¿Que es la patria?
Rubén Blades dice en su canción que la patria es “un viejo balcón… un sentimiento”. En definiciones más formales se habla de patria como el sitio donde se nace o el sitio adoptado por el cuál se siente un afecto especial (como decía Pro-Venezuela: “No importa donde se nace sino donde se lucha”). La raíz latina de la palabra sugiere la naturaleza afectiva de la relación: Patria, padre. Sin embargo, la llamamos con frecuencia madre patria, lo cuál parece un contrasentido pero ilustra el componente de ternura, de cariño que uno suele asociar con la madre, más que el respetuoso y más distante nexo que se tiene con el padre.
Parece claro que es un sitio y que es, al mismo tiempo, un sentimiento. Esto es interesante porque aplica a la situación anímica de muchos venezolanos hoy día, quienes han decidido por una u otra razón ausentarse de su patria, Venezuela, lugar donde nacieron o crecieron y al cuál le unen lazos afectivos estrechos basados en lo que Rubén Blades llama “el viejo balcón”, bien sea la placita de nuestra niñez, o el cine ya desaparecido donde le dimos el primer beso a nuestra novia.
Digo que es interesante porque, si es cierto que estos venezolanos están fuera de la patria, como lugar, es también cierto que frecuentemente están muy dentro de la patria como sentimiento. Mi primera conclusión, por lo tanto, es que jamás descalificaré a un compatriota porque se encuentre fuera del lugar de la patria. No lo haré porque no puedo hacerle a otros lo que no me gusta que me hagan a mí. Tengo ya seis años fuera de Venezuela, el lugar, pero no he estado ni un minuto fuera de mi patria, el sentimiento.
La segunda reflexión que se me ocurre sobre la patria como lugar es que es un concepto relativo. Me imagino una casita en el Táchira, construída en la frontera con Colombia. Como el constructor no puede saber donde está exactamente la linea de la frontera, ni está marcada en el suelo, es teoricamente posible que la casa haya quedado construída entre los dos países. Es posible (improbable pero posible) que sus habitantes “coman en Venezuela y duerman en Colombia”, por decirlo así. Mi pregunta es: cuál es la patria, lugar, de esa familia? Es Colombia o Venezuela? Más aún, ese concepto de Venezuela y de Colombia como patrias diferentes es bastante artificial si se piensa que hace menos de 200 años no éramos dos patrias sino una sola. Antes del corto período de vida de la Gran Colombia, quienes habitaban aquí hablaban de la patria España. Y antes de eso, las patrias eran arawakas o caribes. Por cierto, los arawakos comían plátanos y los caribes comían arawakos. Muy solidarios como que no eran, a pesar de compartir el territorio. Entonces sucede que la patria como lugar está sujeta a cambios en el tiempo, mientras que la patria como sentimiento es más perdurable. Pero iría más allá todavía, la noción de patria como lugar también está sujeta a cambios en dimensión. Como geólogo estoy seguro de que el hombre algún día viajará a las estrellas. Y cuando se encuentre, como diría Jack Vance, “a mitad de camino en su viaje al brazo Perséico, cerca del borde del Alcance Gaénico, donde un caprichoso giro de gravitación galáctica ha atrapado 10.000 estrellas, en un collar llamado el Manojo de Mircea” (“Troy”, 1992), pensará con nostalgia cuán lejos se encuentra de su patria…. La Tierra. Para quienes viajen a las estrellas la patria será La Tierra, al menos hasta que vivan en la nueva estrella el tiempo suficiente para desarrollar los lazos afectivos que le permitirán adoptarla como su nueva patria. Pensarán en La Tierra como el terruño.
Lo que trato de decir con todo esto es que la noción de patria no está escrita en concreto armado, tiene complejidades que con frecuencia los venezolanos olvidamos y que nos lleva a ser rígidos e intolerantes hacia quienes no están fisicamente en ella o hacia quienes no nacieron en ella pero la sienten como propia.
Podríamos ir más lejos, a riesgo de molestar a algunos. Pudiéramos decir que la patria como lugar se está haciendo, a medida que las comunicaciones han empequeñecido el planeta, un concepto obsoleto. Cuando ya uno puede (si tiene dinero) desayunar en Caracas, almorzar en Nueva York y cenar en Madrid, se siente la tentación de pensar que uno es un ciudadano del mundo. Venezuela, o mejor, Catia o Los Teques (en mi caso), se convierte en el “terruño”, en lo que los abuelos llamaban el “lar”. Se va borrando la imagen de un país tan similar a otros países de la región que un venezolano de Maracaibo, un Colombiano de Barranquilla, un Ecuatoriano de Guayaquil y un Boliviano de Santa Cruz se parecen mucho más entre sí que a los mérideños, bogotanos, quiteños o paceños. Comenzamos a ver las fronteras políticas como menos importantes que las agrupaciones culturales de naturaleza más regional y a pensar que aquello de “mi patria con razón o sin ella” no aguanta la prueba del ácido de la solidaridad humana universal.
Para un europeo la patria será Suiza, Alemania o será Europa? Todavía es lo primero pero ya va bien adelantado en el camino de ser lo segundo. Por analogía me arriesgaría a decir que ser venezolano representa una involución con respecto a lo que teníamos en 1829, cuando éramos grancolombinos, porque fragmentados como estamos hoy somos más débiles, menos capaces de progresar y menos “soberanos”, otro término que merece la pena de ver con lupa y con el cuál se llena la bocota ignorante el Keteconté.
Patria? Por supuesto que la amo. Como no amar el Los Teques de mi niñez, aquél maravilloso pueblo donde, según Nazoa, pasaban las cosas más raras: teníamos mujeres barbudas, enterrábamos los muertos a golpe de guaracha (la Muertorola) y las películas se suspendían cuando las ratas invadían la pantalla y mordían a la protagonista en el cogote. Como no amar la Valencia de mi adolescencia, la de los hicacos y bellas niñas como Elenita Blaubach? La Maracaibo pulcra y amplia de los años cincuenta? O a la Caracas del Liceo Andrés Bello, de Anésimo Onato y del Maestro Sojo? Pero todo eso es posible de recrear donde estemos, porque está en nosotros. Esa patria está dentro de nosotros. No tiene coordenadas geográficas, ni conlleva la obligación de apoyar a un déspota ignorante ni de creer que Stalin era hijo natural de Gómez y una bailarina Rusa, o admirarnos porque el Papa escucha reverentemente el “Popule Meus” todos los Jueves Santos o dar por sentado, como decía Cabrujas, que en el Tour D’Argent de París sirven el vino de piña de Carora.
O que tenemos las mayores reservas de gas natural del mundo, aunque estemos importando gas de Colombia.
Porque hay que ser patriotas, pero no cursis e ignorantes.
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