Risas y llantos
No es la primera ni será la última vez que en medio de una profunda crisis de identidad nacional la farándula se apropie de la política. O la política se convierta en farándula. Por cierto, siguiendo el consejo ancestral del buen gobierno: pan y circo. Sin ir tan lejos: el loco Chávez – fabulador, delirante y logorreico declamador y cuatrista -, llega al poder montado sobre la ola de la telenovela Por Estas Calles, los profetas del desastre y una ex Miss Universo candidateada por Herrera Campins y Donald Ramírez para desfilar por la pasarela de Misia Jacinta. Fue cuando con CAP I el ágora se desvió de la ruta prefijada por lo mejor de la generación del 28 ˆ la primera generación venezolana en tomar la política en serio ˆ y fue a dar a los extramuros del espectáculo. Cuando los disc jockeys se convirtieron en jueces de la moral pública y los canales de tv en alcabalas de gobierno. Como que un animador de televisión sin otro pedigrí que beber el agua estancada que demostraba estar perfectamente reciclada por el producto que anunciaba, decidió lanzarse de candidato a la presidencia de la república. Pagando el absurdo intento con su vida. Ya entonces la Venezuela política era un prostíbulo.
Es tal la degradación de la vida pública venezolana, que poco importa quién pretenda conquistar la primera magistratura. Comparar la situación venezolana con los Estados Unidos, donde un mediocre protagonista de películas de vaqueros llegó a ocupar la Casa Blanca y un Mister Universo austriaco conquistara la gobernación de uno de los más importantes Estados de la Unión es un despropósito. Los Estados Unidos son una país de verdad, la primera potencia del mundo, no un zarrapastroso campamento minero. De modo que hasta puede seguir su rumbo inquebrantable sin que nadie ocupe dichos cargos. La sociedad americana está sustentada en instituciones sólidas y funcionales estructuradas a partir de una gran cultura dominante, que nada ni nadie desencaja con la facilidad con que un atorrante pudo desencajar la nuestra, escondido entre unos anaqueles del museo militar.
Veo muchas diferencias entre el actual presidente de la república y el último de los candidatos que se asoma a la palestra política. Que insisto: de política apenas si tiene el nombre. Con absoluta seguridad es muchísimo más culto y preparado. No se le puede achacar un solo hecho de sangre. No ha destrozado un país ni lo ha dividido en dos pedazos irreconciliables. Nadie puede culparlo de la responsabilidad directa o indirecta por los más de ochenta mil asesinatos que ensangrientan nuestra patria desde que ocupa su alto cargo. Ni haber dilapidado los dineros de nadie. Además ha sido un empresario exitoso.
Y la más definitoria de todas ellas: mientras quien nos desgobierna ha hecho llorar a millones y millones de sus compatriotas, hundidos en la desesperación suscitada por un verdadero cataclismo provocado por su monstruosa irresponsabilidad, el recién asomado ha hecho reír hasta las lágrimas con su humor desenfadado, sencillo, criollo y profundamente simpático.
Lo que no quita que su candidatura vuelva a recordarnos el grado de bajeza al que hemos llegado. Como diría el gran poeta republicano Gabriel Celaya: estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo.