Opinión Nacional

Revisando grietas en el piso

A mis amigos peruanos
Álvaro Vargas Llosa
José Luis Tapia
y Luis Atkins Lerggios

Si uno lleva predicando las ideas liberales mucho tiempo, y la opinión generalizada en el entorno y el mundo se hace cada vez más antiliberal, y los Gobiernos cada vez más socialistas y estatistas, uno debiera revisar a fondo esa prédica. Me refiero a sus métodos, técnicas, objetivos, medios, estrategias; en fin, Ud. me entiende. Pero también su piso filosófico.

Y Ud. juzgará, si acepta mi cordial invitación a seguir leyendo, y compartir conmigo al menos la inquietud: la pregunta por las causas de tan poco progreso en el campo liberal y tanto en el opuesto; y por cual sea el remedio, si acaso lo hay.

De todos modos muchas gracias por su amable atención.

Métodos: los objetivos y estrategias indirectas han fallado

En América latina y el mundo, hay gente con décadas transmitiendo el mensaje liberal. Muy dedicada y constante, y por ello digna de mérito. Pero, ¿a quiénes? A veces se predica al coro, a los ya convencidos. Otras veces a los empresarios; pero no muchas, ya que a éstos el libre mercado no les gusta, salvo excepciones. A la mayoría de los empresarios establecidos, la competencia abierta les hace sentir amenazados. ¡Les aterroriza! Entonces, ¿a quiénes se dirige el mensaje?

1) En primer lugar, a los intelectuales y profesores universitarios, para que estos lo retrasmitan a su vez a sus estudiantes y hacia el pueblo. Pero en este camino hay dos supuestos implícitos:
a) Que los catedráticos son capaces de seguir las argumentaciones liberales; y,
b) y que una vez comprendidas, de inmediato se convertirán.

¡Discutible el primer supuesto, y comprobadamente falso el segundo!

2) En segundo lugar, a los políticos activos, para convencerlos, a fin de que pongan en práctica las ideas liberales desde el Gobierno, o cuando lleguen, si de momento revistan en la oposición. También se les supone capaces de prestar atención y de ser convertidos. ¡Falsos supuestos! Los políticos son aún más incapaces de seguir argumentos que los intelectuales y profesores; y sus compromisos con el “establishment” estatista son aún más fuertes.

Este camino además suscita una pregunta muy seria: ¿cómo pedirle medidas antiestatistas a un político elegido en base a ofertas y planteamientos estatistas? Es pedirle que haga algo inmoral. Si tomara medidas liberales, sería más que antidemocrático: sería un traidor.

3) ¿Y por qué no se dirige el mensaje a la opinión pública directamente? Porque se asume que el pueblo no es muy dado a seguir argumentaciones en Economía Política, tercer supuesto, y este sí es muy cierto. Pero entonces, ¿por qué suponer que ese mismo pueblo va a seguir las argumentaciones cuando los intelectuales y profesores convertidos se las retrasmitan? ¿o que va a aceptarlas cuando los políticos “reformados” tomen las medidas liberales …?

Por mi parte creo que el discurso liberal debe ir directamente a la opinión pública. Los métodos y estrategias indirectas han fracasado. Hora de hacer entonces la pregunta: ¿por qué se insiste en ellas? O en otras palabras: ¿cuál es el piso filosófico de las estrategias indirectas?

Mises: todos fueron responsables

Acabo de leer un libro fascinante: la autobiografía de Ludwig von Mises. Escrita entre 1940 y 1942, con los nazis tras sus talones -los socialistas nacionales de entonces-, Mises huía a EEUU desde su amada Ginebra, la cual lo trató mejor que su Viena natal, de la que había escapado años antes. La civilización occidental se caía; y Mises no se ahorró adjetivo alguno sobre los responsables de la tragedia. Como sus críticas eran muy a fondo y mordaces -con nombres y apellidos, sin pelos en la pluma- Mises le encargó a Margit su esposa que el libro fuese publicado sólo después de su muerte (de él).

Mises murió en 1973. Y Margit cumplió el encargo. Los manuscritos -literalmente- vieron imprenta en Illinois, USA, en 1978. Casi 40 años después de redactados. Sus páginas son descarnadas, sin contemplación para los personajes principales de Austria y Alemania en los ’20 y ’30. Banqueros, empresarios, gremialistas, profesores, periodistas, militares, jefes religiosos; y sobre todo intelectuales y políticos, socialistas o no. No queda títere con cabeza. Mises prácticamente les espeta (resumido en palabras mías): “Señores, salvo las honrosas excepciones que destaco, todos Uds. son culpables de esta desgracia, unos más, otros menos. Por acción, complicidad u omisión. Por muy estúpidos o muy vivos, o por ambas cosas.” Pero casi todos ellos estarían muertos para 1978 …

Creo que tiene razón. Hoy también sigue teniendo razón: la responsabilidad por el avance arrollador de los socialistas (nacionales o supuestamente proletarios) le cabe a mucha gente. Incluyendo a los liberales; aunque esto no lo dice Mises, lo digo yo, después de leer atentamente sus Memorias.

La impotencia política, enfermedad congénita y crónica de los liberales

Cuenta Mises que su querido Herr Professor Karl Menger se limitaba a dictar sus clases y a escribir sus libros. Conciente de que sus explicaciones de la Economía favorecían las ideas liberales contra las colectivistas, mucho se preocupaba de ser bien entendido por estudiantes y lectores, pues preveía mejor que nadie los peligros del colectivismo. Pero el buen Profesor Menger jamás se preocupó ni ocupó de que sus discípulos más aventajados pudieran tener siquiera una carrera universitaria más o menos decente. Todo lo contrario a los enseñantes socialistas, quienes con uñas y dientes protegían a sus favoritos que se abrían paso en la jungla académica, para ascender los peldaños docentes a medida que alcanzaban sus togas y birretes. Y les hallaban colocación en cátedras y posiciones prestigiosas e influyentes de aquel complicado mundo universitario de habla alemana (y de Europa en general), ya por entero dependiente del Estado, y por consiguiente muy hostil para los liberales.

Sin cátedras ni cargos en institutos y revistas científicas, los liberales no tuvieron descendencia intelectual. Mises y su discípulo Friedrich von Hayek nunca alcanzaron dignos puestos docentes (y tampoco en el mundo angloparlante). Las mediocridades y nulidades socialistas arrasaron con toda baza en los centros de prestigio -en su momento bien ganado-, y cultivaron cuanta concepción inculta apareció. Los estudiantes no conocieron otra enseñanza que algún dogma socialista. Y si por azar alguno descubría literatura liberal, no era por sus profesores y mentores, de los cuales debía esconderla. ¡Pues no muy distinto es ahora!

Y ni habar de descendencia política: incapaces de formar al menos un partido universitario, ¿cómo formarían los liberales genuinos un partido político …? Menger creía que las ideas verdaderas y socialmente beneficiosas se impondrían solas, por la mera fuerza de los argumentos. Sabía que en la democracia las masas ineducadas eran pasto de los demagogos; pero pensaba que al ser practicadas, las ideas erróneas quedarían cuestionadas al mostrarse sus efectos, y desacreditados sus sostenedores. Así de simple. Creía que la sociedad era una especie de vitrina transparente, y que tarde o temprano todo el mundo vería la realidad desnuda a través de los vidrios. Menger no tenía ni idea del problema de fondo. Tampoco muchos liberales de ahora.

¿Cuál es el problema?

El problema es la pesada y letal herencia del Iluminismo del siglo XVIII. Los angostos límites de esa filosofía, con su ingenua confianza en la razón humana general, asociada al culto democrático. Para superar tales limitaciones habrá que esperar a la siguiente generación de liberales austrianos. A Murray Rothbard, el muchacho judío del Seminario neoyorkino de Mises, que de golpe se dijo “Me suena todo esto … ¿dónde escuché antes algo parecido?”, y recordó la sinagoga de su niñez, y aquellos rollos de los profetas de la Biblia, y sus comentarios talmúdicos a través de tantos siglos; e investigó -ya en la última etapa de su muy fecunda vida intelectual- la hispánica Escuela de Salamanca. En busca de las raíces del liberalismo: el realismo filosófico, y las doctrinas del Derecho Natural, la fisiocracia y el Gobierno limitado.

El problema de fondo es que en el siglo XVIII la visión liberal perdió el sentido y la noción de pecado. Y con ellas perdió realismo. Se volvió utópica. Y terminó -con Bentham y J. Stuart Mill- en algo difícil de distinguir del socialismo.

Vea Ud.: en los años ‘30 y ’40 -llegando Mises a EEUU- el New Deal ganaba amplio apoyo en ese país tan extenso y variado. Era el socialismo democrático de Franklin D. Roosvelt. Los “newdealers” arrasaban elecciones, nacionales y locales, en casi todo lo largo y ancho del territorio. Con una excepción: perdían en el “Bible Belt” (cinturón bíblico), una franja de Estados rurales o semirurales del Sur histórico, el Medio Oeste y el Oeste. Donde la mayoría, desde el más encopetado al más humilde, aún leía su Biblia cada día al atardecer, e iba a su Iglesia -la que fuere- los domingos por la mañana. En esas regiones no habían soplado los “vientos de cambio” de la llamada Era Progresiva, décadas de 1880 y 1890. Y el estatismo entró ya muy avanzados los ’50, con los Kennedy, al paso que la gente -según las entonces noveles encuestas de opinión- fue dejando de leer su Biblia, y de asistir a su Iglesia. (Un libro muy bueno sobre el progreso del socialismo y el declinar de la cultura bíblica en EEUU debemos al Profesor M. Stanton Evans. Se titula The Theme Is Freedom: Religion, Politics and the American Tradition. Washington, Regnery, 1994.)

El estatismo avanza en tanto la religión cristiana se debilita, ya sea que pierda sus adherentes, o que olviden sus lecturas bíblicas, o que las malinterpreten y abracen una fe de otro tipo. Y no sólo en EEUU: la conciencia bíblica, y la resistencia a las pretensiones despóticas de los Gobiernos de toda clase -y más en general, a toda clase de despotismo, incluyendo el eclesiástico-, han andado juntas por siglos en el Viejo Mundo. Y después en el Nuevo. No es extraño que se hayan apagado juntas.

¿Qué dice la Biblia?

Para los ajenos al tema, unas pocas citas permiten captar la idea. Por buen ejemplo para comenzar, un libro conocido como Eclesiástico -de la edición católica de la Biblia- contiene un largo poema en cuyos versos se lee:

“No te sometas al estúpido, ni guardes miramientos con el poderoso.

Lucha por la verdad hasta la muerte, y el Señor Dios luchará por ti.”
(Eclesiástico 4: 27-28)

Y a lo largo de todos los siglos y en todas las Biblias han tronado las palabras de Dios en el Libro de Samuel (I Sam 8: 11-18, advirtiendo acerca de ese Rey cuya entronización el pueblo exigía …

“… Tomará vuestros hijos y los pondrá en sus carros y con su gente de a caballo, para que corran por delante; y nombrará para sí jefes de miles y de cincuentenas, y los pondrá a trabajar en sus campos y a segar sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y pertrechos. Tomará también a vuestras hijas, para que sean perfumeras, camareras y panaderas. Y tomará lo mejor de vuestras viñas y olivares, y lo dará a sus sirvientes. Diezmará también vuestro grano y cosechas, para sus oficiales y empleados. Tomará a su vez vuestras empleadas y empleados, vuestros mejores jóvenes y animales, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños; y sereis sus sirvientes. Y de seguro clamareis aquel día a causa del rey que vosotros mismos elegisteis. Mas Yahve no os responderá ese día.”

Y el profeta Isaías (10:1):
“¡Ay de quienes dictan leyes injustas y prescriben tiranía!”

Y el salmista (Salmo 146:3):
“No pongas tu confianza en Príncipe.”

La gente acostumbrada a estas palabras valoraba su libertad personal, creía en ella -sin confundirla con la democracia-; y estaba dispuesta a defenderla. Y no es que uno mezcle religión y política, es que siempre andan relacionadas, y es imposible separarlas. Lo que puede separarse -y debe- es religión y Estado. Para que el Estado tenga juez. De otro modo, el Estado termina siempre poniendo a la religión a su servicio, lo cual ocurre en las religiones no reveladas. Y eso es un hecho.

De las historias bíblicas se desprenden conclusiones morales, muchas de ellas políticas. Dicen que el Gobierno debe ser limitado. E igual la oposición. David antes de ser coronado, encabezó la oposición al Rey Saúl. A propósito de la conducta de David en esta circunstancia, el Libro de Samuel enseña que la oposición debe antes que nada corregir al príncipe en el poder, hacerle ver sus errores, a él y al pueblo. Pero a la vez aprender de esos errores, para no cometerlos cuando llegue su turno, que debe esperar con paciencia.

¿Y el Nuevo Testamento?

Vea Ud.; es Nuestro Señor Jesucristo que habla:
“Quienes se tienen por gobernantes de las naciones, sobre ellas se enseñorean, se arrogan potestades, y se hacen llamar bienhechores. Mas entre vosotros no debe ser así.”
(Mt 20:25; Mr 10:42 y Lc 22:25)

“El conocimiento de la verdad os hará libres.”
(Jn 8:32)

“Los hijos de este siglo son más sagaces que los hijos de la luz.”
(Lc 16:8) ¿Por qué cree Ud. que los malos ganan tan seguido, y los buenos pierden a menudo? ¿No será que son menos despiertos y hábiles?

Y el Apóstol Pablo:
“Allí donde está el Espíritu de Dios hay libertad.”
(2 Cor 3:17) Y esto lo está escribiendo a los cristianos de Corinto, de los cuales Pablo muy bien sabía cuánto abusaban de esa misma libertad.

Y a los cristianos de Roma (Rom 1:18):
“¡La ira de Dios se revela desde el Cielo contra […] quienes detienen con injusticia la verdad!”

La gente acostumbrada a estas palabras -a leerlas, releerlas y comentarlas- sabía que la libertad y la verdad van estrechamente unidas; que las autoridades a menudo abusan de la libertad -y asimismo individuos y pueblos- y que quienes atacan a la libertad siempre comienzan por ofender a la verdad. O por cambiarla o disfrazarla. Y que por la verdad y la libertad -y la justicia- hay que luchar, enfrentando adversarios que serían -¿qué duda cabe?- más astutos que uno …

¿Y la religión cristiana?

Los cristianos bien informados de todos los tiempos leyeron al sabio Agustín. Con la Biblia por delante, el hijo de Santa Mónica y Patricio escribió “La Ciudad de Dios” porque en su época -siglos IV y V- la gente lamentaba la caída del Imperio Romano. Entonces el Obispo de Hipona, en Africa del Norte, hizo lo que hace todo verdadero liberal: fue realista, hasta la crudeza si es necesario. Les quitó a las gentes las vendas de los ojos y las ilusiones ingenuas y utopísticas sobre los imperios políticos. Les expuso sus vicios, y describió a sus fundadores -los infatuados “conquistadores”- como no muy distintos a los asaltantes comunes. Lea Ud. p. ej. del libro IV, cap. IV:

“Las asambleas de bandidos son como imperios pequeños: una tropa de hombres gobernados por un jefe, unidos por cierta alianza, que se reparten el botín según lo convenido. Si una compañía de este tipo crece, y cuenta con perversos suficientes en sus filas como para conquistar lugares y asentar su poderío, tomando villas y sometiendo pueblos, entonces se les llama un Estado.”

Este párrafo habla de Estados en general, incluyendo los europeos. Si alude a los Estados africanos, son los de sus días, no los de ahora; y si a las repúblicas asiáticas, en todo caso no tiene en mente a las socialistas de la ex Unión Soviética.

¿Y Santo Tomás? ¿Qué dijo el buen gordo meridional? Desconfiado de la realeza, el vástago de los condes de Aquino no se hizo ilusiones con la democracia tampoco; pero no por ser de origen noble, sino por ser muy inteligente. Por eso defendió la “Constitución mixta”. P. ej. en la Summa Theologiae (I-II questio 105 A-1):

“Un rey infiel a su misión renuncia a su derecho de exigir obediencia, siendo él mismo un rebelde a quien la nación tiene derecho a derrocar, y por eso no es delito deponerlo. Mas lo mejor es prevenir, limitando su poder para que no pueda abusar del mismo. A este fin es que la nación toda debe participar del gobierno; pero la Constitución ha de combinar una monarquía limitada y electiva, con una aristocracia -pero de mérito-, y tal dosis de democracia que permita a gentes de todas las clases el acceso a los puesto de elección popular.”

La pieza que faltaba: el pecado

¿Qué tenían en común los profetas de Israel, el Obispo africano, el filósofo italiano, y otros como el independentista venezolano Juan Germán Roscio, el economista francés Fréderic Bastiat, y el Canciller inglés Sir Thomas Beckett, de una larga línea de distinguidos cristianos anglosajones que llega hasta Lord Acton, C. S. Lewis, Henry Cardenal Newman y Albert Jay Nock? Simple: un agudo sentido del pecado.

Hoy como en los ’70 se puso de moda la protesta. Gentes de todas las clases marcha con carteles por calles y avenidas. ¿De dónde cree Ud. que salió esa manía de cuestionarlo todo: autoridades, leyes, instituciones, costumbres, opiniones …? Esa no era la tradición en China o India. El profesor Herbert Schneidau nos cuenta que la crítica social y política apareció en Occidente, porque la Biblia puso la base para hacerla: la idea de pecado. Schneidau nos enseña las implicaciones de la idea de pecado, y qué pasa cuando se pierde. Su libro se titula Sacred Discontent: The Bible and Western Tradition. (Berkeley, U. California Press, 1977.)

Si no hay pecado, no hay crítica. ¿Qué se va a críticar y por qué? ¿Y al Gobierno? ¿A título de qué? En los pueblos no occidentales no había esa costumbre de someterlo todo a cuestionamiento; llegó importada de Occidente, bajo su forma marxista. Y allí el marxismo, falto de virtualidad cuestionadora, devino en la justificación perfecta para el despotismo incuestionable. Pero el marxismo es otro tema.

Volvamos al liberalismo. Olvidado el concepto del pecado en el siglo XVIII -hasta ser juzgado como no científico, y más tarde antigüalla atemorizadora y neurotizante-, la visión liberal enfrentó tres enormes lagunas, tres grandes vacíos imposibles de llenar: la laguna de la autoridad y de la ley; la de la razón; y la de la moralidad. De allí el nazismo y el comunismo. Veamos. Primero:

La laguna de la autoridad y de la ley, y de sus bases

A partir del siglo XVIII la visión liberal dejó la Biblia a un lado, y olvidó que el estatismo es lisa y llanamente un pecado. Y así la crítica al Gobierno ilimitado perdió un argumento contundente. Es más: autolimitó sus argumentos a los de fondo racionalista, esos que llevan siempre a alguna forma de utilitarismo. “Racionalista”, para el Iluminismo no quiere decir “racional”; quiere decir “sin Dios”, que es otra cosa. Y sin Dios tampoco hay palabra de Dios revelada.

Pero entonces, ¿en base a cuál patrón juzgaremos a los gobernantes? ¿cómo el Jefe -coronado, elegido o como haya surgido- va a ser sometido a crítica? ¿y sus actos, leyes y decretos? ¿cómo sabremos si son razonables, morales y justos? Es más, ¿cómo sabremos lo que es racional, moral y justo, para poder evaluar esas disposiciones? Porque echadas fuera la Biblia y la tradición a que dio lugar, no hay autoridad intelectual indisputable: la sabiduría humana perdió la que fuera su más firme base de apoyo, y la discordia reina entre filósofos y humanistas. Que no pueden ponerse de acuerdo en ninguno de los puntos cruciales como los señalados -racionalidad, moral, justicia-, entre otros. Y si los más grandes sabios no pueden dilucidarse, ¿qué será el pueblo llano …?

Y si la “ley natural” es puramente racionalista y utilitaria, y ya no tiene un fundamento divino -la ley de Dios-, ¿en base a cuál criterio superior va a juzgarse entonces la ley humana, que nos dictan p. ej. los congresantes? Si cuestionamos los libros sagrados, no hay Derecho más alto según el cual cuestionar a las autoridades, que se tomarán ellas mismas por sacrosantas e incuestionables, y a sus dictados; o lo hay a su vez cuestionable, y por tanto insuficiente. Expulsado el pecado del mapa conceptual, y no calificando la tiranía como tal, entonces quedan los argumentos puramente racionalistas y utilitarios en su contra, y en favor de una ley natural que le ponga sus límites a los Gobiernos. Queda abierto el camino a Napoleón, Bismarck, Hitler y Stalin.

La laguna de la razón y la comprensión (o la incomprensión)

No es que los argumentos racionalistas-utilitarios no sean plenamente válidos y justificados. ¡Lo son en su mayor parte! Pero no son fáciles de seguir. Caemos así en la segunda laguna. Porque echado fuera el pecado, la visión liberal no sabe de limitaciones, insuficiencias y fallos que aquejan a la razón y a todas las facultades; deterioros que según la Biblia produjo precisamente el pecado en la naturaleza humana. Con lo cual la crítica al Gobierno ilimitado incomprende, entre otras cosas, la incomprensión (e indiferencia y hostilidad) de la gente ante complicados argumentos puramente racionalistas y utilitarios que no puede seguir o le aburren.

Así el liberalismo contempla impotente cómo los electores se van tras el primer taumaturgo político populista o socialista que aparece en escena con algún cuento de hadas. Y azorado, verá algo peor aún: que tras el fracaso del primer demagogo, se irán otra vez tras el segundo. Y después tras del tercero, y del cuarto … ¡incluso con el mismo cuento! Incorregibles electores. No aprenden.

Napoleón, Bismarck, Hitler y Stalin serán entronizados como Saúl: en olor de multitud.

La oceánica laguna de la moralidad, sus aguas más y menos profundas

Pero es que hay deterioro en otras facultades humanas, entre ellas el sentido moral. En la Viena y la Alemania de los ’30 que describe Mises -en sus líneas y entrelíneas- hay horribles espectáculos. Nazis y comunistas se acribillan unos a otros con sus ejércitos privados. Y augustos profesores son amenazados, expulsados de sus cátedras y apaleados. Y sus libros quemados. Y respetables hogares, consultorios y comercios son saqueados; y hay deportaciones y exilios a granel. Y la guerra: matanzas, carnicerías masivas. Con mujeres violadas, heridos y mutilados, brillantes estudiantes caídos, desaparecidos, presos o enloquecidos; y viudas y huérfanos por doquier. Y los campos de internamiento y las cámaras de gas … ¿Cómo llamar a eso si no puede pronunciarse la palabra “pecado”? Si el pecado no existe, ¿qué es todo eso? No hay respuesta convincente.

Y sin mencionar tales extremos, también se ven muchos amigos que fallan en asuntos menudos, y traicionan. Y pequeñas incomprensiones que crecen hasta hacerse odios y rencores duraderos, y rateros y otros aprovechadores y oportunistas circunstanciales de la desgracia ajena. Y hay quien delata a su hermano por un mendrugo; y silencios demasiado cautelosos, excesivamente prudentes. Hay periodistas, profesionales, supuestos intelectuales y científicos cambiando de bando de la noche a la mañana, o cerrando la boca, y todo por una figuración, o por un sueldo o una coima, sin consideración alguna con la verdad o algo parecido. Porque están las omnipresentes vanidades, tan humanas debilidades. ¿Qué decir de estas mezquindades, cobardías y otras minucias -por comparación a las grandes atrocidades- si tampoco puede hablarse de “pecados menores”? Con el sentido del pecado se perdieron también su dimensión y su criterio de medida.

La visión liberal utópica quedó incapacitada para entender que algo tan simple como el viejo pecado de la envidia es la base de algo tan complicado como puede ser el colectivismo. Y que los pequeños egoístas intereses especiales se suman y engendran los monopolios y privilegios, disimulados tras las leyes enredadas, e inentendibles aún para los abogados; y cuyas tremendas consecuencias son aún más dificiles de entender, sobre todo por los damnificados, la gente común. Y que la mentira es el pan del demagogo. El liberalismo iluminista no entiende que son pecados. Pequeños, grandes y enormes. Como el afán de poder; y no piense Ud. en Hitler o Stalin: lea una biografía de uno de esos que llaman “estadistas”, como el tan respetado y elogiado General De Gaulle. (P. ej. Don Cook, Charles De Gaulle, versión española en Javier Vergara Editor, 1985.) ¡Eso se llama sed de poder, amigos …!

A partir del siglo XVIII los liberales ya no entienden el rol del pecado. Sin embargo, los canonistas y moralistas escolásticos lo entendieron perfectamente en la España de los siglos XVI y XVII. Y también muchos jansenistas. Y los pastores reformados de aquellas épocas: bautistas, luteranos, felipistas y calvinistas. Pero no los liberales de la Viena y la “Gran Alemania” de los ‘30, que se desesperaban. De ahí el profundo y amargo pesimismo de Menger y otros liberales -subrayado por Mises-, que a veces podía llegar a ser muy agrio … algunos se suicidaron. Pero dejemos a los liberales. Vamos ahora a los cristianos. ¿Qué pasó con los herederos espirituales e intelectuales de aquellos canonistas y moralistas católicos, y de aquellos pastores protestantes?

El otro gran problema

Es que no solamente los liberales olvidaron sus raíces; en su mayoría los cristianos también. Hay actualmente un vigoroso pensamiento liberal cristiano, en Europa occidental y en EEUU, en la vertiente católica y en las no católicas también. Hay varios y muy buenos manuales de Economía Política cristiana. (P. ej. Stephen Perks, The Political Economy of a Christian Society, Kuyper Foundation, Taunton, UK, 2001. Perks también escribe sobre legislación y educación cristianas.) Para EEUU y América latina escribe John Cobin. (www.policyofliberty.net) Hay revistas en esta orientación, e incontables Websites. Pero resulta que toda esta magnífica enseñanza liberal “de amplio espectro” no les llega a los sacerdotes y ministros, a las consejerías y a los centros docentes cristianos, ni a los creyentes de los coros y los bancos de las iglesias de las diferentes confesiones o denominaciones. ¿Por qué …? Por distintas razones, todas muy de lamentar:

1) Comenzando por el campo católico: después de parir esa Escolástica hispana tardía de los siglos XVI y XVII, el sólido realismo de Tomás de Aquino fue convertido por sus seguidores en un “sistema” formalista, rígido y espinoso, árido y afectado. Estancado. Inútil para el servicio, hasta hoy. El primer responsable de esto -muy temprano en el siglo XVI- fue el Cardenal Cayetano, según el filósofo francés Jacques Maritain, destacado exponente católico del tomismo. Lo afirma en su delicioso testamento intelectual -tan bueno como el de Mises-: “El campesino del Garona”. (No leo francés pero aún se consigue una buena traducción castellana de la Editorial Desclée de Brower, 1967.) El caso es que el tomismo quedó desde entonces estéril para efectos políticos liberales. Habrá que rescatarlo; y es vital. Pero de momento esa falencia explica muy bien todo el enredo del pensamiento “social” católico con la economía “social” de mercado antiliberal típicamente alemana, reflejado en las oscilaciones de las Encíclicas “sociales”, cuya historia cuenta con informada perspicacia y al detalle Michael Novak (Catholic Social Thought and Liberal Institutions, Transactions Publishers, New Jersey, 1989.)

El rescate del tomismo y su puesta en operación es uno de los dos puntos críticos del programa intelectual para la recuperación política del liberalismo. “Recuperación” de los estragos causados por la enfermedad del Iluminismo. Y el otro punto crítico es el rescate del contenido político de la Biblia, hoy completamente olvidado, hasta por los cristianos en su mayoría.

Los argumentos racionalista-utilitarios tienen entre otros el grave defecto de funcionar cada uno en compartimentos estancos, separados. El panorama no se ve completo. Cuando aparecen, sus elementos van desconectados: leyes justas; función y límite del Gobierno; mercados libres; papel de la familia y del empresario, del lenguaje, de las artes y las comunicaciones; actividad política; desestatización de la educación y ejercicio pleno de la libertad de pensamiento; droga, crimen y cárceles. En las visiones racionalistas-utilitarias, cada una de las partes va como apartada y de su cuenta, difícilmente comprendida fuera de su contexto general. Esas separaciones y desconexiones constituyen las mayores y más escandalosas grietas en el piso filosófico del liberalismo. Lo debilitan.

El contexto general se halla en la Biblia. Y para quien la rechaza y/o la desconoce, o la conoce poco y mal, el contexto es la filosofía realista, de la cual el tomismo -bíblico y aristotélico-, sigue siendo la mejor expresión. El realismo proporciona nada menos que las categorías del ser: naturaleza y esencia, substancia y accidentes o modalidades, materia y forma, causa y efecto, medio y fin. Sin ellas, es imposible pensar coherentemente y en manera consistente con la realidad de las cosas. Y sólo con ellas, el pensamiento liberal puede recomponerse, reconectando otra vez las piezas separadas, cerrando las grietas abiertas. El cemento se llama: pensar sensato. Y el lenguaje ordinario -al menos el inglés y el español- hasta hace poco conservaba las huellas de las categorías ontológicas que permiten pensar sensato. Pero se están perdiendo; y constituyen uno de los pilares de la civilización. Otra materia a rescatar es la gramática, al paso de la lógica.

2) Siguiendo por el campo no católico: en la mayoría de las denominaciones protestantes históricas prevalece todavía el “progresismo” de izquierda que los anglosajones llaman “liberal” (acento en la “i”), tanto en el clero como entre la feligresía. Vale decir que aún se pagan las fatídicas consecuencias del daño que al cristianismo le hizo el romanticismo del siglo XIX, reacción desenfocada e histérica contra el racionalismo y el utilitarismo.

3) Ni hablar de nuestros hermanos los cristianos ortodoxos orientales, todavía enredados con el anticapitalismo de Hegel y el marxismo, y despotricando contra los pacíficos comerciantes. Ellos están convencidos de que el desorden anárquico posterior a 1989, y que es nada más que otro tipo de injusticia grave, es libre mercado.

4) Y en lo que nos toca más de cerca a los hispanos, las denominaciones evangélicas, en su mayoría pentecostales, aquellas que no han vuelto a la Teología de la Liberación de los ’70, están por completo absorbidas en lo que se llama “Teología de la Prosperidad”. Que pese al nombre, es una versión ligeramente cristianizada de la “Confesión Positiva” del Movimiento de la Nueva Era, de inocultables raíces ocultistas. En otras palabras: “reclame su milagro”. Y esto incluye salir de la pobreza por milagro -como si Dios no hubiera puesto leyes naturales y mandamientos-; y para colmo no milagro de Dios, sino de la propia fe de uno mismo, “declarando”. (Hay mucha valiente literatura que denuncia esta mistificación, en su mayor parte traducida al español y disponible, comenzando por “La Nueva Era” del Pastor Dr. Walter Martin; aunque ese es otro tema.) Pero, ¿y la Biblia? ¿No la leen? Sí la leen, y memorizan versículos que repiten. Pero desafortunadamente son enseñados -fuera de toda Hermenéutica- a recitar nada más que pasajes aislados, interpretados de manera antojadiza y fuera de contexto, desde luego en modo favorable a “reclamar su milagro”. Estos cristianos no se han enterado que esa misma Biblia que cargan bajo el brazo, incluye todo un credo político, ni que pone límites a los Gobiernos. Y mientras esperan su milagro -y ya sin conexión ni lazo con el cristianismo histórico ni el pensar sensato-, se van tras cualquier caudillo populista de izquierdas que les reitere la promesa de “redención social”.

Este problema me parece todavía más grave que el de la inoperancia política de los liberales. Significa que los cristianos ya no somos la sal de la tierra ni la luz del mundo, como se nos manda en las Bendiciones del Sermón de la Montaña, según el Evangelio de Mateo (Mt. 5: 13-16). Por eso el deterioro del mundo, puesto que le falta la sal que lo preserve. Y sal que no sirve se arroja fuera, dice allí mismo. Y seguidamente dice que la luz debe ponerse en el centro de la estancia. Por eso el mundo anda sin luz y a oscuras, porque nosotros ya no le mostramos las leyes reveladas, cuya sabiduría da precisamente a los pueblos testimonio de que Dios es real, como se indica en Deuteronomio (Dt 4: 6-8). Por eso tantos ministros eclesiásticos y jefes religiosos cohonestaron los regímenes nazi y comunista.

¿Hay remedio?

Claro que lo hay. Como primer punto, hay que formar una corriente de opinión liberal. Lo más numerosa posible. Llamo a esto “liberalismo de base”. Con talleres, seminarios y conversatorios de formación. No sólo de Economía. Y hablamos de opinión pública; vale decir, del público. De gente de la calle, no sólo profesores y políticos. Y a la gente de la calle hay que empezar por hablarle de lo que ve y oye todos los días; no sólo en la prensa escrita y los “best sellers” populares, sino -y sobre todo- en las letras de las canciones pegadizas, los libretos de las telenovelas, las series y programas de TV y radio, las películas, y los textos e imágenes de los anuncios publicitarios. ¿Qué dicen? ¿Qué muestran? ¿Por qué? ¿Y qué repiten? ¿Qué enseñan? Porque por allí comienza el adoctrinamiento estatista, y en todas las filosofías relacionadas, distribuidas masivamente y en versiones populares, a fin de apuntalar el estatismo en las mentes y corazones de la gente, desde la niñez, ¿o no? De ahí recién se puede pasar a los discursos de los políticos.

A la gente de la calle hay que empezar por despejarle malentendidos, como el de la “guerra antidroga”, verdadera causa de tanta balacera en las calles y tanto sufrimiento en las prisiones atestadas. O ese otro de la partidofobia. Enseñarle que el mal no son los partidos en sí mismos; es el estatismo. Deshacer frente a sus narices todas las series de “mentiras en cadena”, edificadas para no tener que admitir el fracaso del estatismo en todas sus acciones. Y tumbarle los mitos estatistas, desde los más viejos como el de la planificación, hasta los más recientes como el modelo socialista de los Derechos Humanos elásticos y estirables tipo ONU. Enseñarle a pensar sensato. A no confundir lo público con lo privado, ni la democracia con el intervencionismo. Enseñarle el liberalismo olvidado, p. ej. la justicia resarcitoria y compensatoria, por cierto de base bíblica. Claro, por supuesto, ¡el liberalismo verdadero no es “políticamente correcto”!

Y la gente de la calle resulta en su gran mayoría creyente. Cree en la santería, la astrología o el tarot, en los espíritus desencarnados de la Teosofía o en los OVNIS; pero la mayor parte de la gente normal abriga alguna creencia religiosa de alguna especie. Pues entonces los cursos, seminarios y folletos liberales no deben rehuir esa materia: liberalismo y religión. Al contrario, ha de tratarse; y mejor cuanto antes en el plan de formación. Con la extensión y profundidad que amerita, y de manera competente. De otro modo, ¿cómo lograr una amplia corriente de opinión favorable? Y esta materia va muy unida, por supuesto, a otra que es como su hermana gemela: liberalismo y filosofía.

Porque así como es creyente, la mayoría de las personas es ayuna en Filosofía. Habrá que darle su alimento; todo el que sea necesario. Eso se llama alfabetización filosófica; y es urgente, para todo el mundo. Y si en el trámite aparece alguien -cristiano o no- que no está bien enterado del contenido exacto del cristianismo, pues se le informa. Eso se llama evangelización; y no está de más para nadie, todo lo contrario. Incluyendo a quienes se profesan cristianos.

Como segundo punto, hay que hacer de esa corriente de opinión liberal, un partido político. Eso surge un poco automáticamente, y en paralelo, junto a -un tercer punto- levantar fondos. ¿Cómo recoger dinero? Antes que nada, pasando la raqueta después de cada sesión de trabajo. Que la gente pague por la educación que recibió. Al principio no espere Ud. fuertes donativos. Las grandes bolsas -aludo aquí a banqueros y empresarios locales- no se abren hasta que sus dueños no ven movimiento. Muéstreles movimiento, y las sumas elevadas llegarán; pero entonces, cuide mucho que su empleo -no el dinero, que no es malo en sí mismo, ¡todo lo contrario!- sea exclusivamente en medios conducentes y condignos con los fines y objetivos. Y los medios no se justifican por los fines, porque estos también requieren a su vez justificarse, y eso es con una norma superior. Por eso la misma tabla de valores que justifica o no a los fines, sirve para medir a los medios también. A este respecto conviene no perder de vista el sentido del pecado, ya que nadie tiene inmunidad, ni Ud. ni yo, sobre todo en este terreno tan fangoso de la política, ¿no le parece ….?

Y a propósito de la política, ¿cómo comenzar con el partido? ¿por dónde? ¿con quiénes …?

Es el tema de otro ensayo, el siguiente, si Dios permite, DE VUELTA A LO BÁSICO: FÓRMULA PRÁCTICA PARA ENCENDER LA CHISPA DE UNA REVOLUCIÓN LIBERAL, con perdón de Lenin.

Si por gentileza me siguió hasta aquí, ¡MUCHAS GRACIAS! Y espero le haya sido de servicio.

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