Rafael Caldera, testimonio personal-
A pesar de que esperábamos la noticia en cualquier momento, recibimos la información al amanecer del 24 de diciembre de 2009, víspera de la Natividad del Señor. Aunque no me sorprendió ya que el desenlace era previsible, una extraña y pocas veces sentida sensación se apoderó de nosotros. Escribo estas breves notas con profundo dolor de corazón, con luto en el alma y con la bandera de mi existencia a media asta.
Le di a Rafael Caldera unos cuarenta años de mi vida, con la honesta convicción de estar al servicio de un hombre que encarnaba plenamente los principios y valores fundamentales que desde niño han alimentado mi existencia. Lo conocí cuando cursaba tercer año de bachillerato en el Colegio Gonzaga de Maracaibo bajo la dirección de los padres jesuitas. Tenía entonces catorce años de edad recién cumplidos. Formaba parte del Centro de Estudios y Acción Social (CEAS) y Caldera fue invitado a hablarnos sobre la situación del país. Empezaba el crucial año de 1957, la dictadura perezjimenista estaba en pleno apogeo y, a pesar de nuestra temprana edad, un sentimiento de activa resistencia contra la dictadura animaba el ambiente estudiantil. Nos impresionó la claridad, el coraje, la franqueza y la claridad de Caldera. Sobre todo a mí, de familia adeca, con mi tío Jesús Angel Paz Galárraga en prisión desde hacía varios años y con la natural aprehensión hacia quien era expresión de una derecha que los adecos identificaban con “los curas y los ricos”. Tanto a mi tío como al resto de la familia les comenté mis impresiones y tuve la grata sorpresa de escuchar opiniones de reconocimiento a su talento e integridad, a pesar de las diferencias ideológicas y políticas. Desde entonces lo seguí con verdadera devoción.
Con pocas excepciones, ese grupo del CEAS y otros compañeros estudiantes de distintos colegios y liceos, constituimos el núcleo originario de la Juventud Revolucionaria Copeyana en el estado Zulia. Era febrero de 1958. Tomamos la decisión de inscribirnos en un partido que no tenia entonces ninguna posibilidad electoral, pero cuyos dirigentes representaban esos principios tan arraigados en nosotros desde niños y cultivados, sin duda alguna, por los jesuitas de entonces.
Haciendo un recuento del camino andado, tomamos la decisión correcta. Pudiera emborronar muchas cuartillas con anécdotas, luchas internas y externas, triunfos y derrotas. En todas ellas Rafael Caldera jugó un rol fundamental como cabeza del grupo fundador del Partido Socialcristiano COPEI, hijo directo de la Unión Nacional Estudiantil, UNE, y de Acción Nacional. El mérito mayor de los fundadores de COPEI fue haber concretado en un gran partido popular el sentimiento humanista y cristiano existente, pero sin expresión política, en una época en la cual el laicismo marxista-leninista era mayoría absoluta en todos los ambientes y sectores sociales. Era la moda, con exponentes de primera línea agrupados en la llamada Generación del 28. Lo hicieron y llegaron a convertir al partido en mayoría nacional, tarea en la cual nuestra generación del 58 tuvo un protagonismo tan activo como decisivo.
Repasando el camino puedo decir que con Caldera, o por cuenta de él, he recorrido intensamente el país. Cuando me tocó ser candidato presidencial en 1993, conocía todos los municipios de Venezuela. Los había visitado al menos cuatro veces. También buena parte del mundo. Yo le di mucho a Caldera, pero recibí también muchísimo de sus enseñanzas y de su ejemplo. No se me hace fácil hacer un balance definitivo de nuestra relación por la forma en que se interrumpió ese año 93. Recuerdo como si fuera hoy nuestra última conversación a fondo, el 7 de enero de 1993. Lamentablemente no pudimos entendernos. Cada quien tomó su camino en un tiempo en el que el país se desmoronaba en medio de incomprensiones y ambiciones abiertas y solapadas. Las consecuencias están a la vista. Aún es temprano para hacer un juicio definitivo de lo ocurrido desde entonces a esta parte. En otro momento hablaremos a fondo sobre el tema.
No volvimos a conversar hasta el 24 de enero de 2007. Fui a visitarlo en su cumpleaños. En la soledad de su cuarto, la emoción del reencuentro nos embargó a ambos. Las palabras sobraban, pero con las manos entrelazadas y las miradas fijas, nos dijimos lo suficiente como para cancelar espiritualmente la distancia entre ambos. Salí de esa casa, de Tinajero, ligero de peso. Había cumplido con una tarea pendiente. No creo equivocarme si digo que él también. Lo sentí feliz esa mañana inolvidable. En el balance de su vida priva el haber. Acertado o equivocado, sirvió con honradez integral a la nación. Dios lo tiene en la Gloria.