Opinión Nacional

Recalentamiento global y longevidad

Una reflexión que me hago frecuentemente está relacionada con el avance del tiempo y la condición humana. Cada uno de nosotros efectúa el camino inexorable que nos conduce al fin de la vida. Sin embargo muchas veces nos apartamos de esa idea y decidimos vivir el presente en términos prácticos, asumiendo como estructura de pensamiento lo que denominamos filosofía de vida, suerte de conjunto de pensamientos prácticos con los cuales abordamos nuestro diario acontecer. Identificamos a este ser humano como el ser humano filosófico Ante este plano referencial y quizás anteponiéndose a él, se encuentra la visión teológica que proyecta al ser humano más allá de la vida. Que le concede una esperanza, un encuentro diferido con Dios más allá del plano mortal. Se entiende que este hombre, el hombre teológico, abriga la esperanza de la trascendencia, de la vida después de la vida. Pienso que ambas visiones son conciliables en la medida que estén presentes. El hombre filosófico lleva al hombre teológico a no divorciarse de la realidad y el hombre teológico lleva al filosófico a no quedarse en el plano temporal de lo efímero, sino que antes bien, lo sublima, lo eleva a la trascendencia del porvenir.

La edad nos reduce el movimiento pero nos hace ganar en sabiduría, nos hace mas lentos pero mas seguros, podemos ver en perspectivas aciertos y errores, los segundos sustentando a los primeros. Asimismo, percibimos que la cultura occidental ha creado un cisma, una ruptura entre la vida y la muerte, donde el sentir ha sustituido a la experiencia conocida y donde lo nuevo adquiere un valor de verdad vinculado a su actualidad pero no a la naturaleza que solo el tiempo decanta en certeza. Nos parece natural vivir y tenemos preguntas y respuestas ante la vida. Pero nos quedamos sin preguntas y respuestas ante la muerte.Seguramente porque hemos erradicado a la filosofía como conocimiento tanto informal como formal.

Con los años, igualmente la contemplación aumenta. Nos convertimos en mejores observadores porque estamos dispuestos a escuchar más a los demás, obteniendo una natural sabiduría que nos posibilita el equilibrio de opinión que antes nos faltaba o anticipamos a la acción y a las palabras con la reflexión que nos confiere la prudencia.

Pero, y es aquí donde aflora la aspiración humana, la longevidad es una condición deseada por todos en tanto que buscamos cual permanente quimera el tesoro de la eterna juventud. Y es aquí, que teológica y filosóficamente podemos crear la juventud de pensamiento porque es el alma y no el cuerpo la que tiene conciencia de su condición renovadora, de su oxigenación a través del permanente aprendizaje. Ese aprendizaje nos llega de la condición ambiental, del entorno donde vivimos, donde buscamos el referente vital con el cual identificamos ese pensamiento que nos acompaña. He aquí que cruzamos el camino del ser filosófico vivencial al ser teológico trascendental y conferimos mas valor a lo que allá afuera ocurre. Por ello percibimos al recalentamiento global como un evento que refleja el deterioro del tratamiento ambiental y amenaza con acortar severamente la edad de la vida en la Tierra reduciéndole abruptamente su aspiración de ser longeva, al igual que nosotros. Por ello necesitamos, al término de la vida, reencontrarnos con una Tierra que reverdezca, con una Tierra que le corra agua por sus venas, por una Tierra que aprenda a seguir creciendo y sobre todo, que aprenda a vivir en armonía con su materia y con su espíritu.

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