Opinión Nacional

Post-data (Lofan)

Consignamos – anteriormente – algunas observaciones al proyecto definitivo
de la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional, todo un contrabando
oficialista que desdice, moral y políticamente, la pretensión de crear
“otra” república. Sin embargo, la pieza que deja atrás la que originalmente
planteó el gobierno nacional, elaborada presuntamente por el general ( r )
Alberto Müller Rojas, constituye un inmenso peligro para la existencia de la
democracia en nuestro país, advertido recientemente por el diputado César
Pérez Vivas.

En efecto, no basta con señalar la estirpe neogomecista del proyecto, con la
secuela de privilegios que supone –por ejemplo- la posibilidad de los
fideicomisos en moneda extranjera para los militares, pues, hay la clara
adscripción a una propuesta totalitaria como la cubana. Vale decir, la
retórica ultrapatriótica llega hasta las puertas de la isla caribeña, no
sólo complementando o intentando complementar desventajosa y absurdamente la
economía venezolana a la cubana, obviamente parasitaria, sino militarmente
en cuanto a la doctrina, demás elementos organizacionales y los
previsiblemente logísticos y operacionales.

Basta con un inicial examen del proyecto Müller / Ministerio de la Defensa
y, en definitiva Chávez, para entender la escandalosa semejanza y triste
subordinación: aquello de los militares en servicio activo, la reserva y la
guardia territorial, reproduce con aproximada exactitud el modelo fidelista,
ya que las Fuerzas Armadas Revolucionaria están integradas por las tropas
regulares y las milicias de tropas territoriales, bajo la concepción de la
guerra de todo el pueblo, como lo ha denunciado con tino el parlamentario
verde. Por cierto, esto de la guerra de todo el pueblo, me permite recordar
que, en una reunión del CNE, el CUFAN y los partidos, previa a los últimos
comicios, el general Uzcategui dijo de la condición de soldado de todos y
cada uno de los venezolanos, como si la de ciudadano no fuese la común y
preeminente.

Nada inocente es el contrabando del oficialismo y, en la medida que
profundizamos en la literatura cubana, incluyendo la legal, hallamos la
escasa originalidad de los que en nuestro país promueven el salto hacia el
totalitarismo. No es un divertimento tropical, precisamente, lo que está a
nuestras puertas.

II.- Campo común

Personalmente, estimo que el grueso de las corrientes partidistas y sociales
del país no está comprometido en un mínimo esfuerzo de actualización
política, necesario para superar las actuales y futuras circunstancias.

Encontramos, en un caso, a un gobierno empecinado en mantenerse a cualquier
precio, guerrerista, dilapidador de los recursos públicos, confiscador del
imaginario popular, resumido por un inaudito culto a la personalidad
presidencial, capaz de romper cualquier hebra de sensatez política; y, en el
otro, a un sector de la oposición que promete siempre liquidarlo en 24
horas, caracterizado por el reciclaje de una versión simplista del ascenso y
probable caída del llamado chavismo. Ambas expresiones abonan a una no menos
increíble postura reaccionaria, providencialista, voluntarista, forzando
como respuesta el castro-comunismo o el más vulgar pinochetazo: piso común
para el culto –ésta vez- de un pasado medianamente remoto, fuente de las
explicaciones más burdas y simples, como de las acciones más aparatosas e
inmediatistas.

La perplejidad deviene modorra ante la situación que vive el país,
consumidos los últimos cartuchos de la antipolítica o – mejor –
infrapolítica que también la hizo posible. Hay un atraso, más que retraso,
en relación a las “teorías”, “actitudes” o “convicciones” políticas, aunque
tiende a predominar la sospecha de otro horizonte, el que va más allá de la
Venezuela de medio siglo. El reencuentro con la política o el desarrollo –
al menos – de un sano escepticismo antes que la autoflagelante cruzada de
fe, ofrecen una senda árida, pero adecuada para superar los galones de
estereotipos, prejuicios, estigmas, desencantos, resentimientos,
desilusiones, que nos incineran a diario en el recorrido calamitoso, y, a
veces, demencial de supervivencia.

La maldad, los malvados y los malditos se encuentran en la oposición, pues,
literalmente desde arriba, nos ha tocado la gracia de un proceso de
redención social que no tiene precedentes desde que apareció el primer ser
humano en este lado del mundo. A aquellos debemos estrangularlos, contando
con el apoyo de las autoridades públicas que pronto reconocerán la gesta
particular, recompensándonos con algo más para llevar a la casa o una
credencial a tono con tan altas responsabilidades.

La otra versión tiene un agravante, pues, en los predios de la maldad, los
malvados y los malditos del oficialismo, están los sempiternos políticos de
la oposición, beneficiarios incorregibles de toda oportunidad; e, incluso,
reaparece el término de “cambureros” para una aproximación al caso, como si
hacer real oposición desde la concejalía, el parlamento regional o el
nacional, fuese hoy todo un privilegio. Por consiguiente, deben desaparecer
y, con ellos, la política misma de acuerdo a estos estrategas de cafetín
convertidos en estrategas anónimos del chat y de los otros nada peligrosos
medios digitales.

Y es que, a propósito de las más recientes elecciones, emergió parte de las
creencias políticas a las que apuntamos: podemos abanicar, en uno u otro
lado, todas las observaciones vertidas sobre la consulta, pero subrayemos la
impune involución en la que hemos incurrido. Digamos apenas que el
oficialismo, tan poderosamente aventajado, cree desentenderse del 70% por
ciento de abstención (realmente la creemos más allá del 90%), en una
democracia protagónica y participativa, como si bastara denostar de la
otrora democracia formal y representativa que exhibió una cifra semejante; o
que el sector de la oposición que hizo de la abstención una bandera, inyectó
una fortísima y criminal dosis de desmovilización política, tan
sospechosamente útil para el gobierno que dice adversar.

Un campo que es común a quienes hacen de la política una cuestión de ciega
fe, ora en el gobierno, ora en la oposición. Insensatez, por si fuera poco,
vanidosa, que es urgente derrotar, aunque nos hagamos de una infinita
paciencia.

III.- El país descalzo

Hay quienes aseguran que la dictadura perejimenista calzó a un país de larga
tradición de alpargatas, una reminiscencia de los más adultos que supieron
de la malaria, la tuberculosis y otras enfermedades. Una dimensión de la
actual crisis reside en la imposibilidad creciente de calzarse y de calzarse
bien, mediante zapatos duraderos y de calidad.

Se dirá del exitoso mercadeo de los costosos y llamativos zapatos deportivos
de la juventud urbana que, por encima del la seguridad personal, del hambre
y de otras necesidades, porta o se dice portadora de un símbolo de estatus.

Sin embargo, cifras no oficiales, dadas a leer por una persona amiga,
antiguo fabricante de calzados, advierten una disminución industrial que
ronda el 71%, señalando que la producción de piezas de mala calidad, con
materiales efímeros e, incluso, usurpando reconocidas marcas, asciende en
forma proporcional.

La crisis también camina y cualquier ciudadano podrá cerciorarse del escaso
cambio de modelos de zapatos, no de automóviles, que lo hacen defensor a
ultranza de los viejos, remendables y más cómodos. Vale decir, ¿cuántos no
defenderán heroicamente el único par que les queda?.

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