Proyectos y operaciones en la revolución
El concepto de proyecto viene de proyectar, lanzar una idea hacia adelante o a distancia. Pero también se llama proyecto a la concreción de esa idea. Comúnmente se entiende por proyecto una actividad humana que persigue una meta única y bien definida; que insume recursos, humanos y materiales, y que tiene un comienzo y un final. De estas características hay que destacar la última: que tiene un comienzo y un final. Cuando se emprende un proyecto siempre se tiene en mente la conclusión y la entrega de un producto.
Por su parte, son operaciones las actividades que se ejecutan de manera cotidiana y recurrente para producir algún bien o servicio. Comparten con los proyectos el hecho de ser actividades humanas, el manejo de recursos y el cumplimiento de metas. Pero se diferencian en que son permanentes, no están diseñadas para terminar y cuando lo hacen es por razones externas a la propia operación o cuando se vuelven obsoletas e ineficientes.
Para ilustrar ambas actividades y sus diferencias sobran los ejemplos. Se considera y se aborda como proyecto la construcción y dotación de un hospital y luego, cuando la obra concluye y es entregada satisfactoriamente, se inicia la fase operativa en la que el hospital comienza a prestar un conjunto de servicios. No se puede diseñar un hospital sin tener conocimientos sobre el tipo de servicios que se prestarán en la etapa operativa, pero el diseño, así como la construcción, forman parte de la fase de proyecto.
Así, podríamos mencionar numerosos ejemplos de proyectos: la construcción de un puente, una central eléctrica o una refinería, una universidad o núcleo educativo, son ejemplos de proyectos «duros», que implican grandes inversiones. Pero también se pueden mencionar proyectos «blandos»: la implantación de un nuevo sistema administrativo y contable en una empresa, la reforma del gobierno central, o regional, la refundación de la CVG, no se caracterizan por implicar grandes inversiones, pero tienen una duración definida y concluyen con la entrega de un producto.
Todos ellos tienen en común que al finalizar el proyecto se iniciará una fase operativa para lograr una solución de continuidad. Si no se va a operar después no tiene sentido construir una universidad ni una refinería. Pero también hay proyectos que concluyen sin pasar a una fase operativa, son típicamente los de naturaleza militar, por ejemplo, destruir un objetivo, apagar un incendio, atrapar a una banda delictiva. Aunque es necesario tener unidades operativas, como el ejército, los bomberos o la policía, estas instituciones conciben sus actividades principales como proyectos.
Todo esto viene a cuento porque queda la sensación de que la revolución concibe todas sus actuaciones como proyectos, sin tomar en cuenta la fase operativa, tal vez sea por su ascendencia militar. Así se inician una y otra vez misiones, que son proyectos, sin que se perciba una solución de continuidad. ¿Se acabó la misión Robinsón y ahora qué? ¿Se ha implantado un sistema de actualización educativa de adultos para que el aprendizaje no se pierda? La mayor parte de las misiones educativas fueron dirigidas desde afuera del Ministerio de Educación, lo que deja sin cabeza la fase operativa. También Barrio Adentro se ejecuta al margen del Ministerio de Sanidad y sin una meta precisa y definida. Estos comentarios se podrían extender a la mayoría de las misiones que continuamente inicia nuestra revolución.
Ha quedado suficientemente demostrado que las misiones han sido un éxito político y de opinión pública. Dan la sensación de que el gobierno nos quiere y se ocupa de nosotros, nos incluye. Pero si no se pasa a una fase operativa en la que existan instituciones que manejen cotidianamente los servicios no se logrará el debido aprendizaje que lleve a mejorar permanentemente y la mayoría de estos hermosos esfuerzos se perderá.