Opinión Nacional

Rico Marx Pato

Happy Birthday, Fidel…

Caminando por las calles de Santiago de Chile, en medio del torbellino electoral y sus centenarias angustias limítrofes, me encuentro con un viejo amigo chileno, vinculado al mundo del espectáculo. No nos vemos desde hace años y le pregunto por su larga ausencia de los escenarios caribeños. “Ni tanto” – me responde gozoso. “El 13 de agosto del 2006 Fidel cumple 80 años y se lo celebraremos en grande…” Debo haber puesto cara de asombro, pues de inmediato se siente en la obligación de aclararme los detalles. “Nada, chico. Es que el Museo Guayasamín, con sede en Quito, le está organizando a Fidel una monstruosa fiesta de cumpleaños, algo así como el bonche del tercer milenio, e iremos todos los grupos chilenos y posiblemente todos los cantantes y grupos artísticos del mundo a cantarle el cumpleaños feliz en la Plaza de la Revolución”. Sigo poniendo cara de asombro, pues conociendo los entretelones del circense mundo del espectáculo y los monstruosos honorarios que suelen devengar quienes están en candelero – Silvio Rodríguez no se baja de la mula con El Unicornio Azul por menos de cien mil dólares – me imagino que ni Cuba ni Guayasamín dan para tanto resplandor. Suelta una carcajada y no teme confesarlo sin ambages: “¡por supuesto, con financiamiento de Hugo Chávez!”

Tardé en reaccionar. Bajaban los microbuses traqueteando por la Avda. Providencia hacia Plaza Italia mientras nos tomábamos un café en el lobby del hotel sin poder evitar ensimismarme. Comencé a hacer cálculos de lo que podría costar un cumpleaños de tal envergadura y concluí que, cuando menos, muchísimo más que el matrimonio del Príncipe de Asturias con Doña Leticia, toda vez que estos invitados – el pelabolismo político, literario y culturoso antiglobalizador del mundo entero – no puede desplazarse a sus costos ni a comprar los cigarrillos de la esquina. Multipliqué por cien los gastos del tristemente célebre Festival Mundial de la Juventud.

Ya me mareaba tanta danza de billones cuando mi indiscreto interlocutor se atrevió a pedir mi parecer. “Y a ti, camarada chileno vertical y disciplinado del tiempo en que ética y política eran una misma cosa” – le pregunté –“¿qué te parecería si Ricardo Lagos decidiera celebrar el próximo cumpleaños de Menem en el estadio Nacional con fondos de los contribuyentes chilenos?”.

El sol se ponía tras los cerros azules que cercan a Santiago por todos sus costados, mientras Don Francisco anunciaba con su voz destemplada y su desaliñado acento, la próxima maratón de la esperanza.

¿Cuántos cumpleaños, cuántos bonches, cuántos encuentros, cuánta inútil y estúpida algarabía seudo revolucionaria ha sido financiada por Hugo Chávez y los agentes de su séquito en estos últimos años de pantagruélico manirrotismo? ¿Sin que al contralor general de la república o al fiscal ni siquiera se les arrugue el entrecejo?

Cuenta Héctor Pérez Marcano que cuando en los años sesenta invadiera Venezuela con un grupo de militantes revolucionarios y un comando de asalto del ejército cubano, cada uno de las dos docenas de combatientes traía en su bolsillo un fajo de dólares y bolívares en efectivo, regalados a última hora por Fidel Castro. Diez mil dólares americanos y diez mil bolívares – $ 12.000,00 en total por cabeza. Multiplicado por 24 dan trescientos sesenta mil dólares de los años sesenta. Sin contar las armas, los pertrechos bélicos, las municiones, los transmisores y demás parafernalia belicista.

No hubo por esos años movimiento revolucionario alguno que no fuera tratado con principesca prodigalidad por Castro. Finalmente no eran dineros ganados por los obreros y campesinos cubanos. Ni a ellos ni a Fidel les habían costado una sola gota de sudor. Olían a vodka, papa y chucrut: habían sido estrujados por las frentes soviéticas, de cuyo lomo vivieron los cubanos hasta que pudieron comenzar a vivir del petróleo venezolano y la generosidad del capitalismo chino. Sin contar el prostibulario aporte del son y la rumba destilados por los ancianos de la vieja trova cubana.

Nada comparado con la generosidad de quien se apropia de los caudales públicos y los derrocha como si fueran la herencia de la odiada Doña Elena. Refinerías, barcos, muelles, misiones, bonos de la deuda, aviones, ametralladoras, aportes financieros a campañas presidenciales, suculentos pagos a lobbistas americanos, regalos y donativos a estrellas de cine y promotores boxísticos hollywoodenses. E incluso regalos de cientos de miles de barriles de petróleo, que en el caso cubano superan de largo los cien millones de barriles y varios miles de millones de dólares.

Seguramente estuvo su mano generosa tras los triunfos de Lula y Kirchner, como hoy lo está tras el evitable ascenso del Evo Morales y Daniel Ortega. ¿Y quién quita que lo esté o pretenda estarlo tras las sendas campañas chilenas de Hirsch y Michelle Bachellet.

El alguna ocasión y hace ya algunos años me encontré en el aeropuerto de Ciudad de México con un líder de la vieja y doblemente fracasada revolución chilena, a quien le pregunté hacía dónde se dirigía. “A Venezuela” – me dijo con una amplia sonrisa. ¿Y se puede saber qué demonios vas a hacer a Caracas? – le pregunté sorprendido. A pedirle plata a Chávez, me respondió, guiñándome el ojo.

Después de haber contado con presidentes tacaños, ahorrativos, dilapidadores o expansivos, hete aquí que de pronto se abrían las compuertas de Sésamo y fluían los miles y miles de millones de dólares a engrosar las arcas de fanáticos, ambiciosos, ladrones, aprovechadores, gigoloes de la cultura y explotadores mediáticos. ¡Vaya jungla!

¡Bienvenido Mister Marshall!

Riza ahora el rizo del absurdo y creyéndose el sultán de las Mil Noches y una Noche promete más que los Estados Unidos a la Europa de la posguerra con el plan Marshall. Diez mil millones de dólares para los nuevos tiempos revolucionarios. Brama el circo llegado en el tren de la solidaridad. La payasería procubana y antiglobalizadora de la zarrapastra cocalera, piquetera e indigenista sufre de orgasmos múltiples. Lo dijo en Mar del Plata, haciéndole honor a la tradicional fanfarronería bonaerense, esa mezcla rara de bravuconería, matonaje y estupidez que representa Maradona como si hubiera sido parido colectivamente por las madres de la Plaza de Mayo. Podría parafrasearse la cruenta ironía con que el Ché Guevara se refiriese a los argentinos: “el mejor negocio del mundo es comprar un porteño por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale…” Son sus palabras. Compre a Chávez por lo que vale y siga el consejo del Ché. Puede que se haga rico.

Un editorialista de La Tercera de Santiago de Chile, Hermógenes Pérez de Arce, se queja entre tanto de una muy desgraciada asincronía. La izquierda puede decir, cometer y provocar tantas estupideces como crea necesarias. E infligir tantas iniquidades y asesinatos colectivos como le de su real gana. Nadie se disgusta. Nadie se molesta. Nadie la critica. Llámense sus criminales autores José Stalin, Fidel Castro o Hugo Chávez. Válgame Dios si las mismas estupideces son cometidas por otras fuerzas que no hayan recibido la bendición del marxismo leninismo ni disfruten de la deslumbrante áurea de santidad de la pobresía y la progresía universal.

Así, ni la peste aviar, ni el SIDA ni pandemia alguna puede compararse con los desastres causados y por causar por este rebrote de estupidez que sacude a la región y conmueve al mundo. La historia se repite, dijo Hegel: la primera vez se cumple como tragedia. La segunda vez, como comedia. Estamos en plena actuación del farsante Rico Marx Pato. Nuevo rico y recién llegado al mundo de la política, procede con el desenfado, la irresponsabilidad y la patanería de quien no tiene más medida que su ombligo y más dimensión que su desaforado egolatría. Encuentra en Fidel el arquetipo a clonar y en Maradona, el drogadicto, un ejemplo a seguir.

Dios los cría. El diablo los junta.

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