Opinión Nacional

Reinserción Social de Delincuentes es una Falacia

Mi primer trabajo profesional consistió en ser parte de la unidad de la Guardia Nacional a cargo de la seguridad externa del “Centro de Reeducación y de Trabajo” para transgresores de la hoy extinta Ley Contra Vagos y Maleantes, cuyo nombre actual es “Centro Penitenciario de Oriente”, pero siempre ha sido mejor conocido por los venezolanos como La Cárcel de El Dorado; posteriormente, durante los dos años que estuve al frente de la unidad a cargo de gerenciar las responsabilidades institucionales la Guardia Nacional en el entonces Territorio Federal Delta Amacuro; debí ejercer—en casos de delitos comunes graves—las funciones de policía judicial, ya que el Cuerpo Técnico de Policía Judicial de esa jurisdicción, sólo contaba en ese entonces, con un profesional; el Sub Comisario a cargo de la delegación de la PTJ—el resto de sus funcionarios eran policías municipales “prestados” a la delegación; y los empleos que ocupé durante mis últimos cuatro años como oficial activo de la Guardia Nacional, fueron los de Inspector General y Jefe de la División de Inteligencia y Contra el Vicio, de la Policía Metropolitana de Caracas.

Pude desempeñarme apropiadamente en esas tareas, porque la Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación (EFOFAC), capacitaba a sus egresados en derecho penal, criminología y otras ciencias y técnicas policiales—esa capacitación unida a los más de 20 años de experiencia profesional, me llevan a concluir que la reinserción social de los delincuentes; aunque es una muy sentida esperanza de muchos profesionales y de variadas concepciones políticas socialistas, social-demócratas, y social-cristianas, es una falacia.

Y es una falacia porque está fundamentada en las falsas premisas de que el fenómeno delictivo es una consecuencia directa de la ausencia total o de una limitada educación (formal y / u hogareña); de experiencias traumáticas (tanto físicas como psicológicas) durante la niñez y la adolescencia, y de la pobreza y la miseria (entre otras falsas premisas); cuando la biología ha comprobado científicamente; y más allá de toda duda razonable, que todo ser humano es un animal: un primate y mamífero perteneciente a la familia de los grandes simios (Hominidae), y que desde que nace, está equipado mental y físicamente para perpetrar cualquier delito, si se le presenta la oportunidad—pero que puede o no llegar a convertirse en un delincuente—todo depende de su muy individual e único genoma (el conjunto de sus genes, que entre otras cosas definen cual será su personalidad y su comportamiento social).

Este fundamento científico biológico de la aparición o no, del comportamiento delictivo, es abrumadoramente comprobado por los hechos: por un lado tenemos a enormes multitudes de seres humanos (los hay en toda cultura; sin excepción), que a pesar de haber padecido las calamidades sociales arriba citadas como causas del comportamiento delictivo, nunca delinquen—todo lo contrario, se desempeñan como ejemplares madres, padres y ciudadanos respetuosos de la ley y de las buenas costumbres—mientras que por el otro lado, está el omnipresente fenómeno de la reincidencia delictiva, y abundan los ejemplos de individuos (de toda cultura humana; sin excepción), que a pesar de haber nacido en hogares pudientes y de haber alcanzado los más altos niveles de educación formal, perpetran todo tipo de delitos—y el ejemplo más protuberante de todos los que pueden señalarse, es el de los sacerdotes católicos romanos—muchos de los cuales son doctores en teología cristiana, pero que al mismo tiempo son predadores sociales; cometen uno de los crímenes más abominables: son pederastas.

Es decir, las calamidades sociales que son constantemente enumeradas como configurando un ambiente que predispone al delito, son falsas premisas. El comportamiento delictivo, puede ser manifestado por cualquier persona, independientemente del ambiente social en el cual haya nacido o viva.

Desde que el intelectual italiano; Ezechia Marco Lombroso, mejor conocido como Cesare Lombroso, (1836-1909), considerado como “El Padre de la Criminología”, afirmó que el comportamiento delictivo era hereditario y que los delincuentes podían ser identificados por sus defectos físicos, que “demostraban que eran personas atávicamente salvajes”, la ciencia ha tratado de hallar evidencias sobre la existencia de una “mente o mentalidad criminal”—incluyendo la teoría de que los hombre nacidos con un tercer cromosoma sexual; específicamente, la combinación XYY, son “criminales innatos”—pero ninguna de esas teorías ha sido probada; más bien, los hechos demuestran constantemente, que todo ser humano; es decir, cualquier ser humano, es completamente capaz (mental y físicamente) de perpetrar delitos: es parte de su naturaleza.

Las doctrinas de la reeducación y reinserción social de los delincuentes, también se basa en la falsa premisa, del filósofo británico Thomas Hobbes, quien dijo:

“Common-peoples are like clean paper, fit to receive whatsoever by Public Authority shall be imprinted in them”

[“Las personas comunes son como un papel limpio, adecuado para imprimir cualquier cosa que quiera la autoridad pública”—lo que ha sido interpretado como: “la gente nace con la mente en blanco y en consecuencia, todo comportamiento es aprendido”]

Esa falsa premisa es desmentida diariamente, por comportamientos innovadores que se le ocurren a numerosísimas personas, sin que estén imitando a nadie, ni lo hayan aprendido de alguien—y que son imitados o no, por las demás personas que llegan a observarlo o conocerlo: son los individuos los que deciden cual comportamiento aceptar—independientemente de la información de la que dispongan y de la enseñanza a la cual hayan sido sometidos.

Las falsas premisas sociales sobre el origen del comportamiento delictivo; también se basan en la también falsa premisa del filósofo británico John Locke, quien dijo:

“El hombre es bueno, y la sociedad lo corrompe”

Cuando la premisa correcta; es la que acuñó el filósofo francés Jean Jacques Rousseau, quien dijo:

“El hombre es malo, y la sociedad lo corrige”

Y la verdad contenida en esta premisa rousseauniana, puede comprobarse hasta en los salones de clase de la educación preescolar, donde los maestros y maestras, tienen que enseñarle a los niños a como comportarse en una forma socialmente aceptable, refrenando sus naturales instintos a ser egocentrista y reacio a compartir sus “propiedades” (juguetes y otros artículos con los cuales los han dotado sus padres y / maestros) con otros niños.

Esto no quiere decir, que debamos abolir—por totalmente inútiles—todos los programas dedicados a ayudar a los delincuentes, dotándolos de conocimientos y destrezas que le permitan optar por un modo distinto y socialmente aceptable de ganarse la vida—distinto al delito—sino que debemos reconocer que estos programas NO GARANTIZAN que los delincuentes no volverán a delinquir; y que el viejo aforismo de “el que la hace la paga”, no sólo es una ineludible responsabilidad estatal y social que debe mantenerse firme para evitar la oprobiosa tragedia de la impunidad, sino que además reitera constantemente la vigencia de una fundamental premisa para poder mantener a la civilización: toda persona (sea hembra o varón; infante, adolescente o adulta), debe aprender a responsabilizarse de sus actos.

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