¿ Qué querían los golpistas?
En febrero de 1992, cuando estaba en fase final la administración de Carlos Andrés Pérez y variados sectores se aprestaban a organizar sus campañas para escoger el relevo, un grupo de militares intentó derrocar el gobierno que el propio pueblo se había dado. Tenían más de una década planificando el asalto al poder. Las acciones fueron sanguinarias. Después confesarían que estaban resueltos a asesinar al Presidente. Lo mismo intentaron hacer con la esposa y sus familiares, quienes resistieron en la residencia presidencial. Ni mataron al Presidente ni lo tumbaron. Dolorosamente, centenares de familias quedaron enlutadas. Soldados y policías humildes, civiles desprevenidos, modestos padres de familia, pagaron con sus vidas la ambición de una secta militar. Y los golpistas fueron perdonados. Esa fue la historia.
Sin embargo, días atrás, Chávez se empleó a fondo en una cadena presidencial para “celebrar” otro aniversario del fallido golpe y presentarlo como el hecho que abrió paso a los “gloriosos” días que estamos viviendo. Con un cinismo sin par se refería a las víctimas de la asonada como mártires de una causa superior. No hay que mirar muy hondo para entender que esos muertos le pesan, que está consciente de las acciones criminales que dirigió y que, en consecuencia, usará de todas las formas posibles el aparato y los recursos del Estado para falsificar la historia.
A lo largo de estos últimos años hemos visto una y otra vez el mismo guión: condecoraciones a los caídos (unos, emboscados, y otros, llevados al matadero por culpa de su ciega ambición de poder); actos solemnes como si se tratase de una fecha patria; prebendas y reconocimientos a quienes participaron en la intentona; abultamiento de la lista de los confabulados para dejar la sensación de que múltiples sectores estaban en la conspiración; y discursos y literatura que presentan ese alzamiento militar como una necesidad histórica, como un clamor popular. Han gastado billones de bolívares en propaganda para que esas mentiras, repetidas mil veces, suenen a verdades.
Debemos recordar que se vivía una democracia plena. El Presidente Pérez era militante de AD; el gobernador del Zulia, Álvarez Paz, de COPEI; el de Aragua, Carlos Tablante, del Movimiento al Socialismo; el de Bolívar, Andrés Velásquez, dirigente máximo de la Causa R; Salas Romer, de Proyecto Venezuela, era el gobernador de Carabobo; Ovidio González, del MEP, era el gobernador de Anzoátegui. El Estado daba muestras de lozanía al promover la cohabitación política. Diferentes toldas políticas participaban de la conducción del país en el mismo momento histórico.
Estaban en su tercer año de mandato más de trescientos treinta alcaldes, postulados por diversidad de partidos y grupos de electores, ocupados en relanzar la autonomía de los municipios y lograr así que cada ciudad del país fuese conducida por sus propios dirigentes sociales. Eran tiempos de participación y convivencia. Eran tiempos de cambio. El proyecto descentralizador era un remedio contra los excesos centralistas a que la visión cupular de cierto liderazgo político había llevado.
La alternabilidad era un hecho. En treinta y tres años de democracia, para ese momento, el Ejecutivo Nacional había sido conducido por diferentes sectores políticos: varias tendencias de AD; distintas tendencias de COPEI; Unión Republicana Democrática, de Jóvito Villalba; el Frente Nacional Democrático, de Uslar Pietri; y numerosas e importantes personalidades independientes. Distinto de cuanto ocurrió de 1810 a 1958, cuando tuvimos ciento cuarenta y tres años de gobierno de un solo partido, el de los militares. Los caminos para dirigir el país no estaban obstruidos para nadie. Venezuela se ensangrentó por la ambición de una logia militar y ahora, después de nueve años de concentración de poder y de desgobierno, estamos en mejor capacidad de evaluar para qué era el golpe del 4 de febrero.