Prueba de fuego
En el tablero de la democracia continental están encendidas todas las luces que anuncian peligros inminentes. Están en juego la paz, la seguridad y la estabilidad institucional de las naciones tanto internamente como con relación de unas con otras. Un manto tenebroso de incertidumbre se extiende aceleradamente. En esta parte del mundo puede pasar cualquier cosa a corto plazo. Lamentablemente en el centro de los acontecimientos está el presidente de Venezuela. Hugo Chávez no es un demócrata. Tiene un espíritu subversivo enfermo incurable de tiranía, sin capacidad de rectificación ni propósitos de enmienda. Autócrata con vocación totalitaria ideologizada por ese socialismo del “siglo XXI”, nueva versión del comunismo a la cubana probadamente fracasado, que pretende imponerle a nuestros países.
Para alcanzar sus fines no ha vacilado en aliarse con gobiernos y organizaciones forajidas. Le dio carta de nacionalidad venezolana a las estructuras del crimen organizado que sirven de instrumento al terrorismo en el mundo entero, al narcotráfico, al lavado de dinero y, en definitiva, a los atropellos más escandalosos que se conocen en contra de los derechos humanos, de la dignidad de la persona humana. Las denuncias se multiplican respaldadas por terribles evidencias que lo han convertido en candidato a reo de la justicia internacional. Para respaldar lo anterior bastaría con recordar los recientes planteamientos de los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea relativos al tráfico de drogas, de Israel con relación a las células terroristas que operan desde nuestro territorio, de Suecia con lo de los misiles o lanzacohetes vendidos a Venezuela en manos de las FARC, las documentadas denuncias de las instituciones hondureñas y la participación de Chávez, el coro alabardero de los petrochulos del ALBA y la calculada negligencia de algunos gobiernos del área. Todos buscan algo y en el fondo todos temen algo y por eso no se emplean a fondo.
Pero, como todo en la vida, llegó la hora de la verdad. El muro de contención más serio y definitivo a los propósitos chavistas ha sido la institucionalidad democrática de Colombia. Ha habido un mal disimulado empeño es destruirla, en liquidar el liderazgo y bien ganado prestigio de quien la representa. En el Presidente Álvaro Uribe tenemos los auténticos demócratas la esperanza de que, sea quien sea el próximo jefe de estado, la política de Seguridad Democrática se profundice y la onda subversiva que Chávez encarna, sea detenida y derrotada para siempre. Éste es el problema de fondo. Asco y vergüenza generaron en Venezuela y Colombia las recientes reuniones que congregaron en Caracas esa suerte de hamponato calificado que, con el financiamiento de Chávez y el activismo de Piedad Córdova, adelantan un verdadero golpe de estado para derrocar a Uribe como acaba de denunciarse en Bogotá. Ojala no pasemos de la traición de los mejores a la complicidad de los peores.