Protestas Estudiantiles
Recientemente, en el marco del Congreso Internacional de Bioética, celebrado en Caracas, la filósofa española y catedrática de Filosofía Política de la Universidad de Valencia, Adela Cortina sostuvo que el siglo XXI, más que utopías lo que necesitaba era propuestas concretas. Esta afirmación de la filósofa viene como anillo al dedo a calzar justo en la urgencia de colocar la impostergable solución práctica de los infinitos problemas que confronta la población estudiantil venezolana. Una rasante y veloz mirada a eso que por décadas se denominó en nuestro país con el rimbombante nombre de movimiento estudiantil nos situaría en los predios de los efervescentes campus universitarios de la candente década caliente de los románticos e izquierdozos años sesenta y parte de los setenta. Por ejemplo, sin más exordios inútiles, ¿quién no sabe que las Federaciones de Centros Universitarias en Venezuela eran bastiones de los destacamentos guerrilleros que insurgieron contra el Orden instituido surgido del régimen gorilo-betancourista a comienzos de los años sesenta?. Otro ejemplo, patético o no, ilustrativo de insubordinación estudiantil: Los Centros de Estudiantes de Educación Media y de los Ciclos Básicos de toda Venezuela eran, por más de veinte años, los más emblemáticos reductos de la izquierda trasnochada y dispersa que leía marxismo, troskysmo, maoísmo y teoría guevarista como forma de resistencia ideológica a los embates de la represión del nefasto binomio adeco-copeyano hoy reducido a trasto viejo o pieza museográfica de la paleontología política nacional. Desde entonces, el estudiantado venezolano ha seguido llevando a cuestas sus sempiternas esperanzas, sus ingobernables sueños azules de estudio y lucha.
Necesario es hacer un alto en el interminable camino de anhelos de este preterido sector de la población para interrogarnos ¿qué pudo haber pasado para que el otrora combativo y aguerrido movimiento estudiantil medio y universitario arreara las banderas políticas de la mutación revolucionaria de la sociedad?. Porque, no hay dudas: algo tuvo que haber sucedido para que lo que conocimos como la vanguardia iluminada y supuestamente esclarecida del antiguo movimiento estudiantil, una vez graduada e insertada en la lógica productiva del mercado laboral nacional, trocara su identidad rebelde por su antípoda o su reverso.
Dirigentes estudiantiles universitarios que se fraguaron una carrera política desde las trincheras irreductibles de la lucha por la gratuidad de la enseñanza, líderes con una rutilante nombradía nacional como el tristemente célebre Eduardo Semtei, aguerridos dirigentes de encendido verbo lucharmamentista como el actual poeta del régimen Tarek Williams Saab, insobornables y decididos revolucionarios que semejaban hijos o herederos de la estirpe de utopistas decimonónicos como el inefable Caracciolo, ex-presidente de la FCU de la Universidad de Los Andes, el carismático miriñengue Macario González, Armando Sánchez, (UCV) Lenín Cardozo, (LUZ) Telémaco Figueroa, (UDO) Josu Landa y así; toda una pléyade de artífices de una conciencia a prueba de balas. La mayoría de ellos abrevaron en la fuentes puras del marxismo pro-soviético o leyeron con denuedo y fruición las corrientes teóricas y politológicas del marxismo de raigambre gramsciana. De allí su poder de convocatoria para movilizar grandes contingentes de estudiantes e inducirlos en el fragor de la confrontación con los cuerpos policiales. El capital semántico y lexicográfico de esta camada de dirigentes estudiantiles era floripondioso y nada deleznable. Su ostentación en los debates y foros que se gestaban en los auditorios y pasillos de la Universidad para adentro los hacía merecedores de una exquisita admiración por parte de la masa estudiantil.
Luego de un largo y dilatado itinerario de forcejeos escabrosos por preservar su propia autonomía, el llamado movimiento estudiantil pugna hoy, a comienzos de un nuevo siglo, por no verse desdibujado del mapa político nacional. Las protestas que se escenifican en liceos de la capital de la república bolivariana de Venezuela son una prueba auténtica del más craso pragmatismo sin rumbo que gobierna la lucha estudiantil. ¿Y el organigrama de funcionamiento de los gremios o asociaciones de organización del estudiantado venezolano?. ¿Y las consignas del movimiento estudiantil nativo?. ¿Y el destacamento lúcidamente apertrechado de teoría política que debería fungir como sector más avanzado de las muchedumbres estudiosas que asiste a las aulas diariamente?. ¿Dónde está el movimiento estudiantil venezolano?. Todas estas interrogantes surgen de la misma dinámica andante que paraliza y sumerge en la más espantosa abulia política al otrora espíritu desobediente del estudiantado nacional.
La pregunta se impone con un rigor plúmbeo: ¿hacia dónde va el movimiento estudiantil venezolano?. Después de todo, eso le corresponde responderlo a los estudiantes y no a alguien ajeno a ellos como yo.