Opinión Nacional

Procacidad ilustrada

Las descalificaciones, insultos u ofensas personales, lograron reemplazar todo argumento para dirimir las diferencias políticas.

Estas licuan otras pasiones, aún las más bajas, que creímos una vez definitivamente desterradas, pero vuelven hasta autorizar el propio regreso y sublimación del llamado canibalismo político, en los predios gubernamentales y opositores.

La agresión verbal ya no pertenece al redil de las manipulaciones emocionales, donde los seguidores de una u otra postura adquieren cierto sentido de identidad a falta de motivos más nobles y trascendentes. Es tal la descomposición, que los sectores más ilustrados libran una batalla con las peores armas de las que disponen, sobre todo cuando se trata del ejercicio y la conservación del poder.

Por ejemplo, el traslado de los papeles de Bolívar y Miranda al Archivo General de la Nación, suscita una lógica discusión que los decisores tratan de evadir sistemáticamente, incluyendo la curiosa circunstancia de la Academia Nacional de la Historia como una instancia misma del Estado. El asunto no estriba en las ventajas o fortalezas de uno u otro destinario, sino en la oportunidad que ha ofrecido para que se disparen los resortes del absurdo.

En efecto, en una y otra ocasión, Luis Felipe Pellicer se ha referido ya no al debate que versa sobre el traslado, sino a quienes manifiestan su disconformidad. Pretendiendo darle sobriedad al diferendo, toma a Germán Carrera Damas o Elías Pino Iturrieta, cita sendas parrafadas de antiguos textos, a objeto de señalarlos – por si fuera poco – como traidores, apelando por añadidura a los más escatológicos símiles que dicen prodigarle la prestancia de un sarcasmo, una ironía, una humorada talentosa.

Desconoce que llegan a las orillas de los remates de libros, las piezas más insólitas procedentes de las arcas bibliotecarias del Estado y, en lugar de hacer algo para impedirlo, como autoridad pública que es, Pellicer hace un lance espectacular: llegarán al caraqueño puente de las Fuerzas Armadas para construir otros puentes, permitiendo más adelante que las Lina Ron de este país discutan la cosa. Lo irónico está en que el director del Archivo General tuvo ocasión de exponer in extenso, como debe ser y es posible que sea, en un reconocido diario de la oposición.

La inteligencia puede causar estragos, tratándose del poder al que tercamente se aferra. Y, por cierto, bastará con apreciarlo a propósito la política museística en la nueva era de Farruco Sesto.

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