Opinión Nacional

Radiografía del chavismo

Las presentes líneas no pretenden ofrecer reflexiones sobre la naturaleza del chavismo, tópico ya abordado en mi libro, El fascismo del Siglo XXI (Random House, 2009). Se trata aquí de indagar sobre la composición de esa abigarrada fuerza aglomerada tras el liderazgo de Hugo Chávez, de identificar los grupos que la constituyen, sus motivaciones y funcionalidad para con el proyecto político oficialista. Parto de la convicción de que el chavismo está lejos de constituir un bloque homogéneo y monolítico, cosa que se refleja –en parte- por la plasticidad y escasa consistencia de sus propuestas ideológicas, las cuales dejan libertad para variadas interpretaciones según sea el gusto o los intereses de quienes creen retratarse en sus enunciados. Esta perspectiva sale al paso a la representación maniquea y simplista que coloca al chavismo, como un todo, como fuerza totalitaria o proto-totalitaria, enfrentada de manera antagónica e irreconciliable con las fuerzas democráticas. Tal representación escamotea la complejidad del proceso político actual y tiende a conducir de forma irremediable y excluyente a una contienda dominada por la confrontación. Es éste el juego que precisamente quiere imponer Chávez, en el cual no cabe el diálogo, la búsqueda de consensos, el entendimiento con el otro. Como se ha insistido tantas veces en la literatura sobre prácticas totalitarias, ello cierra toda posibilidad de juego político. Por tal razón, intentar discernir las fuerzas e intereses que se mueven en el seno del chavismo puede ser una contribución importante a la apertura de espacios para que prevalezca el juego político, apuesta al cual está obligado el movimiento democrático en su misión de consolidar una fuerza mayoritaria, alternativa.

En mi opinión, que pueden distinguirse cinco agrupaciones conformando el chavismo, a saber: 1) el “pueblo” chavista; 2) la base fundamentalista; 3) el núcleo central hegemónico; 4) el oportunismo; y 5) la izquierda. No debería ser necesario aclarar que esta clasificación no agota el abordaje del chavismo como colectivo político; lo que aquí se intenta es apenas una primera aproximación a entender su composición social y, por tal razón, seguramente peca de simplista al pretender encapsularlo en las cinco categorías mencionadas. No puede desconocerse que las agrupaciones son referidas a una realidad bastante más difusa y maleable, en la cual seguramente prevalecen más las zonas grises de lo que se desprende de éste análisis. Las fronteras entre agrupaciones no están siempre claras e individuos ubicados en una categoría pueden compartir atributos de otra o moverse entre ellas cuando cambian las circunstancias.

El “pueblo” chavista:

Bajo esta denominación se distinguen los llamados “sectores populares” identificados con Chávez, y que constituyen su base mayoritaria de apoyo. En buena medida, es el mismo “pueblo adeco”, pero con una importante distinción: los adecos, por lo menos en sus primeros tiempos, procuraron organizar a sus seguidores de manera de transformarlos en actores políticos capaces de luchar por sus intereses de clase, siempre en el marco de la plataforma del programa del partido, claro está. En tal sentido, se asemejaron bastante con esta práctica a partidos de raigambre marxista aunque sin la orientación excluyente de éstos contra las clases propietarias. En contraste, el esfuerzo político del chavismo, no obstante toda la prédica referida al “poder popular”, busca destruir toda organización autónoma, propia, de los sectores sociales, de manera de hacerlos tributarios de la voluntad única del “comandante-presidente”, personificación de la revolución y, por antonomasia, de los intereses del “pueblo”. Los consejos comunales tienen que ser “chavistas” para tener legitimidad a la luz del ordenamiento que pretende implantar Chávez y responder fielmente a los lineamientos esbozados por él o por sus subalternos. No puede existir nada parecido al poderoso Buró Sindical adeco, que en sus momentos fue capaz de imponer candidatos presidenciales incluso contra los líderes históricos del partido (caso de Raúl Leoni, en contra de los deseos de Rómulo Betancourt). Mientras AD logró constituirse en dispositivo fundamental para la consolidación del “sistema de conciliación de élites”#, la confusión entre “pueblo”, Estado y Chávez conduce irremediablemente a hacer del chavismo un soporte de pretensiones totalitarias. Ello hace que, aun cuando el “pueblo” chavista responda a los mismos estímulos populistas y clientelares de la práctica política adeco-copeyana, su afiliación sea mucho más “vertical” y excluyente.

Como toda afiliación partidista, lo emotivo juega un papel importante en el “pueblo” chavista. En realidad, este elemento tiende a ser todavía más fuerte, pues es resultado de lazos afectivos cultivados eficazmente por un líder carismático que se identifica, con su lenguaje y con sus gestos, con la imagen que muchos chavistas proyectan de sí mismos como “pueblo”. Sometidos a presiones por reducir sus vasos comunicantes con quienes no comulgan con las “verdades” de Chávez, tienden a sustituir el examen fidedigno (y crítico) de sus realidades por un recetario de consignas cocinadas por este liderazgo. Hay un interés inocultable por preservar a este “pueblo” de influencias “malsanas” que pongan entredicho las bondades del proyecto político bolivariano y, por tal motivo, se cultiva deliberadamente su ignorancia respecto a opiniones, puntos de vista y hechos fácticos que no concuerdan con las “verdades” revolucionarias. De ahí la importancia del control mediático. No obstante, a pesar de estos esfuerzos por hacer “cerrar filas” tras del comandante-presidente y en contra de los que disienten, el “pueblo” chavista suele ser bastante permeable a acciones y/o iniciativas que pongan por delante sus intereses como grupo social, por encima de la lealtad absoluta al comandante-presidente. Este no es el caso, desde luego, de la agrupación que hemos denominado “fundamentalista”, que analizaremos a continuación. En fin, el “pueblo” chavista, a pesar de la propaganda a que es sometido, se identifica, en última instancia como pueblo y, por ende, ante un deterioro palpable en sus condiciones de vida, es capaz de superar el nexo afectivo que lo liga a Chávez si se le ofrece una alternativa de lucha creíble, que respete su cultura e intereses.

La base de sustento fundamentalista

Es éste un estamento más reducido que el anterior, aunque con suficiente amplitud como para servir de sustento a la movilización militante ante el llamado del líder. Es lo que comúnmente se llama “chavismo duro”, mayormente procedente de la clase media baja, pero también con significativa representación de los que Marx denominó lumpen, los desclasados. Podría representar entre un 5 a un 12% de la población. Su nivel educativo, en su mayoría rudimentaria, les permite un dominio, también rudimentario, de algunas categorías marxianas y ultra nacionalistas a partir de las cuales se construyen las simbologías con las que se fundamenta el imaginario de la Revolución Bolivariana. Con base en ellas se resume a la realidad política y social como un escenario maniqueo, de lucha entre el bien –nosotros, los revolucionarios- y el mal –los apátridas, burgueses, los otros. A pesar de la profesión de ser “socialistas”, de “izquierda”, etc., se aferran a este recetario moralista como única interpretación posible del mundo, a la manera de un dogma de fe totalmente refractario a cualquier intento de contrastación racional. Armados de un discurso inexpugnable en tanto sus criterios de verdad responden en última instancia a la fe, quien intente hacerles ver las cosas de una manera distinta, o quien los confronta con argumentos, es descalificado con ofensas e insultos. Son fanáticos, con los cuales es escasamente posible el diálogo, ya que ante la mínima “desconsideración” con las bases de su fe –decir, por ejemplo, que Chávez realmente no ha mejorado la suerte de los pobres, con datos en la mano- se disparan mecanismos defensivos que contraatacan con la descalificación ad-hominem.

De este grupo son reclutados los contingentes paramilitares, violentos, cuyo fin es intimidar la protesta callejera y/o la disidencia en general. Profundamente resentidos, asumen la lucha “revolucionaria” en términos épicos, románticos, convencidos muchos de que están culminando la epopeya emancipadora, esta vez contra el dominio imperialista gringo, pero en el fondo contra todos aquellos que han podido tener éxito con esfuerzo propio. Adoptan una retórica y una cultura militarista, y su “virtud” más apreciada es la lealtad incondicional, a toda prueba, a las órdenes de Chávez. En fin, este es el grupo propiamente fascista, fuente de las bandas camisa roja y, en su versión más radical, dispuestos a infringir la ley y pisotear los derechos de los otros –violentamente- al son del grito, “¡Patria, socialismo o muerte!”.

Lo insólito es que en este grupo suelen apuntarse también algunos intelectuales, quienes abandonan los conocimientos y la capacidad reflexiva adquirida en largos años de estudio para sumergirse en la seguridad de “verdades” simples y maniqueas, en las que no hace falta esfuerzo alguno para asir en sus manos “la verdad”, ni se arriesga posibilidad de equivocarse para discernir entre el bien y el mal: basta con estar atento a lo que dictamina el comandante-presidente. Sin duda que el fanatismo embrutece.

El núcleo central hegemónico

Este grupo es en realidad una prolongación del anterior, pero lo hemos distinguido por ocupar cargos directivos o de mando y usufructuar de manera discrecional y excluyente, en combinación con el oportunismo, las prerrogativas del poder. Se diferencia de este otro grupo (oportunismo), porque están convencidos de creer en la justeza “revolucionaria” de sus posturas#. Aquí (como en el otro grupo) militan los jerarcas del chavismo, empezando por el propio Chávez. La combinación de fanatismo y poder hace a esta agrupación muy dañina y peligrosa para el futuro de la nación. Imbuidos de una convicción de ser salvadores de la patria, no dudan en tomar las decisiones más disparatadas y lesivas para la población, si éstas son legitimadas por la ideología “revolucionaria”. Su fanatismo les impide ver la contradicción insalvable entre su prédica de redención y de “participación protagónica” -salpicada de retórica comunistoide-, y su ejercicio de poder excluyente, autocrático y empobrecedor. Independientemente del cinismo con que muchos de estos personajes habrían asumido inicialmente sus posturas “revolucionarias”, con el paso del tiempo se han ido encallejonando en el convencimiento de que no podrían obrar de otra manera, pues se derrumbaría su razón de existencia. No es que asuman sus creencias como verdaderas, en el sentido de corresponder a la realidad, sino que son asumidas como auténticas; por ende, es lícito mentir y falsear deliberada y conscientemente la realidad si ello contribuye con la consolidación de su hegemonía. No existe freno moral, ético o político para asumir las conductas más atroces y negadoras de los derechos de los demás, todo cobijado en un discurso de “izquierda” radical: el fin justifica los medios. Sin embargo, ubicados en las “alturas del poder” pueden apreciar el riesgo de enfrentar una correlación de fuerzas adversas si transgreden demasiadas normas de la cultura democrática del venezolano. Ello constituye, por ende, el único disuasivo que los obliga a observar cierto apego al estado de derecho si el costo político de no hacerlo es importante.

Este grupo conforma, junto al oportunismo, la nomenklatura de la Revolución Bolivariana, el aparato de dominación que no le rinde cuentas a nadie de sus actuaciones que no sea la jerarquía superior. Imbuidos de la convicción de que ellos SON la revolución, no hay malabarismo que no sean capaces de realizar para justificar su conducta en nombre de los “intereses superiores del pueblo”. El manejo de una fraseología socialista y antiimperialista, junto a una visión primitiva y maquinea de la historia venezolana y mundial, son credenciales de su derecho a decidir la vida de los venezolanos de a pie, a quienes dicen defender denodadamente. Su prédica asume una condición moralista, en que las virtudes del “bien” siempre estarán sujetas a los requerimientos de la revolución, es decir, de ellos mismos: todo lo demás es maligno, pro-imperialista, burgués, y debe ser arrasado. No hay medias tintas, ni zonas grises: “El que no está conmigo está contra mí”. La conclusión teleológica de este parecer es que vale la pena execrar al crítico “confundido” o arriesgar la destrucción de las posibilidades de desarrollo del país, antes de ceder a las razones del “enemigo”. De espaldas al desarrollo portentoso de las ideas en el mundo globalizado, su único refugio son las verdades de ideologías decimonónicas y las referencias ancestrales a un pasado glorioso: representan, por tanto, la revolución del atraso, del oscurantismo. La habilidad del comandante-presidente reside en hacer aparecer esta ubicación de derecha en la cosmogonía política, como una postura de izquierda “revolucionaria”.

Aunque este grupo se constituyó a partir de la cofradía militar que acompañó a Chávez en su intentona golpista, pueden distinguirse algunos parlamentarios de alto perfil como Carlos Escarrá, Saúl Ortega, Rafael Isea e Iris Varela; militares de alto mando, como Alcalá Cordones y Benavides Torres; y ministros, como Elías Jaua, Jorge Giordani, Eduardo Samán y Edgardo Ramírez (ex ministros los dos últimos). Desde luego, la figura más emblemática es el propio Hugo Rafael Chávez Frías.

El oportunismo

Este grupo se confunde con el anterior, pues comparte con él el ejercicio del poder. En parte, sus integrantes provienen de este grupo, del cual han desertado calladamente desilusionados. Otros provienen de “afuera” pero atraídos por la oportunidad de enriquecerse o al menos disfrutar de la “buena vida”, han exhibido capacidad para mimetizarse en la cultura “revolucionaria” del poder. Su ubicación está preferentemente en los niveles jerárquicos del aparato estatal, aunque muchos fungen de intermediarios en cualquier ejecutoria discrecional del PetroEstado venezolano. Lo que más distingue a este grupo es su cinismo. Algunos oportunistas se valen de la estatización de empresas y de la regulación excesiva de toda actividad productiva, enarbolada por el Ejecutivo en nombre del socialismo, para ubicarse en los lugares más provechosos para extraer rentas. En esto encuentran sumamente favorable la destrucción de instituciones y del equilibrio de poderes pues, junto a la eliminación de toda transparencia en el manejo de la cosa pública, aseguran su impunidad. Otros, como Roy Chaderton y Cilia Flores, fueron seducidos por los placeres que otorga el disfrute de las prebendas del poder. Demasiado conscientes de que su riqueza mal habida y/o de que su status social y político depende(n) de la permanencia de la Revolución Bolivariana en el poder, pueden exhibir la conducta más fanática en defensa de la justeza e inexorabilidad del socialismo del siglo XXI. Su ubicación en funciones medulares de la Administración Pública atenta contra la posibilidad de que el Estado venezolano cumpla con su función primordial de ser garante de los derechos de todos los venezolanos, independientemente de las posturas políticas de cada quien.

A pesar de las promesas iniciales de “limpiar” al Estado de corruptos, Chávez está muy consciente de la existencia de estos personajes, habiendo formado parte algunos de ellos de su círculo íntimo. Todo indica que tienen luz verde de su parte, pues con ello cimienta una complicidad a prueba de toda tentación por convertirse en enemigo de la “revolución”. Eso sí, valido de sus equipos de inteligencia, lleva en detalle la contabilidad de las fechorías cometidas por cada uno y las blande como “espada de Damocles” si acaso pretenden olvidarse de a quién le deben sus fortunas. Desde luego, las apetencias personales muchas veces llevan a que un oportunista denuncie a otro para sacarlo del negocio.

Entre los representantes más conspicuos de este grupo suelen citarse a Diosdado Cabello, los hermanos Chacón, Aristóbulo Istúriz, José Vicente Rangel y algunos militares señalados por el Departamento de Estado de los EE.UU. de colaborar con el narcotráfico, como es el caso de Rangel Silva y Hugo Carvajal, así como aquellos beneficiarios de las comisiones en la adquisición de armamentos. En realidad, empero, este grupo se extiende a dónde quiera exista la posibilidad de hacer negocios a expensas del Estado.

La izquierda

Es éste un grupo cada vez más reducido dentro del chavismo, no obstante la ilusión que crea la retórica oficial. Desde luego, esta aseveración depende de lo que entiende uno como “izquierda”. En fin, el convencionalismo hace que todo aquel que adopte una retórica de izquierda y grite a los cuatro vientos su condición “antiimperialista”, sea de izquierda. Sin entrar en disquisiciones teóricas y filosóficas, limitémonos a caracterizar como de izquierda a todo aquel genuinamente identificado con el cambio a favor de la justicia, la libertad y el progreso de la humanidad. En este orden, un izquierdista está interesado en la mejora de las condiciones materiales de existencia de la población, la elevación de sus condiciones de vida, la reducción de las injusticias e iniquidades no justificables, la igualdad de oportunidades y la profundización de la democracia. En contraste, la defensa del orden de dominación existente, de estructuras de poder mineralizados, de privilegios constituidos con base en la negación de derechos y de oportunidades de otros, y el uso de la mentira y la falsificación de la historia para “legitimar” tal situación, no entra en mi definición de “izquierda”. Tampoco la vanagloria de lo militar, de la violencia y la subordinación vertical acrítica, de lealtad a toda prueba, a un liderazgo mesiánico. Por último, la eliminación de organizaciones sociales autónomas, defensoras genuinas de los intereses y derechos de sus asociados –sindicatos, organizaciones gremiales, asociaciones de vecinos- y su reemplazo por “consejos obreros”, comunales y otros que representan los intereses del poder ante la masa, son reminiscentes del Estado corporativo fascista, pero no de una postura de izquierda. Evidentemente, conforme a esta acepción muchas figuras emblemáticas de la izquierda mundial –Stalin, Fidel Castro y Kim Il Sung- serían todo menos eso.

Hecha la aclaratoria anterior, puede reconocerse dentro del chavismo a una izquierda primitiva, representado por estamentos del PCV y del PSUV que no han sucumbido a la prédica maniquea, ultranacionalista, del neofascismo venezolano y que todavía conservan la honestidad de conciencia para asumir posiciones críticas y condenar comportamientos que se aparten de sus ideales. El viejo Gerónimo Carrera sería un conocido exponente. Muy posiblemente incluya esta categoría a algunos diputados de bajo perfil y/o algunos alcaldes y concejales afiliados al PSUV. Por otro lado, en grupos vinculados al trabajo de base con las comunidades, que “compraron” como sinceras las promesas de cambio y redención del comandante-presidente, también suelen expresarse sentimientos genuinamente de izquierdas. Una muestra de ello son algunos de los que manifiestan posiciones críticas en portales pro-chavistas como “Aporrea.com”.

Esta agrupación está destinada a desaparecer en el seno del chavismo con el tiempo en la medida en que sus inevitables posturas críticas a favor de la justicia y la democracia y en contra de las arbitrariedades y los privilegios, lleva a que sean execrados por considerarse “enemigos de la revolución”: o se tragan la lengua y se pliegan a las órdenes que vienen de arriba, o se ven forzados a montar tienda aparte. La larga historia de desprendimientos, tanto de partidos –MAS, Podemos, PPT- como de personalidades –Carlos Genatios, Henry Falcón, Luis Fuenmayor, así como Orlando Chirinos y otros dirigentes sindicales- atestiguan de la incompatibilidad de una auténtica postura de izquierda con la convalidación de las ejecutorias de la Revolución Bolivariana. A pesar de que la izquierda escasamente ocupa posiciones de poder en el Gobierno actualmente, pueden ser importantes interlocutores de las fuerzas democráticas alternativas por la ascendencia moral que les da ser la única agrupación que busca exigir lealtad con lo que predica Chávez en materia de justicia social.

Conclusiones

En este breve análisis no se ha considerado a los militares como una agrupación particular dentro del universo del chavismo. Ello es así porque los militares están lejos de constituir un grupo homogéneo, identificados con el socialismo del siglo XXI. En realidad, y como cualquier otro venezolano, podríamos ubicarlos, en tanto que individuos, en cualquiera de las categorías antes mencionadas o formando parte de la alternativa democrática. Esto no desconoce el hecho de que un cuerpo militar, la milicia, es hechura de Chávez y responde abiertamente a su proyecto político. Aun así, no constituiría de ella un grupo chavista aparte, sino que ubicaría a sus miembros bien como parte del “pueblo” chavista, o integrando la médula fanatizada que le sirve directamente de apoyo. .

En segundo lugar, espero que lo comentado en este artículo refuerce la noción de que el chavismo está lejos de constituir un bloque homogéneo, sin fisuras. Lo más probable es que la diversidad entre las filas del oficialismo vaya mucho más allá de lo descrito en estas líneas. No obstante los esfuerzos denodados por uniformar a la feligresía con un pensamiento único a través del dominio de los medios de comunicación, blindado contra todo cuestionamiento a sus artículos de fe, lo cierto es que el espíritu “abierto” y, si se quiere, “anarquizante”, díscolo, del venezolano hace que difícilmente pueda encajar ahí sumisamente. Consciente de ello, Chávez apela en su discurso a los fanáticos, a sabiendas que ello pueda enajenar a sectores del “pueblo” chavista que no comparten sus posturas radicales. No obstante, compacta así un contingente disciplinado, leal a toda prueba, que –aunque minoritario- sirve de fuerza de choque para intimidar contrarios y compeler a adeptos a cerrar filas tras su liderazgo.

Si se reconoce que el chavismo no es una fuerza homogénea, compacta, la pregunta que surge irremediablemente es, ¿Qué implicaciones tiene? No es éste el espacio para abordar este análisis, pero resulta obvio que la conducta política de las fuerzas democráticas debe tomar en cuenta esta diversidad. En particular, emergen lo que hemos denominado aquí el “pueblo” chavista y la izquierda como interlocutores válidos de un proyecto político democrático, alternativo y de inclusión social. Por ende, a ellos deben tenderse puentes y formularse una política correspondiente de acercamiento y/o de búsqueda de consensos mínimos. Como correlato, de resultar exitosa una política con esta orientación, contribuiría a minimizar y aislar a los sectores más fanáticos, debilitando las opciones políticas de que dispone Chávez. Precisamente, muy consciente de esta derivación, el comandante-presidente hace referencia una y otra vez de la consigna de la polarización, y luego la repolarización, repitiéndola ad nauseaum. Establecer canales de diálogo con factores del chavismo es, por tanto, una tarea que no pueden soslayar las fuerzas democráticas. Espero que lo argumentado en estas líneas haya contribuido a cimentar tal idea.

 

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