Opinión Nacional

Putin llegó a Caracas desesperado por “raspar la olla”

No lo pudo decir mejor, Fyodor Lukianov, editor del “Russia in Global Affairs”, quien al referirse el jueves a la visita que haría este fin de semana el premier ruso, Vladimir Putin, a Caracas, escribió: “Putin llega a Caracas a cerrar todos los negocios que pueda. Sabe que Chávez no es el mismo de antes, pero que aun le queda plata”
O sea que, hablando en criollo, llegó desesperado por “raspar la olla” y dispuesto a vender, desde recogedoras de nieve para Maracaibo, hasta osos polares y tigres siberianos para la Sierra Nevada de Mérida, pasando por estaciones en el espacio y centrales nucleares.

¿Y quién duda que lo podría lograr si, al grado de aislamiento actual de Chávez, se agrega el triunfo de Juan Manuel Santos en las elecciones presidenciales de Colombia en mayo próximo, Washington e Itamarati logran un acuerdo para la instalación de una base militar conjunta en Río, y la visita a Quito este domingo del subsecretario de Estado Adjunto para América Latina, Arturo Valenzuela, concluye en una reunión Obama-Correa?
Pero eso sería en meses, quizá en un año, y lo que Chávez tiene en perspectiva -para mediados de mayo para ser más precisos-, es la agudización de la crisis actual de energía que alcanzaría a colapsar el 70 por ciento del suministro eléctrico del país, con sus apocalípticas consecuencias sobre el aparato productivo, los servicios y la aspiración de las ya muy golpeadas mayorías venezolanas a continuar viviendo de acuerdo a las pautas de la civilización del siglo XXI.

De modo que, lo que le sobra a Chávez en el futuro inmediato- y ya es parte del presente-, son protestas y manifestaciones de todos los pelajes y calibres, denuncias y acusaciones por sus constantes y maníacas violaciones de los derechos humanos, choques con sus cuerpos policiales y parapoliciales y el crecimiento de un turbión político y democrático con la carga necesaria para derrotarlo en las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre próximo.

Y frente a ello (el Pequeño Libro Rojo de los Castro Brothers dixit) nada más indicado que meter miedo, que asustar a nacionales y extranjeros, entre otras argucias, apareciendo al lado y retratándose con un poderoso, o que alguna vez fue poderoso, y por rutina o reflejos condicionados tiende a tomarse como tal, y no solo porque lo aparenta, sino porque él mismo está en la raya entre el bien y el mal, lo legal y lo ilegal, lo democrático y lo dictatorial, y no tiene empacho en reunirse con otros ilegales o semilegales, de esos que son candidatos fuertes a estar el día menos pensado en la lista de los llamados “forajidos”.

En otras palabras: que no es solo porque vende aviones, submarinos, helicópteros, radares y tanques que, aunque se dice en los medios especializados son más bien piezas de museo que de guerra, no dejan de impresionar, sino porque él mismo necesita de “amistades peligrosas”, por lo que esta Putin en Caracas, decidido a licitar cara la foto, pero sin complejos ni remilgos y presto a declarar: “Ok, si, es mi amigo, mi hermano y digo y hago lo que me pida, porque entre bomberos no nos pisamos la manguera”.

Vladimir Vladimirovich Putin: un vendedor de carros usados nacido en Leningrado (hoy San Petersburgo) en octubre del 52 (2 años antes que Chávez), en plena Guerra Fría, graduado de abogado en la misma ciudad en el 75 creo, con 16 años de formación en la KGB, alumno de neoliberales postsoviéticos como Anatoli Sobcack y Anatoli Chubais (padre de las privatizaciones rusas), heredero de Boris Yeltsin y que ha inventado una fórmula para ser dictador vitalicio de Todas las Rusias sin ser notado, y no del todo rechazado, como es desatar en lo interno un capitalismo salvaje, feroz y abiertamente mafioso, y en lo externo una política de apoyo y relaciones calientes con dictadores o semi dictadores de toda laya, sean de izquierda o derecha, socialistas o capitalistas, musulmanes o cristianos, viejos o nuevos.

De ahí que, personajes como Alexander Lukashenko de Bielorrusia, Mahmoud Ahmadinejad de Irán, Raúl Castro de Cuba, Omar al Bashir de Sudán, Evo Morales de Bolivia, Teodoro Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial, Hugo Chávez de Venezuela, Robert Mugabe de Zimbawue, y Kim Jong-il de Corea de Norte, entre otros, participan en un festín donde Putin pone la mesa, los manteles, el borsch, el caviar, la vodka y los invitados los reales.

Fundamento de una alianza, de una amistad, de una lealtad que no es solo para la compra de equipos pesados (aviones, helicópteros, carros de asalto, tanques y tanquetas) con los cuales los dictadores o pichones de dictadores, los hombres fuertes y violentos, suelen retratarse en desfiles, en zafarrancho de combate, o uniformes de gala tipo Segundo Imperio, sino, igualmente, para la adquisición de equipos livianos, de esos que en lotes de pistolas y bombas lacrimógenas, de ballenas y lanzallamas, de patrullas y perseguidoras llegan de manera subrepticia y fuera de los protocolos, y son ideales, no para las guerras externas sino las internas, no para controlar países sino a partidos, grupos y personalidades de oposición que no se rinden e insisten en luchar y derrotar a los caudillos totalitarios y al margen de la ley.

Pero no se trata solo de este aspecto visible y detectable de la represión, sino, también, del invisible, del que se traduce en la dotación y suministro de equipos sofisticados como pueden ser plataformas para el pinchaje y control de teléfonos, programas para intervenir computadoras, chips para hackear correos, o virus para vigilar la Internet.

Y para ello ¿quién más apropiado que un presidente que se formó en la KGB, que conoce como controlar y aun direccionar las oposiciones internas, y, lo que es más importante, evadirlas y sobrevivir a ellas a extremos de convertirse después en su jefe?.

Un señor capitalista que vende, tanto equipos de guerras, como de represión, y que, tiene tan contentos a sus clientes que algunos no se amilanan en llamarlo “hermano” y decir es “mi aliado estratégico”, porque y que les recuerda a Genry Yagoda, Nikolai Yezhov, Laurenti Beria, Yuri Andropov y Vladimir Kryuchkov.

Pero más allá de hipótesis y especulaciones históricas y políticas, lo cierto es que Putin se va de Caracas con las manos llenas, y no solo de promesas y cartas de intención, sino de contratos efectivos y líquidos, como pueden ser la compra por parte de Chávez de 50 aviones An 148 y D-200, 2500 automóviles Lada de fabricación rusa, de una termoeléctrica, y de acuerdos de cooperación que ya existían en el área energética, agrícola, científica y cultural.

En cuando a Putin, se mostró interesado en una oferta de Chávez para venderle café a Rusia, aunque le aclaró que ya el estado ruso no compra café, que es importado, distribuido y vendido por empresas privadas, y que antes habría que hacer un gran esfuerzo publicitario para cambiar los hábitos de consumo nacionales que son muy favorable al te.

En todo caso, todo dentro de lo normal, que si bien permite decir que Putin no perdió el viaje, tampoco fue que se llevó un adelanto del Dorado.

Y, a tono con ello, en el centro o nervio de la cuestión, la razón primordial por la estaba de visita en Caracas, como fue presentar a Chávez como nuevo miembro del exclusivo Club Nuclear, presto a compartir sitial con Ahmadinejad y Kim Jong Il, más bien anuncios nebulosos y absolutamente evadibles, aplazables, retardables, postergables de una presunta colaboración conjunta para construir una planta de energía nuclear y una estación en el espacio.

Y es que se trata de gastos inmensos y Putin sabe que, con precios moderados de petróleo, y las inversiones que tiene que hacer el bolivariano para recuperar el sistema eléctrico venezolano, no se puede aspirar a mucho.

De modo que, de la tan anunciada visita del heredero del Zar de Todas las Rusias y del Padrecito Stalin, a su aliado y hermano, el Rey del Petróleo caribeño, puede decirse que, si bien no tuvo tantas penas, tampoco tuvo tantas glorias y que quien sabe si ofrece ocasión para que Fyodor Lukianov escriba otro de sus acostumbrados comentarios zumbones:
“No pudo Putin raspar la olla venezolana, pero es que en Venezuela ya casi no quedan ollas, y las que quedan son para cacerolear a Chávez”

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