Opinión Nacional

Que difícil es aceptar algunos hallazgos científicos

El más protuberante ejemplo de esa dificultad es el masivo rechazo de la comunidad cristiana católica romana de Argentina a la recién aprobada ley nacional de ese país que le reconoce a los homosexuales el derecho a contraer matrimonio con otra persona de su mismo género y todos los derechos que disfrutan las parejas heterosexuales.

Para ellos es una especie de “sacrilegio” en perjuicio de la “sagrada” institución del matrimonio entre un hombre y una mujer.

Sin embargo; que los homosexuales contraigan matrimonio, no impide que los heterosexuales también lo hagan, ni en forma alguna menoscaba la institución del matrimonio—no verlo así, es ver al matrimonio como un privilegio exclusivo de algunos y no como un derecho humano, como realmente es. Oponerse al matrimonio—u otras formas de uniones legales—entre homosexuales, es decirles: “ustedes no tienen derecho a hacer eso”—y eso es simple y pura intolerancia.

Intolerancia que está basada en los textos religiosos sagrados—que fueron compilados cuando la ciencia no existía, y en consecuencia, las generaciones humanas que nos dotaron de los textos religiosos sagrados que aún existen, no tenían forma de saber lo que la ciencia ha descubierto en los dos últimos siglos, y mucho menos en las últimas décadas.

Por ejemplo: el 3 de junio de 2005, la revista científica Cell, publicó un trabajo de los doctores Ebru Demir y Barry J. Dickson, del Instituto de Biotecnología Molecular de la Academia de Ciencias de Austria, que comprobó que no sólo el género (hembra y macho), sino el comportamiento sexual (heterosexual, bisexual, homosexual, etc.), es controlado por los genes—es decir las criaturas que se reproducen sexualmente—desde los zancudos y las moscas, hasta los seres humanos, nacen con un determinado comportamiento sexual (llamado por políticos y periodistas “orientación” o “preferencia” sexual) que está predeterminado por sus genes.

Es decir, las personas heterosexuales, bisexuales, homosexuales, transexuales, etc., son personas normales, pero que se comportan diferentemente sexualmente. No se trata—en ningún caso—de enfermedades psiquiátricas, psicológicas, somáticas, ni de otro tipo; tampoco se trata de perversión—ni dichos comportamientos son contagiosos, ni pueden ser enseñados o aprendidos.

Son como instintos que las personas heterosexuales, bisexuales, homosexuales, transexuales, etc., no pueden suprimir o activar a voluntad. Simplemente ellas son así. Nacieron así.

Nuestros antepasados no tenían los medios a su alcance para comprobar o desmentir esta innegable realidad científica. Las generaciones actuales, si los poseen, y por ello deben contribuir como puedan personalmente, a ponerle fin a los milenios de opresión e intolerancia a los que la humanidad sometió injustamente a cualquier persona que no fuese heterosexual.

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