar si no le tocará la misma suerte a las dádivas oficiales que llevan el nombre de «misiones», al no más parpadear el precio del petróleo.

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