Opinión Nacional

¿Que hace que seamos como somos?

Cada día en todas partes con variedad de intenciones e intensidades, nos interrogamos ante cada tragedia. Si tal definición puede aplicarse al tema que hoy me ocupa. La conducta humana. Nos horrorizamos de los asesinatos allí donde pocos se dan o donde, por alguna causa se incluyen como abominables. El asesinato de Abel por Caín o el de una mamá por su amado hijo. Los muertos en guerra, son datos estadísticos. Se reconocen como normales. Se va a la guerra para matar o morir, según sea la fortuna o desdicha de sus actores. Indiferentes, casi impertérritos, vivimos ante la muerte de miles de niños por hambre, miles, miles, siendo el África Negra el de los más elevados índices y Haití por estas tierras. Resulta normal que los fanáticos de algunos equipos de football, con sus extraños atuendos, puedan matarse sin son ni ton, por ganar o perder. Oí de un niño colombiano esta expresión, indiferente, sin sorpresa alguna: “me he acostumbrado a vivir con la muerte”. Y en el país de donde soy y me desvivo, el secuestro, los diarios asesinatos, que son tantos, que son miles como en la peor guerra, apenas si provocan lágrimas a los familiares mas cercanos, o discursos fariseos a algunos políticos que nutren su alma con la muerte, como si verdad fuera aquello de la visión mexicana “la vida no vale nada, no vale nada la vida” que provocara la sesuda reflexión de Octavio Paz sobre el ser mexicano. A punto de infarto queda el espectador cuando un avión con tantos pasajeros a bordo los condujo a la muerte. Sean estos ejemplos para reclamar la atención.

Y sabemos, por experiencia buena de la humanidad toda, que por inexplicables razones, pero razones tuvieron, algunas madres o padres, protegen y privilegian a alguno de sus hijos contra sus propios hijos, tal el ejemplo mas perfecto, de Esaú y Jacob que, sin ser profano, el conflicto entre ambos gemelos los preestableció el mismo Dios, pues cada uno estaba predestinado a comandar un pueblo, vale decir, dos pueblos diferentes, en primera versión, o, en segunda lectura, cosas normales de la complicidad de la madre, Rebeca, con su privilegiado, por oposición a la conducta de Isaac que, por sus razones, privilegiaba a Esaú. Inescrutables cosas de Dios tanto más cuando así actuaría la especie humana según son sus designios, según eran las cosas en el Génesis y en la Torá, corregidas según el derecho a ejercer el libre albedrío, problema que aún sirve de debate a los teólogos y teósofos. De mil maneras el arte, las religiones, la filosofía misma, insisten en el retorno al Paraíso, en la recuperación de ese ideal en donde el hombre viviría en armonía con dios y consigo. O se transubstancia hacia las utopías para el futuro. Quede esto como referencia a mi angustia, pero recordemos y reconozcamos a sabios que han hecho importantes esfuerzos por alcanzar este deslinde. Freud, quizá sea el más afamado entre los occidentales, y Jung, uno sus mas brillantes discípulos, creyeron encontrar la fuente esencial de la conducta humana en los complejos de Edipo y Electra, respectivamente y cuyo error pudiera haber estado en los modelos griegos que le sirvieron de fuente, construcciones estéticas del más alto valor, pero que carecen de aplicabilidad fuera de estas “determinaciones” culturales, vale decir, occidentales, y sin miedo al error que tanto pesa, tampoco aplicables a cada una de las familias, lejos por el contrario, inaplicables.

Bajo otras direcciones, sobre la base de la moderna biología y por ella misma, se ha intentado dar respuesta a partir del complejo genético; en la “conducta” de los genes estaría la causa, obviamente originaria, de la conducta humana. Una obra fundamental para los no expertos, como yo, pudiera servirnos de guía, el gen egoísta, de Richard Dawkins, para quien la “conducta”-la del gen- sería responsable de nuestras actitudes malvadas (o buenas!), pero que, gracias a Dios!, solo la especie humana puede corregir esas determinaciones egoístas. Egoísmo que, por lo demás, ha garantizado la existencia de las diversas especies vivas, y, obviamente, también de la nuestra. Como ve, caro lector, estoy metido en un verdadero laberinto para el cual, pienso que, hasta ahora, no hay respuestas definitivas. ¿Por qué se asesina? ¿Que siente el victimario? ¿Placer, goce, nada? ¿Por qué se roba? La hipocresía da respuestas ad hominem. Unos, por necesidad, la que impone, por ejemplo, alimentar a la familia. O para ponerse unos zapatos nuevos. Necesidades reales o necesidades “espirituales”. Pero si eso fuese cierto, ¿por qué roban ricos, pobres, clases media? Se mata por amor, así afirman, o por venganza, según sean los hechos del hombre o la mujer celosos. Se asesina por cálculo, para destruir al enemigo, lo cual nos plantea un problema adicional pero fundamental, ¿por qué enemigo? Preguntas de igual intensidad pesan sobre la mentira, las falsificaciones, delitos que según su construcción e intencionalidad puede provocar severo daños, viles, tantas veces crueles.

En esto ando, para buscar respuesta a la conducta por ejemplo, de nuestro presidente que, para sólo dar algunos ejemplos tortuosos y tormentosos, tomemos dos, su compungimiento por la muerte de Reyes, con un minuto de silencio como homenaje, su anterior y apasionado discurso ante la AN exigiendo el reconocimiento a la legitimidad de las FARC, y su obscuro silencio, se diría complacido, ante la muerte de su máximo jefe, su heroico símbolo apenas ayer, Marulanda, y el cambio absoluto en la concepción de la guerra asimétrica, las guerrillas urbanas y montaraces, de donde infiere su exhorto para exigirles la renuncia a su acción de guerrillas, por demodé; también desluce su conducta por sus injurias contra Uribe y, luego, su cándida mano sobre el pecho, ofreciendo sus disculpas, como si la realidad no existiera o se pudiera construir a cada instante, según sean las cosas y los hechos, los miedos, las fortalezas y las debilidades.

¿Será posible que esta maldad esencial, congénita, o predestinada por los dioses, sea parte de un “programa” para regular la vida misma? O ¿será un hecho cultural, de toda sociedad, vinculado al Poder, bien porque se tenga y se quiera preservar bien porque se quiere detentar y se esfuerzan en ello, y sea éste la causa primigenia de la tragedia humana? Sea como fuere la gente inventó las leyes para tratar de frenar esta tragedia. La del Talión, de alguna manera, es constante, como realidad o como deseo. Las Tablas de la Ley contienen el más perfecto mandato para vivir en armonía con Dios y las más claras prohibiciones para que podamos existir en sociedad. Los códigos civiles, penales, producto en buena parte de la razón política y de las relaciones de poder, en lo esencial, se estructuran y avanzan sobre aquellos, pero no llegan a superar la esencia sustantiva de tales fuentes.

Pero la lucha de lo bello y bueno contra el mal y la perversidad, entre el egoísmo y el altruismo carecen de límites, no me atrevo a afirmarlo pero lo intuyo, ésta es una constante de la especie humana, la que ahora viene al caso, que se nutre de su propia paradoja: de ese conflicto crece y decrece la vida misma, de ese conflicto decrece y crece la equidad, la justicia, la igualdad, la fraternidad, la solidaridad. La cualidad de las leyes sociales permanecen en la mediad en que perfeccionen estas relaciones, equidad, justicia, igualdad, fraternidad, solidaridad y se agotan cuando privilegian las circunstancias que impone el Poder, que necesariamente están, en proporción directa, relacionadas con la reafirmación de la desigualdad, del egoísmo, de la avaricia, la soberbia. Se juega entonces, para cubrir las apariencias éticas, al perdón y a la impunidad. A la justificación y a la absolución. Así, el crimen, el delito, el pecado, en sus actores, el criminal, el delincuente, el pecador, quedan absueltos o castigados con lenidad comprensiva. Comprensión que, también, está condicionada por las relaciones de Poder.

El lenguaje de la inmensa mayoría de los políticos, como su arma, suele orquestarse echando en cara la conducta delincuencial del otro, sus defectos, sus marramuncias, como dicen los más viejos, mientras la cualidad, la causa, etc. de los problemas se ocultan cuando no se ignoran, con lo cual se identifica al pecador, al delincuente con el delito, pero el delito mismo queda inmune e impune. El delito de ese modo se hace intangible, preexistente, absoluto y, finalmente, incorregible. Para ejemplificar, si por obra y gracia de los dioses, o del nuestro en especifico, o de un acto posible del ejercicio del libre albedrío, se pudiese salir de Chávez, en este caso el pecador, el delincuente, etc., entonces nos libraríamos del delito, en este caso, la inseguridad, el desempleo, el desabastecimiento, la inflación, la intolerancia, la exclusión, etc. ¿Será esto cierto? Desde luego que ¡no! Empero, esta rotunda negación no niega el papel que en los procesos históricos, políticos, culturales, científicos, etc. tiene la personalidad de sus líderes, pero reducir la tragedia de la sociedad al “destino” del líder es una falacia, que debe superarse si realmente deseamos, por vía cultural, zafarnos de mesías, caudillos, ídolos, incluido el mercado. Apunta esta inquietud, a exigir de nuestros dirigentes políticos, empresariales, religiosos, académicos, etc., proyectos y no insultos, consensos racionales y no injurias viscerales, sobre las alternativas para solución de los problemas. La descalificación como negocio para crecer en encuestas, es insana y vil forma de manipulación que sólo deja huellas, muchas veces sin cura posible, salvo la que por tradición impone el juego de la hipocresía.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba