Publicidad, política y mercadeo
Tras trece años de desastres hay razones más que suficientes no sólo para desconfiar de la veracidad, la exactitud, la seriedad y la cientificidad de las encuestas, sino para haber aprendido a despreciarlas. Puede que carguen con gran parte de la responsabilidad en la pesadilla que nos abruma. Por cierto: junto a los medios y sus protagonistas, tenaces manipuladores de la opinión pública. Y sobre todo: para sacarlas del juego político o hacerlo sometiéndolas a un riguroso control de calidad.
Que una marca de zapatos o una nueva bebida tenga éxito o fracaso en su intento por conquistar el mercado, es algo que debe preocupar solamente a los empresarios que invirtieron en su estrategia mercadotécnica. La presidencia de la república es asunto harto más grave y trascendente como para que luego del aterrador desastre que hemos vivido todavía haya quienes se muestran incapaces de poner las cosas en su sitio y promover el saneamiento de la vida política. ¿Será una ingenua ilusión?
Leo EL FUTURO DE LA HISTORIA, del gran historiador inglés Anthony Lukacs. Y me sorprende constatar la importancia que le atribuye a la publicidad no sólo en la conformación de la opinión pública contemporánea, sino en la determinación de sus rasgos fundamentales. Y la consiguiente conformación del proceso histórico mismo. Un fenómeno del que ya advertía Alexis de Tocqueville en La Democracia en América, al anticipar la masificación de la democracia y la conversión del foro político en manipulable mercado de mayorías tiránicas. Con el predominio consiguiente de la absoluta inmediatez en la construcción de la voluntad electora del sujeto. Carente a su vez, como lo advirtiera José Ortega y Gasset en La Rebelión de las Masas, de la más elemental conciencia histórica. Un fenómeno que la revolución tecnológica y la globalización mediática no han hecho más que acentuar a extremos dramáticos. Las mayorías parecen inconscientes del pasado que las determina. Actúan como si fueran arcángeles sin tradiciones.
En otro lugar nos hemos referido a uno de los aspectos más cuestionables y nefastos de este proceso de inmediatización de las decisiones políticas de las mayorías: la conversión de la política en espectáculo y la consiguiente transformación de sus líderes en estrellas del firmamento farandulero. Un fenómeno tanto más destructivo y desintegrador, cuanto más inmadura y gelatinosa es la conciencia sociopolítica de las mayorías. Y mayor el predominio subconsciente de las personalidades autoritarias. Un complejo que apenas ha sido enfrentado científicamente en nuestro país, víctima de ambas determinaciones: inmadurez y superficialidad de masas desamparadas, de una parte, y autoritarismo ancestral de sus tradiciones políticas, de la otra.
Chávez ha venido a calzar como un guante en ambas determinaciones: un payaso autoritario. Ninguna sorpresa que montara un circo autocrático. Y que lo hiciera desde el militarismo necesario en un país sometido a la barbarie del hampa desatada. Por cierto: ante la absoluta indefensión de sus sectores más ilustrados y la complicidad de las amplias mayorías desamparadas. Que en el colmo del quid pro quo creen estar defendidas y amparadas por quien las condena al desamparo y la pobreza.
Es el contexto en que se libra esta medición de fuerzas de carácter existencial en que estamos empeñados y en el que ninguna de las partes parece estar dispuesta a prescindir de la manipulación publicitaria. El régimen, porque es suficientemente inescrupuloso como para invertir sumas incalculables de dinero en el montaje del circo, afianzar su naturaleza especular y mantener en el sometimiento espiritual a sus masas de apoyo, carne de cañón del propósito autocrático que lo domina.
Y la oposición, porque tampoco ha sabido o querido liberarse de los mecanismos manipulativos de encuestas y medios para resolver sus conflictos internos. El problema es infinitamente más grave de lo que parece, pues ¿cómo habría de denunciar el rol deformante y manipulador de las encuestas quienes no habrían trepidado en usarlas para vencer a sus antagonistas? ¿Quién está libre del uso transgresor y abusivo de los mecanismos de medición de opinión pública y del manejo de columnistas y formadores de opinión? ¿Quién puede exhibir un proyecto de país que sitúe en el centro de sus preocupaciones la necesaria emancipación del sujeto, la racionalización de nuestra sociabilidad y el progreso y la prosperidad de una cultura libre de sus barbarismos congénitos?
La gravedad del daño que provocan encuestadores y columnistas irresponsables, dominados por la voracidad mercantil, merecería una respuesta seria y ponderada de los sectores más emancipados de nuestra sociedad. No podremos zafarnos de la grave crisis en que estamos inmersos si nos sumamos al circo clientelar que llevara a Chávez al poder y al autocratismo caudillesco a la sociedad en su conjunto.
No basta con desmentir la veracidad de las encuestas ni demostrar la falacia de sus mecanismos de manipulación: se requiere desenmascarar la criminalidad subyacente y los vicios y estafas de sus responsables. En el contexto de una sociedad gravemente enferma de autoritarismo e inconsciencia. Es una de nuestras grandes tareas pendientes.