Represión en los cuarteles
La Venezuela contemporánea no sabía de la directa e inescrupulosa represión al interior de los cuarteles. Suponemos, varias décadas atrás pudieron presentarse algunos hechos que incomodaran o indignaran al personal militar que hacía frente al golpismo y a la guerrilla, sin llegar al nivel actual de un escándalo imposible de reprimir. E, incluso, en ocasiones, nos hemos permitido explorar las particulares relaciones de los sectores civiles y castrense de entonces, a propósito de las denuncias sobre la violación de los derechos humanos que determinado sector político cabalgaba, tratando de reconceptualizar esas relaciones, pero aún no encontramos los precedentes de la situación hoy conocida (por ejemplo, véase el diario “El Nacional”, 10/01/02 ).
Siempre insistiremos, por menos de lo que ocurre en el presente, la era del “puntofijismo”, si puede caracterizarse así, implosionó. El ardid presidencial, impúdico y vanidoso, ha fracasado estrepitosamente. Es difícil, en la nueva versión del autoritarismo, ocultar los hechos cuando a la oposición democrática, incluyendo a los medios de comunicación, no se le puede condicionar suficientemente, abriendo las válvulas de la realidad. La pretensión de coexistir con la disidencia, administrándola como un recurso de legitimidad para un régimen que existencialmente no la acepta, resulta algo más que una infección gástrica.
Consabido, la inicial relación y subestimación de los hechos evidentemente punibles, agotado el histrionismo presidencial, se ha estrellado contra la tozuda verdad. Poco importa al oficialismo el dolor de los familiares, la tristeza de la corporación armada y la consternación de la colectividad, pues, lo ocurrido, forma parte del engranaje de supervivencia a cualquier precio que el poder ha establecido –reconozcámoslo- antihistóricamente. Sale a escena un ministro que nada tiene que ver con las informaciones y demás materiales de inteligencia que corren por las venas y arterias de Miraflores y mucho con el guión que exhala palacio. En lugar de renunciar el ministro de la Defensa y el comandante de la guarnición del Zulia, lo hace el antigüo oficial subalterno levantando toda suerte de sospechas.
No estamos ante una crisis de conciencia del ministro Chacón, el renunciante, sino frente a una operación teatral de pésimo gusto. Pieza ascendente del poderoso Grupo Cabello, cumple con el papel asignado, como si fuese fácil asumir la ingrata función de “chivo expiatorio” para la cual es necesaria la conjunción de precisas circunstancias que empañen la realidad, al igual que un nivel de prestancia o catadura que le conceda alguna trascedencia al gesto. Por el contrario, la expiación tiende a ser grata cuando el sacrificio guarda relación con los “servicios prestados” al gobierno y, específicamente, al Gran Dispensador. Probablemente, una alta condecoración, un cargo diplomático o el protagonismo político después de hacer méritos burocráticos, sea el corolario de tamaña gesta.
Asistimos a un proceso de putrefacción ética que las maniobras del régimen no lograrán detener. Ya es pasado, pasado inmediato, para un país que lo cultiva como una suerte de rincón del desprecio y, a la vez, mítica celebración del reencuentro y reconciliación. Deshecha la careta con increíble prontitud, cuando dijo sostenerla la retórica de redención social, incumplida e incumplible según el canón chavista, es cuestión de días o de meses la solución electoral a la crisis planteada. Esta no podemos arrastrarla más, inyectándole hidrógeno para engañarnos con el paisaje hecho de papel y acuarela, como ocurría con Rosal del Virrey, el pueblo inflado por la demagogia del senador Onésimo Sánchez, según contara Gabriel García Márquez.
APRENDIZAJE VINOTINTO
El triunfo de la oncena venezolana sobre el prestigioso Uruguay, ha traído el aliento que tanta falta hace al país. Abusando de la legítima emoción que nos embarga, es necesario trasladar al medio político la contundente lección que arroja el deportivo.
La victoria alcanzada no es fruto de un milagro repentino, sobrevenido y espectacular. Ha sido difícil la andanza para conquistar un nivel de competencia que nos haga ganadores en un mundo difícil y complejo. La paciencia y el esfuerzo persistente, constituyen las claves de una proeza que es la del optimismo. Además de la acertada conducción, los miembros del equipo, títulares, suplentes e, incluso, aspirantes a integrarlo, ponen a prueba el talento y la destreza para abrir los cauces del triunfo, asimilando las derrotas.
El desplazamiento pacífico e institucional de Chávez no puede correr por los rieles del azar, rodando también el sucesor que únicamente la ciega apuesta concederá. No hay milagros repentinos, sobrevenidos y espectaculares en la trama del poder, pues, a la postre, resultará más costosa la marcha impredecible de una locomotora que – ¡tamaña diferencia! – engancha a millones de venezolanos. El revocatorio del mandato presidencial está inscrito en la urgente reivindicación de la democracia, punto de partida hacia la prosperidad y la equidad, que obliga a una estategia paciente y persistente, donde el talento y la destreza hablen de una innovada convicción ciudadana, la que levanta sus señales sobre el profundo respeto a la dignidad de la persona humana.
El fútbol venezolano tiene en su haber grandes conquistas que el Estado no ha sustentado diligentemente. Es la empresa privada la portadora principal de los recursos que la oncena estelar ha necesitado, promoviéndola adecuadamente. La dirección del equipo no ha dependido de los caprichos burocráticos ni luce hipotecada por los afanes diz que revolucionarios del momento. Ya es tarde para que el gobierno goce publicitariamente del avatar deportivo, quizá como la Junta Militar disfrutó de los logros argentinos en el remoto mundial, a pesar del hecho incontestablemente revolucionario que comporta en los anales del deporte patrio.
La recuperación del Estado hoy vapuleado, demacrado y presto a cuidados intensivos, sugiere el reconocimiento de la labor realizada por las sociedades intermedias o lo que el liberalismo asume como la sociedad civil. El carácter subsidiario y solidario que el humanismo cristiano le otorga, acepta y estímula la aparición y el desarrollo de la iniciativa privada en consonancia con el bien común. Notamos un desprendimiento de los sectores empresariales que, aceptando la particuaridad del medio deportivo, lo respeta y promueve. Acaso, valga la nota, sobre todo en los medios audiovisuales, es urgente que su participación en los hechos políticos sea enriquecida, estimulando un liderazgo que desea pisar y consolidarse en el terreno de las realidades susceptibles de soñar, y, en definitiva, confirmando los hechos que son políticos y no se agotan exclusivamente en lo mediático.
Loa Venezuela de los tres goles de Montevideo o la del ganador en el juego inaugural de las Grandes Ligas, marca un camino que también lleva a otros horizontes. Tenemos derecho a optimismo.
SINDROME GOMECISTA
La dotación de los delincuentes comunes ha aumentado. Prácticamente, gozan de una artillería que deja atrás la cándidez de un puñal o navaja, un bate o revólver de los viejos predecesores. El Estado, teóricamente monopolizador de la violencia legítima, no ha respondido frente al arsenal del que dispone lo que, potencialmente, es una emulación del Estado mismo.
Al reprimir las manifestaciones de la oposición democrática, esas armas han salido al baile por obra de los contingentes defensores del régimen, incluyendo los gases algo más que lacrimógenos. Digamos que sirven para el cruento asalto personal o el despojo de un local comercial, como ha ocurrido, a la vez que enarbolan la terca voluntad de permanencia del poder. La Ley de Desarme, promulgada tiempo atrás, es un saludo más del autoritarismo que ha tomado un camino insospechado para los consagrados tratadistas de la revolución.
Agreguemos la existencia militante de treinta mil reservistas, arengados y utilizados por el gobierno so pretexto de una reactivación de la fuerza legalmente establecida. No hay ni sería aceptado, una expresión de los reservistas creyentes en la democracia, pues, Chávez y la jefatura operacional del llamado Comando Ayacucho, como antes Chávez y el MRB-200 o MVR o Comando Político de la Revolución, son el Estado.
Tenemos la convicción de la guerra civil como un presupuesto programático del régimen. La vaticinó incansablemente y, ahora, queda como un recurso desesperado de su permanencia en el poder. No hay condiciones ni cirunstancias objetivas y subjetivas para incurrir en tan gigantesco “desliz”. Empero, las armas que están en la calle, procurarán encender la mecha humedecida de una guerra que está alojada solamente en la febril mente de la cúpula gobernante.
Pretextos ha fabricado Chávez para dar una batalla definitiva, frontal y sagrienta con una oposición de muy distinta catadura a la que supuso. Un suerte de síndrome gomecista le acompaña, pues, no olvidemos que el Brujo de La Mulera imaginó, convenciendo a la Venezuela de 1913, un golpe de Estado al que salió a combatir heroicamente, paralizando de miedo al país. Esta vez, es imposible que el Gran Dispensador nos convenza de una guerra civil o un golpe, un magnicidio o una lluvia de meteoros, a menos que él produzca artificialmente la catástrofe. Sin embargo, para ello es necesario derrochar un poco de talento malévolo.
APUNTES SOBRE EL REGRESO AL POSITIVISMO
Distintas etapas ha cubierto ideológicamente el país. José Rodríguez Iturbe ha disertado sobre la ideología de la emancipación, del positivismo liberal y de la democracia. Estimamos, el positivismo caló muy hondo y sobreviven algunos de sus llamados.
En efecto, a juzgar por el viejo ensayo de Arturo Sosa Abascal, “El pensamiento político positivista venezolano”, con debilidad y fuerza sobreviven algunas de las creencias de la escuela que sirvió de sostén esencial al (neo) gomecismo. Enunciemos tres aspectos: la necesidad del “cesarismo democrático”, capaz de poner orden, paz y progreso a un pueblo díscolo e inepto, así como la confluencia de los elementos geográficos y étnicos que marcan el destino.
La ideología democrática que comenzó a implantarse firmemente a partir de 1958, pareció agotarse cuarenta años después. Surgió una supuesta alternativa radical, mencionada como bolivariana, que refrendó –en última instancia- la aparición repentina de un caudillo con el entero mandato de redimirnos, desde los más bajos estratos de la sociedad, refrendando –ésta vez- su carácter democrático. Ante la debacle del rentismo petrolero (y petrolífero), Chávez emergería como el gran justiciero, reclamando consistentemente todo el poder. De poco o nada valen las instituciones, pues se trata de toda una amplia delegación histórica que, consabido, ha traído la inestabilidad y el desastre, por lo que –en la otra acera- se asoman los antigüos vestigios del positivismo con la demanda de orden, paz y progreso a toda costa y, por si fuera poco, ante el emblemático llanero, ayer glorificado por la intelectualidad positivista, apela a los prejuicos raciales para intentar calcinarlo o liquidarlo en las hormas de la legitimidad que vendrá.
Del mismo modo que algunas generaciones creyeron que la mejor obra de gobierno residía exclusivamente en las grandes edificaciones y autopistas, transformando el medio físico a lo Pérez Jiménez, muchas de las actuales solicitan gigantescas inversiones públicas, a la vez que avanzan, reapareciendo, enfermedades que supusimos definitivamente superadas. Trascender el rentismon o es punto esencial de sus preocupaciones, sino ensancharlo, ampliarlo, agotarlo, como si no estuviese ya agotado, es el otro tenor de las demandas que –igualmente- cabalga el chavismo.
El reto del orden, la paz y el progreso, si fuere el caso citarlo, fue alcanzado en la era ideológica de la democracia, sin sacrificar la libertad y la democracia misma. Otros desafíos llamaban a la puerta, pero las puñaladas de 1992 obligaron a abanderar nuevamente esas consignas, como si saliéramos del siglo XIX, en lugar de relanzar al país hacia las metas del trabajo productivo y la competitividad, amén del perfeccionamiento de la institucionalidad democrática. Caldera levantó las banderas de la estabilidad después de 1993, dejando a su suerte otras que dijo tomar, abandonándolas luego, el nuevo cesarismo democrático.
Hoy, un sector de la opinión pública, con su “chavismo estético” a cuestas, como lo denominaría acertadamente Tulio Hernández, no sin darle armas al régimen, pide orden y concierto a cualquier precio y, por si fuera poco, apela al argumento racial para descalificar al ocupante de Miraflores. Apuntemos igualmente, con Ricardo Sucre Heredia, que el asedio de los problemas fue o ha sido tal, permitiéndose la ciudadanía respuestas autoritarias, simples, primarias o inmediatas ante su desgracia, esgrimiendo toda suerte de estereotipos, donde los medios audiovisuales realizan sus aportes.
Al retomar viejas lecturas, en estos días supuestamente vacacionales, he tropezado con un ejemplar de la revista ”Nueva Política” de marzo de 1999. Compilación de ensayos y discursos de Pepe Rodríguez Iturbe, nos reencontramos con un diagnóstico valiente y contundente de la situacion que aún perdura. Por ejeplo, señala que, “en la República mediática, como cada quien juzga según su condición, se ha hecho patrón generalizado la desconfianza” y, si constatamos que Chávez ha confiscado para sí los medios de comunicación del Estado, convenimos que también su “irracionalidad se aprovecha del insaciable apetito de imagen del telepopulismo”.
Desterrar el fenómeno que comporta y suscita Chávez, significa idear, plasmar, difundir y debatir un renovado mensaje democrático capaz de alterar la cultura dominante, evitando los retrocesos. E, igulmente, participar todos de los espacios públicos, reconociendo la misión específica que cada uno tiene en ellos, pues, como lo observó el Pepe en una conferencia dada en la Escuela Básica de las Fuerzas Armadas Nacionales, por 1993: “… Cuando las cosas se salen de su sitio y los empresarios pretenden pensar y actuar como políticos o los políticos caemos a veces en el riesgo de pretender pensar y actuar como militares, o los militares como empresarios o políticos, la salud de la República se resiente”.