Rigoletto bolivariano
Chávez es un artista del talk show muy superior a Laura en América; su Aló Presidente sirve para que unos sufran, otros se diviertan y los más crean que lo que se debate es real. Es además, el director del guiñol nacional: cada semana elige un tema para que todas las marionetas -oficialistas y de oposición- hablemos, opinemos y escribamos sobre lo mismo.
Hace dos domingos le tocó el turno a la lista de Tascón; un asunto que lleva meses causando daños a miles de venezolanos fue recién descubierto por él que todo lo sabe, todo lo puede y todo lo da. La Asamblea Nacional debatirá, la Fiscalía investigará, el CNE reglamentará y la Oposición denunciará ante los organismos internacionales defensores de los derechos humanos. Empinada sobre esa catarata de palabras emerge la figura del magnánimo; ese que es un alma de Dios pero rodeado de malvados, ineptos o corruptos según los casos. Hoy, por ejemplo, lo oímos anunciar los aumentos del salario mínimo como si se tratara de un ángel que viene de otra galaxia para lanzarles salvavidas a los pobres sub pagados. Lo más probable es que ninguno de quienes aplaudían emocionados lo haya identificado como el causante de la devaluación de sus ingresos; eso, sin duda, es culpa de alguno de sus ministros.
Pero volvamos al caso Tascón; seguramente muchos de ustedes conocerán la trama de Rigoletto, la inmortal ópera de Giuseppe Verdi con libreto de Francesco María Piave. Me limitaré a recordar quiénes son sus principales personajes y el papel que juegan: el Duque de Mantua, es un gobernante absolutista y sin escrúpulos, acostumbrado a abusar de su poder y a burlarse de sus súbditos; Rigoletto es el deforme bufón de la corte ducal que basa su comicidad en el escarnio a las víctimas de su amo y señor. Por supuesto que el objetivo fundamental de ese escarnio es la adulación. Uno de los ridiculizados por el bufón Rigoletto, es un padre atribulado cuya hija ha sido raptada para ofrecerla al Duque; el padre llora, Rigoletto se mofa y Monterone, el padre, lo maldice. En otra escena unos cortesanos descubren que Rigoletto oculta a una hermosa joven -su hija Gilda- y creen que es la amante del jorobado; le informan al Duque y éste la seduce haciendo que Rigoletto conozca el sabor de su propio veneno: la burla y la humillación.
Lo que asemeja este melodrama con el caso Tascón es el desprecio que los adulados suelen sentir por los aduladores; el arrastrado, el que pierde todo rasgo de dignidad y de humanidad para complacer al poderoso a quien sirve, termina arrastrado por sus propias bajezas. No se conocen y quizá no se sepan nunca las verdaderas causas de la farsa montada por Chávez y sus corifeos, en torno a la criminal lista de Tascón; pero lo que no genera ninguna duda es que el diputado tachirense fue deliberadamente arrojado a los leones del circo nacional, que no son los de la oposición sino los de su propio bando. Y seguramente éstos serán mucho más crueles a la hora de devorarlo.
La lección que ofrece este caso es mucho más útil a los cooperadores del régimen que a sus detractores: la sobre exposición y la autonomía de vuelo son dos pecados mortales que ningún autócrata tolera y ningún compañerito de Partido digiere. Y si a estas dos pretensiones se une la condición de converso, de seudo revolucionario que se montó por conveniencia en el autobús del proceso, sus días están contados.
Toda esa bullaranga ha contribuido, sin que nos percatemos, a que al elegir Chávez a un chivo expiatorio llamado Tascón, nos olvidemos del verdadero fondo del asunto: la discriminación política diseñada y aplicada como política de estado, de la que han sido víctimas miles de venezolanos. ¿Recuperarán éstos los cargos de donde fueron despedidos? ¿Se les aceptará en aquellos a los que no tuvieron acceso por ser firmantes? ¿Se incluirán en este acto de magnanimidad a los casi veinte mil botados de PDVSA? Permítanme dudarlo, Tascón y lista enterrada aparte.
