Opinión Nacional

Quién le pone el cascabel al gato

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Suspendida sobre la sociedad venezolana esta la filosa espada atada con crin de caballo colocada por Dionisio de Siracusa en dirección a la cabeza de Damocles, para demostrarle su entrada en zona peligrosa.

Esa espada viene envuelta en una hojarasca populista de promesas reiteradas desde hace nueve años, las cuales aun no ven la concreción esperada por los posibles recipendiarios de dichos espejismos, recibiendo tan solo inseguridad, desabastecimiento, alto costo de la vida, inflación, desempleo, pobreza esclavizante y colchonetas para dormir frente a los organismos oficiales incapaces de resolver los ingentes problemas de vivienda.

Esa filosa arma blanca es la reforma constitucional cuyo único y real objetivo es alcanzar la perpetuidad de quien pretende emular al opresor en despedida de la dolida isla del caribe. Estas reformas solo persiguen fines personales y no están orientadas a mejorar la calidad democrática o a solventar los agobiantes problemas de los venezolanos.

Las propuestas se fundamentan principalmente en el deseo de concentrar el poder en manos de una sola persona para perpetuarse en su desempeño, cerrando oportunidades a líderes de su propia corriente y a quienes desde trincheras diferentes le hacen oposición.

La reelección indeterminada carcome abismalmente los principios democráticos y republicanos pues genera la persistencia en el poder de determinadas elites, las cuales al ocupar indefinidamente la conducción de los diferentes organismos estatales, con incompetencia manifiesta, hacen imposible el logro de los objetivos para los cuales la dedocracia del caudillo los designa en función de sus niveles de ciega e irresponsable lealtad.

Un procedimiento efectivo para esto sería acoger el principio universal de no reelección. Así los partidos, y la sociedad en general, estarían obligados a formar dirigentes preparados para asumir los necesarios relevos. Lo general se impondría sobre lo individual y seria lo principal el resolver los problemas de la colectividad.

El problema fundamental del liderazgo de nuestro pasado reciente como país, ocurrió cuando las viejas generaciones, ya sin banderas, se convirtieron en muro insalvable para las generaciones de relevo las cuales se vieron obligadas a escoger nuevos caminos en lucha abierta ante quienes pretendieron, sin éxito, eternizarse en el poder.

Hubiese sido deseable, como lo es ahora, un ensamble entre la experiencia y la fuerza creadora de las nuevas generaciones para enfrentar con éxito los retos demandados por las realidades emergentes y ello no es posible cuando quienes detentan el poder en el presente pretenden conservarlo para siempre.

Ante estas afirmaciones sentidas como incuestionables y frente a quien quiere eternizarse aun con la espada de Damocles también balanceándose sobre su cabeza, será Venezuela entera, la merecedora de vivir en bienestar y en libertad, quien le ponga el cascabel al gato.

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