Opinión Nacional

Presidentes reivindicados

Los largos diez años de Chávez han demostrado cuán frágiles eran las instituciones en Venezuela. Ha bastado la acción destructora de esta década para dejar en la ruina a toda la estructura democrática. Y lo peor de todo, es que esa aniquilación no ha dado paso a ninguna otra institucionalidad innovadora, eficiente y popular. Los cambios observados tienen su exacto correlato en la personalidad del primer locutor nacional. Así cómo se comporta él, así desmejora el Estado.

Esta demencial experiencia ha reivindicado a quienes ocuparon anteriormente la Presidencia. Hasta el más deficiente, arrogante, abúlico o desordenado jefe de Estado de los calumniados cuarenta años que van de 1958 a 1998, hoy ve crecer su nombre ante la chabacanería, despropósitos y autoritarismo de Hugo Chávez.

Si alguien trae a la memoria los días difíciles del enfrentamiento a la lucha armada, iniciada por el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), financiada por el castrocomunismo, llegará a una lógica conclusión: aquellas Fuerzas Armadas estaban preparadas para la tarea y eran dirigidas de manera profesional. Comandados por hombres de Estado, pendientes de sus necesidades, los militares no estaban vendiendo pollos en las calles sino defendiendo la Constitución.

Si se recuerda la nacionalización del petróleo de 1976, nadie podrá olvidar que tal paso se dio en medio de la más amplia discusión democrática. Entonces el Congreso Nacional no era un refugio de focas aplaudidoras sin preparación alguna ni aprobaba leyes en minutos. La Comisión que redactó la Ley respectiva fue conformada por el espectro social y político más grande que se podía reunir. Nada de conciliábulos o medidas “sorpresa” que buscan profundizar el descalabro económico del país.

En estos días, en los cuales se ha procedido a expropiar a pequeñas empresas que dan servicio a la industria petrolera, algunos comentaristas han dicho que todas esas actividades las hacia antes Pdvsa y que lo decretado ahora es repetición de lo que se hizo hace 32 años. Pues no es así, la nacionalización petrolera se realizó con la mayor prudencia, al extremo de que no hubo obstáculo insalvable para que la nueva organización llegara -en pocos años- a ser una de las empresas petroleras más importantes del mundo. Y siempre en la industria hubo contratistas que realizaban trabajos que no eran ejecutados directamente por las empresas nacionalizadas.

Cuando hubo dinero para promocionar las artes, el Estado lo hizo con la mayor amplitud. Así financió películas que criticaban acerbamente a los gobiernos democráticos. Era impensable que en aquellos días el Presidente de turno le dictara una idea a su cineasta preferido para que hiciera una película financiada por el gobierno, así como ocurrió con el filme “El Caracazo”.

El Ateneo siempre fue casa de los disidentes. Le sirvió a Chávez -en sus días de candidato solitario- de plataforma electoral. En agradecimiento, una vez triunfante, nombró a su presidente Carmen Ramia como directora de Información del nuevo gobierno. Ahora, como el Ateneo no le sirve, no está entre sus títeres, lo cierra, despojándolo de su sede.

Siempre hubo encontronazos con la Universidad. Protestas por un mayor presupuesto fueron noticia cotidiana y hasta se intervino a la UCV, nombrándole sus autoridades. Pero nadie pensó en eliminar la oposición dentro de los campus. Asombra en la actual situación que quienes fueron los mayores beneficiaros de esa política de amplitud (las universidades casi siempre fueron gobernadas por la izquierda), que entregó a las universidades autónomas las más grandes cantidades de dinero y permitió su impresionante crecimiento, hoy quieran asfixiarlas financieramente o sean cómplices de medidas judiciales contrarias a la democracia y a la autonomía que tanto decían defender.

A ningún presidente se le ocurrió, como a Chávez, crear una lista con los nombres de sus adversarios y permitir que la misma se usara para negar trámites, empleos o contratos en la administración pública. En los famosos 40 años, altos funcionarios de hoy, activistas “anti-sistema” de entonces, obtuvieron becas e importantes contratos de obras públicas. Otros, que fungen de propagandistas del socialismo del siglo XXI, vieron sus obras literarias editadas y promocionadas por el Estado.

Hay que reconocer que los presidentes democráticos del siglo XX han podido haber actuado de otra manera y rebasar los límites que respetaron. Han podido intentar alargar sus mandatos, por ejemplo. Tomando en cuenta la vulnerabilidad de nuestra democracia, se condujeron, con evidentes fallas y omisiones, escrupulosamente para mantener el hilo constitucional. Y, en general, lo hicieron en medio de un clima de amplitud y reconocimiento de la oposición.

Desde 1999, este diálogo democrático ha desaparecido para que reine la intolerancia y la criminalización de la disidencia.

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