¡Qué vergüenza!
Ilusión de paralíticos la de quienes pensaron que este TSJ, cofradía de leguleyos puesta por Hugo Chávez para servir estrictamente a sus intereses, tomaría en serio sus funciones y procedería rechazando las morochas. “Asesinos tras los estrados” llamó el alemán Ingo Müller a los jueces del “Tribunal del Pueblo” puesto al servicio de la causa del nazismo por Adolfo Hitler. Stalin tuvo los suyos, con los cuales le dio un barniz de legitimidad al ajusticiamiento de la vieja guardia bolchevique y a millones de ciudadanos soviéticos. Castro usa la suya, con la cual condena y mantiene en sus mazmorras a todos aquellos que se le oponen, con la excepción de aquellos a los que fusila sin más trámites.
Si Pinochet mantuvo la ficción de una Corte Suprema de Justicia, ¿por qué no habría de mantenerla quien comparte tantos de sus atributos? Comparte su orígen castrense, es golpista, se hizo con el Poder , odia la democracia, persigue y encarcela a sus oopositores y se sirve de la corrupción como instrumento de dominación. Lo supera, sin embargo, y con creces en habilidad: se sirve de un discurso de izquierda con el cual se compra la anuencia de la pusilánime progresía universal, ondea el emblema de los pobres así los hunda en la miseria, chantajea con el petróleo y neutraliza a su favor a los gobiernos democráticos y tiene embobados a los demócratas del mundo. No le llega, en cambio, a los talones en su capacidad y eficiencia: Pinochet sentó las bases estructurales de la modernidad, de la que hoy disfrutan todos los chilenos. Chávez hunde a Venezuela en la miseria y la ignominia. Sin contar con la diferencia más sobresaliente: el dictador Pinochet entregó el Poder luego de un impecable plebiscito. Chávez lo amañó hasta lo inimaginable. Quedándose en el Poder con la complicidad de las democracias occidentales.
Todo esto lo saben perfectamente las dirigencias opositoras. Para qué hablar de los antichavistas light de la sociedad civil que se rasgan las vestiduras y muestran sus vergüenzas democráticas elevándole un altar a la institución del voto, así esté prostituido hasta su misma médula. Y sin embargo siguen vendiendo sus ilusiones de paralíticos y atacando con mayor vehemencia al cardenal Castillo Lara que a la neo dictadura chavista. Prefieren inmolarse ante Jorge Rodríguez que escupir en el rostro a su farsa comicial. Se solazan en su perverso masoquismo político. Y luego se espantan cuando el pueblo opositor abstencionista – inmensamente mayoritario – los considera colaboracionistas.
Vuelven a tener la oportunidad dorada de rectificar y unirse en un solo frente por la decencia nacional. El TSJ les ha dado ayer, en esa cayapa jurisprudente, la perfecta legitimación para retirar todos sus candidatos y poner al autócrata en 3 y 2. Pero ya corren a poner la otra mejilla y se arrodillan ante el poderoso. Es el masoquismo de los participacionistas: o voto o nada.
¡Qué vergüenza!