Opinión Nacional

¡Renuncie Presidente!

Venezuela, nuestra patria, se hunde en la abyección, Sr. Presidente. Y nadie más responsable por esta espantosa catástrofe que usted. Ha sido usted quien luego de seducir con la melodía de la justicia, la igualdad, la decencia y la honestidad ha convertido a la nación en un estercolero. Ha hecho lo que todas las revoluciones han hecho desde que existimos como nación independiente. “Las revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillaje más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes desordenes y desafueros, corrupción y una larga y horrenda tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran número de venezolanos”. Para su información, que con absoluta seguridad no lo sabe, lo escribió un venezolano, Luis Level de Goda, en su Historia Contemporánea de Venezuela en 1893.

¿Qué se puede esperar de un gobierno presidido por quienes se asomaran a la política asesinando inocentes y causando daños irreparables al tejido social y material del país sino que proliferen los asesinos y se multipliquen los asesinatos? Qué se puede esperar de un gobierno de golpistas y asaltantes de camino que no sea la corrupción más desenfrenada y la irresponsabilidad sin medida? ¿Qué se puede esperar de un presidente que pretendiera asaltar Miraflores y La Casona bombardeando sus portones que no sea la destrucción sistemática de nuestra infraestructura, el derrumbe de nuestras más señeras obras de ingeniería, la ruina de nuestra infraestructura vial?

Hemos llegado al llegadero, Sr. Presidente. He aquí su gran obra: haber convertido a un país que fuera orgullo de las democracias cuando por doquier asolaban dictadores militares de su misma calaña, en una satrapía de una isla miserable. Haber convertido a sus hijos en asesinos, haber traído el sufrimiento sin medida a nuestros hogares. Si Usted, en el fondo de su corazón, mantiene aún una pizca de decencia y un adarme de grandeza: renuncie.

No envíe a sus capitanes y suboficiales a prevenir contra la indignada reacción de nuestra sufrida población. No le deje la palabra a quien tuviera el triste derecho de asaltar un canal de televisión y comandar al pelotón de infelices que dieran muerte alevosa a humildes trabajadores venezolanos. Tenga el coraje que nunca tuvo, salga a la palestra, de la cara por tanta ignominia y ponga el cargo a la orden. No necesita asfixiarnos en su palabrería sin medida y en sus abusos sin cuartel: basta con esos segundos del 4 de Febrero de 1992: «Vistas las circunstancias de que soy responsable, pongo el cargo a la orden».

Sería una manera de comenzar a redimirse ante tanta barbarie. La patria se lo agradecerá.

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