Revolución
Es obvio que Venezuela necesita una revolución. El fracaso de los gobiernos posteriores a Pérez Jiménez nos llevó al borde de la catástrofe. La pobreza alcanzó niveles insólitos, y hubo que fijar estratos dentro de ella: pobreza pura y simple, y pobreza extrema o crítica. La asistencia social se convirtió en un monstruo de ineficacia y corrupción. Los servicios de salud, que alguna mejora tuvieron en los primeros años del período, cayeron en la postración. La educación, que en esos años logró superar, al menos en lo cuantitativo, la incuria en que la dejó la dictadura, volvió a la ineficacia y la piratería. La producción agropecuaria vivió altibajos y conflictos, sin una política coherente y audaz, que erradicase la miseria de los campesinos y evitase que estos, motivados por sus carencias, emigrasen a las ciudades y formasen barriadas dantescas. La corrupción, que en la dictadura llegó a cotas inauditas, no desapareció con la caída de esta, pero se atenuó notablemente en los primeros tres gobiernos democráticos, y luego repuntó escandalosamente, y se volvió una lacra purulenta, alimentada por el sauditismo petrolero.
Pero no todo fue negativo en el período 58-99. Ya dije que en sus primeros años hubo logros importantes. En educación se hizo un enorme esfuerzo, sobre todo en la formación de docentes y en la apertura de nuevos planteles, con el notable aumento de la matrícula escolar. Sólo en el nivel superior se pasó, de tres universidades nacionales y dos privadas en 1958, a más de cien entre universidades y otros institutos. Y en el fomento de la cultura se crearon instituciones fundamentales: el Instituto Autónomo Biblioteca Nacional, el Teatro Teresa Carreño, el CELARG, Monte Ávila Editores, la Biblioteca Ayacucho, la Galería de Arte Nacional, el Museo de Arte Contemporáneo, otros museos en Caracas y en el interior, las orquestas infantiles y juveniles, los Festivales de Teatro, etc. Algunas por esfuerzo privado, pero con la ayuda del Estado.
Aun así, en 1999 el país se hallaba en postración casi total. Se requería una verdadera revolución, no violenta, pues había consenso sobre la necesidad de cambios radicales, que pusiesen sobre sus pies lo que estaba de cabeza. En esa base insurgió Chávez, como esperanza de cambio que convenció a muchos. Muy pronto la esperanza se trocó en decepción: el país, no sólo no logró avances, sino que vio cómo todo empeoraba escandalosamente.
No se trata de que los propósitos de Chávez sean per se condenables, sino de que incluso lo que en ellos pueda haber de positivo se vuelve negativo y alarmante, por la falta de políticas racionales y el predominio de la improvisación y el desbarajuste.
En los últimos seis años se ha demostrado que Chávez y sus colaboradores no son, ni mental, ni ideológica, ni técnica, ni políticamente capaces para llevar adelante ni siquiera la embustera revolución que dicen. Su aparatoso fracaso ha pervertido el concepto de revolución, y hoy esa sola palabra aterra a la mayoría de lo venezolanos.
La “revolución” de Chávez, ahora ribeteada de un también embustero “socialismo”, ni siquiera se puede llamar reformismo, pues las pocas medidas orientadas a un cambio, por la improvisación y torpeza con que se aplican están condenadas al fracaso.
(*): Tal Cual, 3/6/2005