¡Que desfile!
Más que un desfile, que presupone orden, lo que vimos y escuchamos el pasado lunes fue la mejor expresión del akelarre que vivimos en esta Tierra de Gracia desde hace ya muchos años.
Las cuatro acepciones que presenta el DRAE a la palabra desfile convergen en el orden, lo que vimos es lo más cercano a una borrachera colectiva con disfraces de dudosa procedencia.
En un ambiente absolutamente privado para los miembros e íntimos amigos del régimen, solo roto por una de las cinco cadenas de radio y televisión del día, se presentó la más grande ensalada de deportistas, indígenas, afrodescendientes de las más diversas regiones del país, pseudo trabajadores rojitos y los componentes de la mancillada casta militar, montoneros (combatientes socialistas, antiimperialistas y revolucionarios, de acuerdo al léxico oficialista) que deploraban la ausencia de los guerrilleros colombianos, se no trata de demostrar que el resto del país sobra de nuestra geografía.
Venezuela, la verdadera, vertió ingentes cantidades de sangre en las distintas guerras fratricidas que debieron tener su final en la llamada Guerra Federal que produjo un desequilibrio de géneros que para 1873, año en el que se realizó el primer censo de población nacional, de acuerdo con el informe oficial, aquí vivían un millón setecientos ochenta y cuatro mil ciento noventa y cuatro ciudadanos de los que seiscientos ochenta y seis mil setenta y seis eran hombres y setecientas cincuenta y un mil ochocientas sesenta y una eran mujeres. Había un déficit de alrededor de setenta y cinco mil hombres; era la terrible consecuencia de la guerra.
Como si esto no fuera un precio excesivo, la farsa de revolución que acoquina a nuestro país se empeña en dividir a los venezolanos, cuando todos estamos constituidos por la estupenda mezcla que el crisol nacional ha conformado.
Venezuela es una maravillosa fusión de quienes habitaban estas tierras antes del Descubrimiento y las mezclas que estos produjeron con quienes vinieron, durante quinientos años, en las distintas etapas de la historia desde los más diversos confines de la geografía mundial.
Dice la inteligentísima Pilar Lahorra que la verdad es un espejo quebrado en mil pedazos y cada quien posee uno de estos. El desfile, que no merece dicho nombre y que han organizado o desorganizado las autoridades nacionales, trata de valorizar a una fracción de nuestra población. Se ha olvidado o ha omitido a propósito, a todos los venezolanos que estudian, que trabajan y que se empeñan en construir un país mejor y también omite a todos los no venezolanos que han venido de otras latitudes y también se empeñan en tener un país que persiga la excelencia.
El régimen que nos acogota se empeña en destruir todo lo positivo y resaltar el conflicto. En el desfile pudimos apreciar como se ha comprado toneladas de chatarra militar e ingentes cantidades de armas innecesarias. Poco comentario merecen los nuevos uniformes donde el color rojo llega casi a lo absoluto, color que está reñido, de manera extrema, con las premisas de un buen camuflaje.
Los presidentes visitantes se hicieron acompañar por representaciones de sus fuerzas armadas que desfilaron y constituyeron parte importante de la coreografía bicentenaria.
Párrafo especial merecen los narradores de la interminable cadena nacional de radio y televisión. Las palabras que más se utilizaron fueron democracia, libertad, igualdad y soberanía. Todas ellas en peligro de extinción y muy poco respetadas en ninguno de los países representados. Una amarga experiencia para celebrar un evento que se está pervirtiendo en la nueva historia del régimen.
0