Renuncie, Presidente
¡Renuncie, Presidente! Esa sería la exigencia que una oposición política seria, digna y honorable, a la altura de las circunstancias y responsable ante el pasado, el presente y el futuro de su patria, le hubiera planteado ya hace horas a quien, dirigiendo los destinos de un país decente, hubiera sido desenmascarado ante el mundo como un mandatario irresponsable de su alta investidura, coaligado con las narcoguerrillas de un país vecino y embarcado en la aventura de destruir sus bases morales, jurídicas y culturales. ¿Cuánto tiempo permanecería en el cargo un presidente de Francia descubierto en tratos con la ETA, a quien le hubiera suministrado refugio, dinero, protección y armamento de alto calibre para derrocar al gobierno de Rodríguez Zapatero? ¿Cuánto tiempo tardaría la Comunidad Europea en exigirle su inmediata dimisión y someterlo a la jurisdicción penal de la justicia francesa y la Corte Internacional de La Haya?
¡Renuncie, Presidente! Sería la exigencia que una Fuerza Armada Nacional consciente de su altísima responsabilidad en el resguardo de la sobrevivencia y soberanía nacionales le plantearía a un General en Jefe aliado y en connivencia con un ejército extranjero y responsable del asesinato de decenas y decenas de sus miembros uniformados. ¿Es de imaginar la reacción de la OTAN ante un presidente europeo al que se le descubriese tratos, acuerdos secretos y financiamiento con Al Qaeda y el integrismo talibán, responsables por la voladura de las Torres Gemelas?
Ni Zapatero, ni Sarkozy, ni Angela Merkel ni ningún otro jefe de Estado de cualquier país europeo hubiera sobrevivido un segundo a las implacables conclusiones de INTERPOL dadas a conocer este jueves 14 de mayo. Es más: no hubiera sobrevivido al 11 de abril y lo más probable es que estuviera pagando una pesada condena por los homicidios causados entonces por sus tropas de asalto. No es necesario ir tan lejos. En los mismos mil días de gobierno que culminaran entre nosotros con la aparición nada providencial de un general que lo rescataría del fuego implacable de la historia y lo repusiera en Miraflores para seguir cometiendo sus iniquidades, en Chile las fuerzas armadas depusieron a un presidente y asumieron el control de la Nación por razones muchísimo más nimias que las reveladas por las computadoras de Raúl Reyes. Tengo autoridad moral para señalarlo: no sólo no fui, no soy ni seré jamás un golpista. Fui condenado al destierro por quien protagonizara dicho golpe de Estado.
El teniente coronel Tejero fue condenado por la justicia española a veinte años de cárcel por protagonizar un inocuo golpe de Estado, que no derramó una sola gota de sangre. Un castigo merecido y ejemplarizante. En Venezuela, quien fuera el máximo responsable por dos golpes de Estado que derramaron cuantiosa sangre y provocaron graves e irreparables daños materiales y políticos, se permite sobrevivir a los gravísimos delitos revelados por el jefe de las narcoguerrillas colombianas. Ante el ominoso silencio de quienes debieran estar exigiendo su inmediata renuncia. Y la catalepsia de una sociedad aquejada de una grave enfermedad espiritual.
Hoy se pasea en Lima ante la complacencia de sus pares. Todos miran de soslayo y extienden la mano ante una eventual chequera. Incluso aquellos que debieran honrar la tradición democrática, pacífica y republicana a la que se deben. Venezuela y Latinoamérica chapotean en el estercolero de su infamia. José Miguel Insulza es el más craso ejemplo. Da asco.
¿Habrá quienes honren lo que nuestra sociedad civil espera de ellos? ¿Habrá quienes asuman el peso de la historia y salven la Patria en peligro? ¿O esperaremos insensibles hasta alcanzar el último grado de la degradación moral? De la respuesta a estas sencillas interrogantes depende el futuro de la Patria.