¿Qué democracia?
La declaración final de la cumbre del Grupo de Río que se efectuó recientemente en Cartagena de Indias no puede menos que sorprender por el hecho de que el presidente venezolano haya firmado, sin reservas, un texto en donde, entre otros conceptos, se dice que: “Iniciamos el nuevo siglo comprometidos con la consolidación y el fortalecimiento de la democracia representativa”, completándose tal aseveración con la afirmación de que la democracia representativa es “el fundamento de la legitimidad de los sistemas políticos y condición indispensable para la paz, la estabilidad y el desarrollo de la región”.
Después de que la (%=Link(«/bitblioteca/anc/constitucion1999.asp»,»Constitución Bolivariana»)%) (1999) eliminó toda referencia a la representatividad democrática, por estimarla rasgo distintivo de la gestión de los gobiernos civiles de origen comicial que ejercieron el poder durante cuarenta años a partir de 1959 -el mal llamado período “(%=Link(«/bitblioteca/venezuela/punto_fijo.asp»,»puntofijista»)%)”- se daba por descontado que cualquier intento por rescatar el significado genuino del vocablo estaba destinado al fracaso puesto que la fraseología oficial de la V República contaba ya con todo un arsenal de términos sustitutivos: participativa, plural, solidaria, protagónica, entre otros. En ese sentido, en el debate constituyente el oficialismo hizo punto menos que de honor considerar inaceptable cualquier alusión a la representatividad en el texto constitucional.
Pero lo que no tomaron en cuenta los detractores de la democracia representativa era que ésta, en la esfera internacional, luce irreemplazable, al menos como sostén de la legitimidad gubernamental y, consecuentemente, de la gobernabilidad, asociándola, en tal contexto, a la paz, la estabilidad y el desarrollo integral, tal como lo recoge, con más o menos las mismas palabras, la ya citada declaración final de la reunión cumbre del Grupo de Río.
Bien que esto haya ocurrido porque, de alguna manera, ello debiera dar pie para una rectificación conceptual en el sentido de que la representatividad democrática mantiene su vigencia política (“vivita y coleando”) y no, como se ha pretendido por los voceros del oficialismo, que la misma es el obstáculo mayor a los procesos de cambio que, para esa peculiar óptica, encuentran su fundamento, tan sólo, en la participación, la pluralidad, el protagonismo y la solidaridad.
Jugando al optimista, que no lo soy, quizás convenga apuntar que una hipotética recuperación del valor de la representatividad, para efectos internos, marcaría una posible demostración de que la tan pregonada democracia participativa, como portaestandarte de la nueva república bolivariana y revolucionaria, no es una simple oferta ideológica con toda su carga adicional de sectarismo, sino que también debiera interpretarse como una virtual manifestación de apertura y diálogo, capaz de dar un vuelco a las conductas que hasta ahora han mostrado los actores políticos adscritos al oficialismo y, en particular, al MVR. Pero, ojo, es necesario no malinterpretar lo que ha pasado en el campo internacional, bien distinto de lo que ocurre en el ámbito nacional donde el abuso y el ventajismo, como recursos al servicio del poder, vienen siendo utilizados a discreción por el jefe del Estado y presagian, desde ya, que los resultados del próximo proceso de comicios estarán contaminados e infectados por algo así como una suerte de virus antidemocráticos. Nada que ver con el verdadero significado tanto de la participación como de la representatividad democráticas.