Opinión Nacional

¿Qué más hacer?

Para los que no viven en el país puede resultar difícil entender lo que está ocurriendo en Venezuela. No es fácil comprender cómo un gobierno que fue electo democráticamente pueda, sistemáticamente, falsear la veracidad de los hechos. El régimen ha utilizado ingentes cantidades de dinero para difundir una versión de la realidad, que está marcada de tintes que la hacen plausible para aquellos que solo disponen de una información parcial y ocasional de lo que aquí ocurre.

Mentiras del régimen: favorecer a los más pobres

El régimen ha utilizado pocos argumentos, pero los ha repetido hasta la saciedad y con ellos ha logrado, en alguna medida, crear una matriz de opinión que puede despertar simpatías en algunos grupos políticos de diversas naciones. El principal de ellos es que el gobierno de Chávez es una expresión de una lucha que se está librando en toda la América Latina para favorecer a las clases más desposeídas frente a unas clases políticas corrompidas y frente a la indiferencia de los estratos sociales más favorecidos que se niegan a modificar sus privilegios. Estos grupos políticos y sociales vendrían a ser la expresión de una actitud conservadora que se habría convertido, con el tiempo, en una supuesta modalidad de neo fascismo. Según esa interpretación, la oposición sería a la vez racista y anti-democrática y su único propósito sería regresar a un pasado en el que sus injustas prerrogativas estaban garantizadas por un sistema político que les aseguraba el control del poder.

Mentiras del régimen: la oposición quiere volver al pasado

El descalabro por lo ocurrido durante el vacío de poder luego de los sucesos de abril de 2002, cuando el presidente de Fedecámaras, Pedro Carmona, ocupó por días la presidencia después de la renuncia de Chávez, fue una ocasión extraordinaria para que Chávez, a su regreso al poder confirmara, urbi et orbe, la veracidad de sus argumentos. Es decir, demostrar que en Venezuela, la oposición había dado un golpe de estado para regresar a las peores prácticas del pasado.

La realidad es, sin embargo, diferente. La oposición a Chávez es fundamentalmente democrática. Es cierto que el no efinir un liderazgo claro le ha hecho cometer errores, pero no es verdad que sea ni racista, ni golpista, ni mucho menos que pretenda reconducir al país hacia el pasado. La misma conformación de la denominada Coordinadora Democrática es una garantía de que nadie está mirando hacia atrás. La Coordinadora es la expresión más evidente del pluralismo democrático, ya que en su seno comparten ideas y estrategias, partidos, organizaciones civiles y grupos de interés que van desde la extrema izquierda hasta la derecha, y las decisiones que allí se toman son por consenso.

Aunque sin paredón, sí es autoritario

Lo que ocurre con el chavismo es similar a lo que ha ocurrido con otros regímenes de corte autoritario o totalitario. En primer lugar, se ha escudado bajo un manto ideológico que pone énfasis en la justicia social, en un enfrentamiento contra el capitalismo, el neo liberalismo y la globalización y que reclaman tener como base de sustentación una reivindicación de los valores autóctonos de una cultura anterior a la colonización. Con ese manto protector han ido, paso a paso, desmantelando los cimientos del estado de derecho, considerándolo como reliquia burguesa que debe ser superada, y así ha venido creando las bases y condiciones para implantar un régimen de corte ciertamente autoritario y quizá similar, a la larga, a una forma de totalitarismo como la que se implantó en Cuba, claro está, adaptado a las circunstancias históricas actuales, lo que le hará lucir como diferente al régimen castrista.

En Venezuela no ha sido necesario implantar el paredón, ha bastado con dominar y comprar a las instituciones, para así darle un viso de legalidad externa a la operación sistemática de obtener el control total sobre la sociedad. El gobierno controla una exigua mayoría en la Asamblea, en el Tribunal Supremo y en el Consejo Nacional Electoral. Esa precaria mayoría está atornillada por los ingentes recursos del Estado y las ventajas que pueden obtener de ellos los que estén dispuestos a plegarse a la voluntad del Jefe Supremo.

A ésta realidad que le permite al régimen controlar formalmente y “legalmente” el poder, se le suma la total obsecuencia de la Fiscalía y de la Contraloría, así como de un número creciente de jueces designados por el régimen. Y ahora a ello parece añadirse el CNE. Luce difícil lograr, por medios democráticos, modificar el statu quo, ya que estos han perdido en buena parte validez: están deformados y colocados en función del grupo gobernante. Además, se puede añadir a este cerrojo el control sobre los principales puesto de mando de las fuerzas armadas.

¿Qué le queda a la oposición democrática?

Entonces, ¿qué le queda a la oposición democrática para tratar de quebrar el cerco que la asfixia progresivamente? Por un lado, mucha entereza, fuerza interna, moral y cabeza fría. Las acciones deseperadas y violentas ((%=Link(«http://www.vub.ac.be/khnb/itv/oktober/maa99/sp99-03o.htm»,»¿”foquismo”?»)%)), derivadas del atropello del gobierno y de la fuerte carga emocional en juego, por si solas no estimulan un cambio brusco y exitoso, la amplia experiencia histórica ha mostrado su ineficacia. Además, la oposición debe luchar por demostrar, interna y externamente, su vocación democrática, su capacidad de enfrentar de manera eficaz los problemas económicos y sociales del país y que está en condiciones de gobernar. Para hacerlo debe ir más allá de las marchas y de la justa indignación por los reiterados abusos del gobierno.

La oposición expandir su base social, ir al pueblo y motivarlo con propuestas claras de cambio. Debe tocar las fibras de los desposeídos, tiene que llegarle al corazón de los desempleados, tiene que convertirse en esperanza de una Venezuela mejor. Si logra transmitir el mensaje, las verdaderas acciones de calle y las protestas asumirán una dimensión tal que el gobierno no tendrá manera de sostenerse, si no es con el aumento intolerable de la represión. Y así mismo, debería utilizar todas las rendijas que todavía quedan de democracia y participación política. No hacer uso de las mismas es afianzar el poder del gobernante. El enemigo del poder es la democracia.

No se trata de desestimar las formas de lucha social emprendidas hasta ahora. Es bueno estar en las calles, movilizar voluntades, pero eso no basta si no se logra incorporar a los que por ahora se han mantenido observando y esperando por quien les brinde un verdadero mensaje y una esperanza de que no sean una vez más los engañados de siempre. Todo esto es difícil, pero creo que no existen atajos.

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