Opinión Nacional

Raspacupo somos todos

Las autoridades competentes acaban de descubrir que el sistema de cambio controlado producía muchas distorsiones. Y digo yo, si uno que no tiene ningún servicio de inteligencia que le suministre información, más allá de la capacidad de estar atento y observar, las descubre, no se entiende cómo los susodichos, contando con todos los servicios de recontra-espionaje que les permiten saber, por ejemplo: a dónde viaja cada líder opositor, qué conversa por teléfono, entre otras intimidades, vengan a enterarse, luego de tanto tiempo, ya al borde del abismo, de que existe una nueva condición venezolana llamada «el raspacupo», que se ha venido dando con furia a la tarea de la construcción del hombre nuevo, producto de este momento de elevación ética y moral que el país ha conocido en los últimos tiempos. Me cuentan que en la Gran Vía de Madrid, así como el que reparte volantes con las últimas ofertas del Corte Inglés, existen los buscadores ambulantes de venezolanos raspacupos y que por un porcentaje que ronda alrededor del 15% te raspan la tarjeta, así al llamado patriótico de: «¡raspa tu cupo!…¡raspa tu cupo!». Alguien que enarbola los colores nacionales, ayuda a quien lo requiera a cumplir con lo que hasta hace poco era el sagrado deber. Me cuentan que también los hay en Barajas, por si te ladilla salir del aeropuerto a conocer Madrid.

Otra figura, que por lo visto caerá en desuso con el nuevo sistema, es la de la autorremesa familiar. Este mecanismo constituye una muestra adicional -como si hiciera falta- de ese ingenio que los venezolanos desarrollamos para la truculencia y que denominamos comúnmente y a veces hasta con orgullo, la «viveza criolla».

Esta modalidad estaba diseñada para zonas fronterizas y permitía, fundamentalmente, a un numeroso grupo de personas mandarse plata a sí mismas gracias al don de la ubicuidad que permite a algunos vivir en dos países a la vez. Esta forma de corrupción tiene, en el fondo, mucho sentido, porque uno es, ante todo y primeramente, familia de uno mismo.

Se cierra un capítulo de nuestra historia.

Raspar cupo fue todo un arte y una forma de vida: aprendimos a comprar en Amazon, a usar el cupo de la tarjeta en internet para comprar otra tarjeta para comprar más allá de los plazos oficiales. Menester es reconocer que, en un gesto de noble tolerancia, las autoridades no usaron nunca la lista Tascón para suprimir del uso de las divisas a los opositores, de modo que el 80% del Calvin Klein que nos ponemos, está financiado por el gobierno corrupto contra el cual marchamos desde la intimidad de nuestra convicción. Cadivi fue una experiencia mística de integración social, de ascenso. El viajar, que en otros países es una forma de gasto, se convirtió en Venezuela en una fuente de ingresos y ahorro. Durante Cadivi era más rentable para muchos viajar que trabajar. Fortunas multimillonarias se hicieron solo contratando viajeros… ¿tampoco se enteraron? Uno reconocía fácilmente a un venezolano gastando el cupo porque es el que estaba en el Mall, junto a la caja de una tienda mirando al punto de venta en actitud de oración y encomendando su tarjeta a todas las vírgenes venezolanas.

En fin, una era termina y otra amanece, ya le encontraremos también la vuelta al nuevo sistema, como a todo. Lo que sí llama la atención es que, según los anuncios, el «nuevo» esquema cambiario se crea bajo la figura de «un sistema de bandas». Esto sí causa extrañeza, porque hasta donde uno sabe, así era que venía funcionando también antes: una banda entregaba los dólares con la respectiva comisión y otra banda creaba empresas de maletín para aprovecharlos.

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