Retomemos el debate
La democracia requiere ciertas condiciones políticas, sociales, económicas y culturales que hagan posible y efectiva su reproducción como tal mediante la participación autónoma de los ciudadanos en la vida pública. La representatividad de los gobernantes y de sus políticas y el ejercicio pleno de la ciudadanía implican una sociedad conformada por una pluralidad de actores con autonomía organizacional y de conciencia, con alto nivel de intervención y activa participación política, en un marco de integración y desarrollo material, institucional y cultural en torno a la idea de pertenencia a un mismo sistema político y a una comunidad con una historia colectiva común, todo lo cual delimita y da sentido a la libertad positiva, es decir, a un tipo de libertad que no se agota en la no interferencia estatal y en la independencia individual legalmente regulada sino que supone esencialmente la actuación plena de los actores sociales y políticos en los asuntos públicos.
La experiencia de Venezuela dista mucho de la descripción hecha en el sentido en que lo que realmente observamos en un régimen sumamente débil en materia de institucionalidad, rico en protagonismo y personalismo, tendencia a la movilización más no a la participación, baja representación y pluralismo, fragmentación de la sociedad venezolana, actores políticos poco creativos y autónomos con respecto al ejecutivo, y naturalmente un sin fin de demandas por resolver desde el punto de vista social con la gran paradoja de tener la alcancía a reventar de recursos.
La democracia no es sólo un ideal, una ilusión y aspiración es también y ante todo una realidad, un régimen político que se construye, mejora y transforma positiva y también negativamente. Una democracia requiere ante todo de instituciones, procedimientos, programas, y un clase política consustanciada con un credo y quehacer democrático y no simplemente unos acólitos pasivos, dependiente y seguidores del caudillo de turno. América Latina indiscutiblemente asume en esta primera década del nuevo milenio una recaída, que es la expresión de los errores reiterados y la falta de voluntad de nuestra clase política de transformar unos países, sociedades y economías que no son “modernas”, con saldos desastrosos para nuestros ciudadanos.
De manera que hasta tanto no logremos una transformación de nuestras economías, aumento de la productividad, generar empleo, alcanzar una educación de cierta calidad y en la medida de excelencia, siempre estarán abiertas las puertas para la emergencia de liderazgos de diverso cuño, con propuestas y mensajes vagos, poco proclives a la democracia y naturalmente desfasados con las condiciones que la globalización no impone. Estos liderazgos seguirán reproduciendo viejos esteriotipos de corte populista y demagógico que se disuelven en la nada como ha pasado en la Venezuela contemporánea que teniendo las arcas llenas de plata no somos capaces de producir progreso, desarrollo, productividad, infraestructuras y en general un nivel de vida digno de nuestros engañados sectores populares que “todavía” creen en cuentos de caminos y de espejitos al estilo de la colonia.
Venezuela necesita seguridad social, instituciones disciplinadas y sólidas, un vigoroso Estado de Derecho, garantías y respeto irrestricto a la propiedad privada, independencia formal y real de poderes, elecciones periódicas y confiables, partidos políticos modernos con agendas y programas, sectores privadas competitivos, preactivos y pujantes, y llanamente, necesitamos establecer una democracia no de individuos sino de ciudadanos.