Opinión Nacional

Reapariciones programáticas

Hay metas u objetivos programáticos que, de alguna manera, el país conquistó, consagró y agotó, en las décadas precedentes. Devolviéndonos, reaparecen casi inadvertidamente para postergar otros retos como el de un diferente modelo de desarrollo, la efectiva ampliación de las libertades públicas o la satisfacción plena de las más elementales necesidades sociales.

De un lado, vivimos una etapa que minimizó y liquidó más de 150 años de guerras y escaramuzas civiles, procurando desterrar la violencia y el denominado canibalismo como herramientas políticas. Sin embargo, por obra de las sistemáticas agresiones del actual poder, ciertamente encaminadas a una mayor y dramática conflictividad a resolver mediante las armas, la paz constituye una bandera necesitada de argumentar y de levantar como si estuviésemos en la más profunda intimidad del siglo XIX.

De otro lado, hace más de un década, el país supo de un debate inconcluso que versó sobre los excesos de un Estado incapaz de manejar (se) y administrar (se / en) la abundancia y (en) la escasez de los recursos petroleros que le dieron soporte. Hoy, dueño de más del 90% de las divisas, el ultraestismo que paradójicamente atenta contra el propio Estado, coloca de nuevo el descongestionamiento, la descentralización política y administrativa, al igual que la privatización de las actividades que lo anegron y corrompieron, en la agenda pública alternativa.

Finalmente, después de la creación y estabilización de los partidos, donde no los hubo en su más audaz y moderna significación, encontramos la necesidad de compensar el sobrepeso del partido dominante y fusionado con el Estado, reivindicando la institucionalidad partidista y otras fórmulas y formas articuladas y convincentes de organización ciudadana. Disertar sobre los venideros, básicos y necesarios consensos, obliga a un reaprendizaje de la convivencia que pasa por la recuperación de la naturaleza y el carácter políticos de los partidos, ciertamente la expresión especializada de la llamada sociedad civil en los asuntos comunes.

Por más identidad y sentido específico que reclamemos programáticamente, desde una determinada perspectiva política, doctrinaria e ideológica, reaparecen metas u objetivos generales, globales o contextuales anteriormente impensables, al suponerlos ya realizados, aceptados y parte de la vida cotidiana. La paz, la recuperación del Estado y de los partidos están sobradamente justificados en el actual discurso político, más allá de la importación masiva de armamentos, sumado el clima de violencia que nos embarga; del desorden ministerial, la cambiante denominación de los despachos y la proliferación o contradicción de los procedimientos administrativos; o de la confusión, deterioro y descomposición evidente de las incursiones, motivos y mecanismos partidistas en boga.

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