¿Queremos un dueño para Venezuela?
El sábado 31 de enero por la tarde, al finalizar un partido de softball entre mujeres por el Sí y algunas figuras del beisbol rentado en instalaciones del Fuerte Tiuna, a Hugo Chávez se le ocurrió que el lunes 2 de febrero debería ser declarado asueto obligatorio por conmemorarse los 10 años de su ascenso a la presidencia. Presto a celebrarse a sí mismo, decretó que así fuera, conminando al país, por boca del viceministro de Trabajo, a suspender toda actividad ese día en su honor. La prensa recogería luego numerosos testimonios de cómo la Guardia Nacional y/o policías regionales obligaban a cerrar negocios que desafiaron esta “invitación”. Este antojo presidencial, que forzó la suspensión de consultas médicas, odontológicas, y de un sinnúmero de otros servicios de interés para la población, pudo haber costado al país más de un millardo de bolívares “fuertes” en labores productivas canceladas. El taita llanero dándoles el día libre a sus peones para que festejen su cumpleaños podría ser un símil apropiado. Pero esta apreciación de patrón y señor de Venezuela ya Chávez la había anticipado tan temprano como principios de diciembre de 2001, cuando, ante críticas a la Ley de Tierras durante la instalación del Congreso Internacional de Derecho Agrario, exclamó -cual Rey Sol tropical-, “El Estado soy yo”.
Durante estos largos años hemos tenido sobrados testimonios de la megalomanía y del excesivo “Yo-ismo” de Hugo Chávez en el poder. Nada se mueve ni se decide sin su consentimiento. En el marco de un cada vez más enfermizo culto a su persona, los demás poderes públicos –Asamblea Nacional, Tribunal Supremo de Justicia, Poder Electoral y Poder Moral (sic)- han abdicado de sus responsabilidades para complacer las fantasías de quien ahora es referido como el Comandante en Jefe. A este Jefe un dirigente estudiantil de la tolda oficialista anunció recientemente, en entrevista al diario El Nacional, su obediencia incondicional, pisoteando la tradición histórica de rebeldía e irreverencia ante el poder de la cual se siente orgullosa la juventud venezolana. En un acto proselitista “batallones” de mujeres regimentadas con su uniforme “rojo, rojito” aplauden rabiosas la conminación del Presidente a los policías de echarles “gas del bueno” a los auténticos estudiantes. Mientras, en los cuarteles se hace rutina el saludo fascista de “¡Patria, socialismo o muerte!”, marca de sumisión incondicional a los delirios mesiánicos del Führer criollo. Conforme a sus deseos se violan garantías procesales y se tuerce la administración de justicia para castigar a los presos políticos a la vez que se cubre con un manto de impunidad los desmanes de bandas paramilitares oficialistas. En las manos de Chávez se concentran enormes recursos no presupuestados que gasta a discreción, premiando la obsecuencia de sus “amigos” internacionales –entre otras cosas- con bienes nacionales y/o contratos públicos sin licitación alguna ni autorización de la Asamblea Nacional, en desmedro de intereses nacionales.
Como si volviéramos a la época de Juan Vicente Gómez, al país le ha salido dueño.
Lo curioso es que Chávez legitima este señorío argumentando que el dueño no es él, sino el Pueblo (con mayúscula), del cual él es apenas un “humilde instrumento”. Pero ese mismo pueblo acaba de decirle NO a sus pretensiones de eternizarse en el poder, cosa que él desprecia en nombre de los “intereses superiores” de una “revolución” que es sólo una cortina de humo para sus insaciables apetencias de poder. Es, en este sentido, un dueño peligroso.
Chávez se proyecta a sí mismo como el líder de una epopeya maniquea, reivindicadora del sueño de Bolívar –traicionado por una “oligarquía” hoy representada en sus opositores-, en la que las fuerzas del bien se engarzan en una lucha a muerte con la “contrarrevolución”, las fuerzas del mal. Alucinando con una retórica salpicada de inflamadas acusaciones al “imperio”, incita al odio contra todo aquél que no comulgue con su visión, acicateando a sus seguidores a prepararse para la batalla final contra los “enemigos de la patria”. Mientras, los detestados gringos le financian su “socialismo del siglo XXI” sectario y excluyente comprándole la mayor parte del petróleo exportado, alimentándole la ilusión de que puede acabar con la economía productiva porque la renta da para todo. De tanto denigrar e insultar a estudiantes, religiosos, medios de comunicación y todo aquel con pensamiento independiente, ha propiciado un clima de violencia con resultados lamentables, como lo atestiguan las agresiones a la Nunciatura Apostólica, los atropellos a universitarios, reporteros y a Globovisión, y la profanación de la sinagoga de Maripérez, entre otros desmanes. ¿Estamos viendo nacer, con estos hechos, el tan pregonado “Hombre Nuevo” de la revolución bolivariana?
No es difícil entender el efecto narcotizante del poder cuando una corte de jalabolas genuflexos complacen todos tus disparates aun sabiendo que violan la Constitución o las leyes de la República. La única consigna política del oficialismo ha quedado reducida en pancartas y afiches a la exhibición de su nombre, “¡Chávez!” Una vez probadas las mieles del mando irrestricto, sólo el cielo es el límite. Como dijera Lord Acton hace 132 años, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. No en balde Chávez se cree imprescindible, que el mundo gira en torno a él. “Yo no me voy. No me quiero ir, ni quiero ni debo” . “Todo el que esté contra Chávez está contra la Patria…”. Salvaguardar “la patria” implica, ahora –según una reciente confesión-, que debe quedarse hasta el 2049.
Por si faltaran argumentos sobre la inconveniencia de la enmienda constitucional que procura la reelección indefinida de Chávez, su conducta no ha dejado lugar a dudas. Cuando se tiene a un país entero a su disposición, protegido y aislado de las miserias y angustias del mundo cotidiano del venezolano de a pie, es harto difícil dejar el poder. Más cuando ha empezado a creer en sus propios mitos. Es obvio que Chávez va a utilizar todos los recursos a su disposición, pisoteando el Estado de Derecho, para hacerse reelegir indefinidamente. Para eso cuenta con un TSJ, una Asamblea Nacional y un CNE entregados. Desaparece todo freno moral, ético, legal o político para impedir sus apetitos de poder.
Sólo estamos los venezolanos que creemos en la democracia, que no aceptamos que, como en la Cuba de los hermanos Castro, el país tenga un dueño que pretenda hacer de nosotros lo que le da la gana en nombre de un “socialismo del siglo XXI” de cuyos secretos sólo él conoce. Todos a votar NO en los comicios del próximo 15 de febrero.
NOTAS :
1.- Hugo Chávez en ocasión de su informe anual, 2008, ante la Asamblea Nacional. El Nacional, Pág. 2 Nación, 14/01/09.
2.- Chávez el 20 de enero de 2009, en acto proselitista en Barcelona El Nacional, Pág. 3 Nación, 21/01/09.
*Economista profesor de la UCV