¿Quién hizo todas esas cosas buenas? ¿Dios?
Cuando Sócrates; a sus 70 años de edad, fue llevado a juicio en el año 399 después de Cristo, él dijo en su defensa:
El curso apropiado para mí; caballeros del jurado, es atender primero las acusaciones más antiguas que falsamente se han hecho en mi contra; y a mis primeros acusadores, y después a los más recientes. Hago esta distinción porque yo ya he sido acusado en vuestra audiencia por una gran cantidad de gente durante una gran cantidad de años; aunque sin una sola palabra de verdad; y yo le temo más a esa gente que a Anytus y a sus colegas, aunque estos últimos son lo suficientemente formidables. Pero los otros son aún más formidables. Yo me refiero a la gente que se adueñó de tantos de ustedes cuando ustedes eran niños y trataron de llenar vuestras mentes con falsas acusaciones en mi contra; diciendo que existe un hombre sabio llamado Sócrates que tiene teorías sobre los cielos y ha investigado todo lo que existe sobre la tierra, y puede hacer que el argumento débil derrote al fuerte.
Es esta gente; caballeros, los diseminadores de estos rumores, quienes son mis acusadores peligrosos, porque aquellos que los escuchan suponen que cualquiera que indaga sobre tales asuntos debe ser un ateo.
Además, existe una gran cantidad de estos acusadores, y ellos me han estado acusando hasta ahora, durante una gran cantidad de años. Y lo que es más, ellos se acercaron a ustedes a la edad más impresionable, cuando algunos de ustedes eran niños o adolescentes, y literalmente ganaron su caso por forfeit, porque no había nadie que me defendiese. Y la cosa más fantástica de todas es que es imposible para mí siquiera saber y decirles a ustedes sus nombres, a menos que uno de ellos fuese posiblemente un escritor de obras de teatro.
Toda esta gente, que ha tratado de ponerlos a ustedes en mi contra por envidia y amor a la difamación—y algunos; reflexionando demasiado someramente, sobre lo que a ellos les han dicho otros—con todos ellos, es muy difícil tratar.
Es imposible traerlos a ellos aquí para interrogarlos; uno simplemente tiene que conducir su defensa y argumentar su caso en contra de un oponente invisible, porque no existe nadie que responda.
Así que le pido a ustedes que acepten mi afirmación de que mis críticos caen en dos categorías, por una parte, mis acusadores inmediatos, y por la otra, aquellos anteriores que he mencionado, y ustedes deben suponer que yo tengo que defenderme primero de los últimos. Después de todo, ustedes los oyeron a ellos abusar de mí hace más tiempo y mucho más violentamente que estos más recientes acusadores.
Muy bien. Entonces; caballeros, debo comenzar mi defensa; y estoy obligado a intentar, en el corto tiempo que tengo, a tratar de liberar vuestras mentes de una falsa impresión que es la obra de muchos años.
Me gustaría que éste fuese el resultado; caballeros, suponiendo que esto está a vuestro a favor y en el mío propio; y me gustaría ser exitoso en mi defensa, pero pienso que esto será difícil, y estoy completamente consciente de la naturaleza de mi tarea. Sin embargo, dejemos que eso resulte conforme a la voluntad de Dios.
Estoy obligado a obedecer la ley y hacer mi defensa.
Regresemos al comienzo y consideremos cual ha sido la acusación que me ha hecho tan impopular, y ha estimulado a Meleto a redactar este señalamiento.
Muy bien. ¿Qué dijeron mis críticos cuando atacaban mi carácter? Debo leer su argumento como si de alguna manera, ellos fuesen mis acusadores legales: “Sócrates es culpable de intromisión delictiva, en el sentido de que él se la pasa indagando sobre las cosas existentes entre el Cielo y La Tierra, y hace que el argumento más débil derrote al fuerte; y le enseña a otros a seguir su ejemplo”. Así va la cosa. […].
Ahora, caballeros, por favor, no me interrumpan si les parezco que hago una afirmación extravagante; porque lo que voy a decirles no es mi propia opinión. Me voy a referir a una autoridad infalible. Debo llamar como testigo de mi sabiduría; tal cual es, al dios de Delphi. [1]
Ustedes conocen a Cerefon; por supuesto. El fue amigo mío desde la niñez; y un buen demócrata que jugó su parte con el resto de ustedes en la reciente expulsión y restauración. Y ustedes saben como era él; cuán entusiasta era él sobre cualquier cosa a la que se dedicaba. Bien, un día él realmente fue a Delphi y le hizo esta pregunta al dios—como dije antes, caballeros, por favor, no interrumpan—él preguntó si existía alguien más sabio que yo mismo. La sacerdotisa replicó que no había nadie. Como Cerefon está muerto, la evidencia de mi afirmación será suministrada por su hermano, que está aquí en el tribunal.[…]
Cuando yo escuché la respuesta del Oráculo me dije a mí mismo ¿Qué quiere decir el dios? ¿Porqué no usa un lenguaje simple? Yo estoy demasiado consciente de que yo no reclamo ninguna sabiduría; grande o pequeña. Así que ¿Qué puede querer decir él al afirmar que yo soy el hombre más sabio del mundo?. El no puede estar mintiendo; eso no sería apropiado de él.
Después de romperme la cabeza durante un tiempo, me dispuse finalmente, con considerable renuencia, a verificar la verdad de esto en la siguiente forma: Fui a entrevistar a un hombre con una gran reputación debido a su sabiduría; porque sentí que allí, a diferencia de cualquier otro lugar, yo debería tener éxito en desmentir al oráculo; y señalando hacia la divina autoridad, dije: Tú dijiste que yo era el más sabio de los hombres, pero aquí está un hombre que es más sabio que yo.
Bien, yo le hice un profundo examen a esta persona—y no necesito mencionar su nombre, pero él era uno de los políticos que yo estaba estudiando cuando tuve esta experiencia—y en conversación con él, me formé la impresión de que, aunque en la opinión de mucha gente; y especialmente en la suya propia, él parecía ser sabio, de hecho, él no lo era.
Entonces, cuando comencé a tratar de demostrarle a él que él sólo pensaba que era sabio pero que en realidad no era así, mis esfuerzos fueron resentidos tanto por él como por mucha de la gente presente.
Sin embargo, yo reflexioné a medida que me alejaba, bien, yo soy ciertamente más sabio que este hombre. Es muy probable que ninguno de nosotros tenga algún conocimiento sobre el cual alardear; pero él piensa que sabe algo que en realidad no sabe, mientras que yo estoy completamente consciente de mi ignorancia. De cualquier manera, parece que yo soy más sabio de lo que él es, en el pequeño contexto de que yo no pienso que se lo que no se.
En la inmensa mayoría los liceos de Venezuela, se resume este magnífico monólogo socrático, simplemente instruyendo a los estudiantes a memorizar la frase: “Sócrates dijo: Yo solo se que no se nada”.
Pero… ¿deliberadamente?, los profesores no analizan con sus alumnos el innegable hecho de que ese monólogo socrático, es una de las pruebas más antiguas de que los dogmas religiosos y la ciencia—(la búsqueda de la verdad mediante el uso de la razón)—pueden coexistir en perfecta armonía unos al lado de la otra.
Los profesores tampoco analizan con sus alumnos este otro hecho contenido en ese monólogo socrático: que es sumamente pernicioso para la búsqueda de la verdad y el desarrollo de la ciencia, que los dogmas religiosos estén presentes en las escuelas públicas—influenciando las mentes de los jóvenes en la edad en la cual son más impresionables: cuando son niños y adolescentes.
Si los dogmas religiosos no hubiesen estado presentes en las escuelas de la antigua Grecia, quizás el tribunal que juzgó a Sócrates, no hubiese condenado a beber la cicuta, a ésta, una de las más brillantes mentes que ha conocido la humanidad.
En La Tierra existen muchas cosas buenas
¿Quién las hizo? ¿Dios?
Existen los océanos bordeados por todo tipo de paradisíacas playas, llenos de todo tipo de peces y de otros numerosos recursos naturales renovables y no renovables.
Existen los continentes, dotados por doquier de hermosísimos paisajes, llenos de todo tipo de vida vegetal y animal—y de luz, de sonidos, de olores y sabores infinitos…
Existe la atmósfera, portadora del oxígeno y de la lluvia vitales para casi toda forma de vida animal y vegetal, y un medio a través del cual pueden desplazarse elegantemente desde las golondrinas hasta los cisnes; y desde los ultralivianos hasta el Tupolev y el Airbus 380.
Existe el Homo sapiens, inventor de la nanotecnología, de los televisores digitales a color con pantallas planas de plasma, de los teléfonos celulares y computadoras; y de—entre muchas otras maravillas—de miríadas de composiciones musicales, como las de Beethoven, Mozart, los hermanos Strauss, el merengue dominicano y la salsa afrocaribeña, el reggae jamaiquino y el tambor barloventeño, baladas francesas, italianas, españolas, y el rock y el jazz, y mucho más recientemente del hip-hop y el reguetón.
¿O fueron el producto de los fenómenos naturales que son explicados por
las dos mas grandes teorías científicas comprobadas:
el Big Bang…
y la Evolución de las Especies por Selección Natural?
¿Qué aprenden en las escuelas públicas los niños y los adolescentes venezolanos?
Que las cosas buenas “Las creó Dios” ¿O la verdad, deducida por la razón contenida en las teorías científicas?
Este dilema tiene Profundas Implicaciones
Porque; por ejemplo, a diferencia de los animistas que creen que las personas—(los seres dotados de alma y voluntad propia)—no son sólo los seres humanos, sino también los animales, las plantas y hasta las montañas, las cascadas, etc., las mayores religiones del mundo (Judaísmo, Cristianismo e Islam), creen que sólo los seres humanos tienen alma, y que todos ellos son descendientes de Adán y Eva—creados por Dios, y expulsados del Paraíso Terrenal al comer la fruta del Arbol Prohibido (el árbol de la sabiduría).
Las teorías científicas del Big Bag y Evolución, no entran en conflicto con las creencias religiosas animistas; pero sí entran en diametral conflicto con las creencias religiosas judías, cristianas y musulmanes, porque; por ejemplo, si todas las formas de vida evolucionaron en los océanos a partir de criaturas microscópicas—como ha comprobado la evolución—eso quiere decir, que ni Adán, ni Eva, ni el Paraíso Terrenal existieron, como tampoco el “Pecado Original”.
Albert Einstein, la más grande inteligencia científica que ha conocido la humanidad hasta ahora, le halló una solución a este dilema:
Cuando un periodista le preguntó: “Sr. Einstein, después de haber descubierto los secretos del universo… sigue usted todavía creyendo en Dios”; a lo que Einstein respondió: “Yo siempre siento un gran extasis cada vez que descubro uno de los secretos del Todopoderoso”.
¿No les recuerda esta postura de Einstein, la asumida por Sócrates, para quien era completamente posible seguir la búsqueda de la verdad mediante el uso de la razón, mientras mantenía su reverencial respeto a Apolo, el dios griego que comunicaba sus designios a través del Oráculo de Delphi?.
Lamentablemente, las sabias posturas de Sócrates y Einstein, no abundan entre los sacerdotes, a quienes se les dificulta aceptar los constantes hallazgos de las ciencias, que contradicen algunas de sus más reverenciadas creencias religiosas, y por ello, cualquier nación que desee ver prosperar a sus comunidades, no debe dejar la educación de sus jóvenes en manos de los sacerdotes de cualquier religión.
Esto ni remotamente sugiere que las religiones deberían ser abolidas—todo lo contrario—porque ellas son unas de las principales fuentes de ética y moralidad, magistralmente ejemplarizadas por el principal decálogo de la Ley Moisáica o Torá judía, que los cristianos llaman los Diez Mandamientos; pero la religión pertenece a los templos y al seno privado de las familias y de las personas—no a las escuelas.
[1] Apolo, hijo de Zeus; el más temido y reverenciado de los dioses griegos, se comunicaba con las personas a través de Oráculos a cargo de sacerdotisas, el más famoso de los cuales fue el Oráculo de Delphi, ubicado en la ciudad griega del mismo nombre.