Posesión agravada de tachuelas
El paro cívico nacional fue un éxito y de nuevo rendimos un profundo testimonio de madurez cívica frente a un gobierno que va sincerándose en el camino del autoritarismo. No obstante, ha surgido una distinta modalidad de persecución al imputarle a las fuerzas de la oposición sendos delitos imaginarios que deben sorprender a los más densos tratadistas de una disciplina inusitadamente innovada en la Venezuela de estos días.
De las detenciones practicadas destaca una que tiene –desde ya- por reo a Johnson Delgado, parlamentario regional del Táchira. Dos integrantes de la Asamblea Nacional lideraron un fuerte contingente policial para capturar, atropellando su inmunidad, al avieso personaje que incurrió en un acto típicamente antijurídico y culpable, como suele decirse: posesión agravada de tachuelas, previsto no sabemos en cuál norma siendo igual de misteriosa la pena, a menos que tomemos por tal el arresto domiciliario con la exposición al desprecio público.
Es de suponer que el delito en cuestión, cuya consumación podría involucrar a los captores, responde a un bien jurídico necesario de proteger. Alegan los perseguidores que el sub-iudice atenta contra la paz y el orden públicos, por lo que el medio de comisión -las viles y vulgares tachuelas- alcanza una jerarquía que bien pueden soñar otros artefactos sencillos y huérfanos de manuales como el que ahora nos ocupa, pues, basta sembrarlo como ocurrió en tierra y asfalto andinos.
De esta manera, la paz y la tranquilidad públicas, incluyendo la vida de las personas y sus bienes, dependen del nuevo armamento incautado presuntamente al parlamentario regional y no del que sofisticadamente exhibe el hamponato común. Figuras como el hurto o el homicidio corresponden a una etapa superada de la vida nacional, porque la sola posesión de chinches auguran un pésimo porvenir para quien, adicionalmente, no está conforme con el régimen, despreocupándonos por las tasas reales de criminalidad. La inmunidad parlamentaria es una institución anacrónica, salvo para aquellos personeros del oficialismo que acumulan méritos a la vista del mandatario nacional. El debate político no se entiende sin el denodado esfuerzo de persecución que emprenden los iluminados de esta hora, luego de fallar los tristemente célebres círculos del terror.
La actitud asumida por el gobierno frente a las legítimas manifestaciones de protesta que suscita, revelan algunos indicios demenciales que –ojalá- no transiten la sangre del escenario que siempre ha pintado: la guerra civil. Torcer el espíritu, razón y propósito de las leyes, violentada la Constitución que el mismo régimen se dio, provocará algo más que indignación de la población y, en lugar del retiro pacífico y ordenado que cabe en el horizonte de todo el que pasa por el poder, lo que se ha dado en llamar el “chavismo”, anomizado hasta los tuétanos, ensayará un suicidio que no debe arrastrarnos a todos.
Ya ha fracasado la representación pretendidamente novedosa de un cambio que no ha sido tal cosa. La “v república”, la “revolución” y otros menesteres del lenguaje, yacen debajo de una inmensa lápida que no es otra que la conjunción del deterioro del nivel de vida, el atropello a las libertades, el endeudamiento público, la corrupción. Representación que no puede tomar los cauces de una diferente y angustiosa tipología delictiva para convertirnos a todos en prisioneros.
La oposición tiene por delante urgencias a las que debe responder con imaginación y valentía. De nada vale experimentar, por ejemplo, con un referéndum consultivo del que se sabía fácil presa de la manipulación oficialista, cuando se tiene la enmienda constitucional como promesa de recomposición de un juego político que también beneficiará a los seguidores de buena voluntad de un gobierno que hace aguas.