¿Qué hay detrás de las masacres?
La matanza de Uribana, como las anteriores en otras cárceles, obliga a algunas consideraciones que vayan más allá de la obligatoria condena del horror y de la exigencia de las responsabilidades del caso. No es la primera vez que el país se ve confrontado con acontecimientos como el ocurrido en la cárcel larense, de modo que todo lo que hay que decir, de lado y lado, ha sido repetido decenas de veces, porque decenas, en catorce años, han sido las tragedias en los penales.
En las cárceles nada cambia, como no sea para empeorar.
La gran pregunta es: ¿por qué? ¿Por qué nada cambia? La proverbial incompetencia de los gobernantes tal vez explica parte del asunto, pero a la luz de lo seguidito de las muertes, resulta insuficiente. Por mucha que sea la incompetencia del régimen, alguna mejoría podría haberse registrado, pero no ha sido así y, por el contrario, la incompetencia sube de punto cuando se designa a Iris Varela como ministra para atenderlos.
Su gestión ha sido la mejor demostración de que para eso no sirve. ¿Se la colocó en ese puesto precisamente para que con sus alocadas y arbitrarias medidas contribuyera a agravar la situación? Si partimos de que no todo se explica por incapacidad, la pregunta podría tener pertinencia.
Que la situación de las cárceles no es prioridad para el gobierno (como no lo ha sido para ninguno) también es cosa sabida. No es prioridad porque no lo es para la sociedad. Los gobiernos, incluyendo a este, pueden mostrarse desaprensivos e indiferentes ante la suerte de los presos porque a la propia sociedad el tema no le quita el sueño.
Por el contrario, existe una suerte de complacencia social ante la mortandad en las cárceles porque frente a delincuentes no es propiamente compasión lo que expresa la mayoría. Y mientras peor se hace la acción del hampa en la calle, mayor es aquella complacencia. El gobierno no se siente presionado por la opinión pública para meterle el pecho al horror carcelario. Pero todavía la pregunta que abrimos arriba no encuentra respuesta completa en este argumento, aunque sí podría constituir el telón de fondo de una hipótesis, que no por impensable, es imposible no plantearse.
Quinientos muertos anuales y miles de heridos en las cárceles (cosa que no ocurre en ningún país del mundo), asesinados entre sí, ante la vista gorda de las autoridades, o por su propia custodia militar, conducen a una pregunta: ¿podría tratarse de una tendencia, probablemente tácita, de «limpieza» social? Evidencias para soportar tan arriesgada suposición no existen, como no sean los propios cadáveres, la indiferencia ante lo que ocurre dentro de los recintos y la conducta brutal de la Guardia Nacional, pero, podría aducirse que esto siempre ha sido así, a lo largo de décadas. Sin embargo, lo de Uribana debe encender las alarmas ante lo que podría no ser una más de las tragedias tradicionales. A los indiferentes, una observación: lo que ocurre dentro de las cárceles, rebota en las calles, de las cuales se adueña el hampa, cada vez más cruelmente.