Opinión Nacional

Realidades de un fenómeno llamado Venezuela

En estos días, alguien me decía que no lee la prensa y no ve televisión para no estresarse en vista de que lo único que se transmite son malas noticias. Esto último es casi tan lamentable como cierto, con honrosas excepciones, como la maravillosa reseña de que el Premio Príncipe de Asturias fue otorgado este año al Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela en la persona del Maestro José Antonio Abreu, razón que debe llenarnos de orgullo a todos los venezolanos. Los medios de comunicación privados nos hacen llegar la verdad de lo que ocurre, solo que la verdad de nuestro entorno, desafortunadamente, está llena de violencia, abusos de autoridad, descalificaciones, desatención del gobierno a las principales áreas como lo son las de educación y salud, desabastecimiento de los alimentos principales de la dieta básica, y pare usted de contar. Por transmitir situaciones que en otros momentos habrían sido consideradas como capaces de detonar una manifestación masiva de rechazo al gobierno, los medio de comunicación privados son calificados de golpistas, fascistas, instrumentos del imperio, etc., etc., etc., y, naturalmente, de difundir opiniones sesgadas de la realidad nacional, cosa que no deja de ser, en alguna medida y no necesariamente en todos los casos, cierta. Se nos ofrece pues, un país en crisis, hundido entre la desidia y el miedo, un estado sin ley.

Por otro lado, los medios propiedad del estado, o del gobierno, que en el presente es prácticamente lo mismo, nos ofrecen una información diametralmente opuesta a la presentada por los anteriores. La programación ofrecida es en su mayoría propaganda gubernamental, avances del socialismo que se pregona desde los ministerios nacionales, adelantos realizados por otros gobiernos simpatizantes del presidente, acuerdos entre jefaturas de estado con ideología similar, éxitos concebidos como tales entre militantes del partido de Chávez, actos de graduación de técnicos y profesionales uniformados de rojo, ascensos de hombres de verde y consignas antiimperialistas. Se nos muestra así una realidad distinta que ignora los problemas medulares de esa otra Venezuela expuesta por medios que denuncian la ineficiencia del actual gobierno. Vemos pues, un país sin problemas, un país de desarrollo endógeno y, dicho sea de paso, donde tenemos nuestros propios muñecos animados y todos somos felices, como en Disneylandia.

Estas situaciones que se exponen al espectador podrían verse como propiedades distintas de un mismo fenómeno: Venezuela. Y es que nuestro país es un caso que merece ser estudiado como un fenómeno lleno de contradicciones. Por un lado, una pobreza cada vez mayor, niños abandonados y fieras que aterrorizan a la población en cada rincón del país donde las víctimas de secuestros, robos y asesinatos se multiplican a diario, y por la otra, un bienestar que presume costosísimos carros, regalos millonarios que empujan el desarrollo de obras en países extranjeros y centros comerciales con tiendas de diseñadores extranjeros que venden al mejor postor.

Esa dicotomía de realidades, esa disociación de verdades de un mismo entorno, es sin duda alguna, la causante de que dentro de la biósfera venezolana se ignore al contrario, se le desconozca, y más grave y peor aún, se le excluya, arrincone y deseche. Adicionalmente, lo complicado de este asunto no es sólo el abandono o repudio del otro, sino por encima de eso, el hecho de que el gobierno del presidente Chávez pasará, tarde o temprano acabará, y los venezolanos nos encontraremos cautivos en un mismo cerco donde la siembra de resentimiento daría sus frutos y podría hacer que la supervivencia del más apto predomine sobre el más débil y esto es, indiscutiblemente, pavoroso, tanto como imaginar que pudiésemos llegar a convertirnos en un país de restos humanos comidos por nosotros mismos.

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