Por un puñado de dólares
Cuelgan muy pesadas nubes sobre el cielo de Venezuela. Y por los lados de Miraflores llueve, truena y relampaguea. Chávez, malcriado por esta papayita que ha sido aparecer y agarrarse el coroto sin encontrar el menor obstáculo en el seno de una oposición partidista en estado de catalepsia haciendo con el país cuanto le ha dado su real gana, comienza a conocer el amargo sabor del fracaso. La magia ha llegado a su fin y cuanto intenta le sale torcido. Va en caída libre y de mal en peor. Como diría el filósofo de la salsa Héctor Lavoe, “todo tiene su final, nada dura para siempre”.
Desde el 6 de diciembre de 2006, cuando se le abrieran las puertas del cielo y atisbara entre las nubes de un cómodo e indiscutido triunfo electoral un camino alfombrado para gobernar hasta el lejano momento de su muerte, no ha conocido una sola victoria. Cuanto ha emprendido le ha salido mal. Hasta con su familia. Sólo le ha acompañado el precio del petróleo, que insiste en remontar todas las expectativas y le pone a sus pies cuanto dinero precise para hacer algo perdurable y duradero, capaz de trocarse en estatuas y placas recordatorias para ese momento final que tanto se aproxima. Parece, sin embargo, una maldición: el destino lo sitúa en el centro de un inagotable desierto de oro puro sin una gota de agua a la mano para saciar la modesta sed de un peregrino. Ni un poquito de sombra. Lo tiene todo. Y no tiene nada.
Mañana, jueves 14 de mayo de 2008, las nubes comenzarán a descargar su diluvio. Como por arte de encantamiento le caerá en la cabeza sólo a él y sus aliados. Los rayos y centellas lo desnudarán como un presidente forajido, irresponsable, mafioso y terrorista. INTERPOL demostrará con pruebas irrefutables que Hugo Chávez, en el colmo del abuso y la inconsciencia, ha defecado sobre todas las instituciones, normas y convenios internacionales. Incluida su propia constitución, cortada a su medida por los sastrecitos de la irresponsabilidad colectiva que montaran la constituyente del 99. Y dejarán a la intemperie sus tratos con el más inclemente y desalmado grupo terrorista del mundo, muchísimo más dañino y peligroso que Al Qaeda: las narcoguerrillas de las FARC. Llegó incluso al más grave acto de traición a la patria que un presidente de Venezuela pudiera cometer en toda su historia: hacerse cómplice del asesinato de cinco guardias nacionales, sólo con el propósito de encubrir a las FARC. Prefirió su alianza con las narcoguerrillas que su alto deber de general en Jefe de sus propias fuerzas armadas.
Casi todo lo que las computadoras –legitimadas por un ente absolutamente transparente y reconocido internacionalmente, la INTERPOL – pudieran hacer público, notorio y comunicacional, los demócratas venezolanos lo hemos sabido desde el primer momento. Y lo hemos denunciado con cuanta prueba era necesario. Lula, Kirchner, Bachelet, Vásquez, Calderón y todos los restantes presidentes de la región, con la honrosa y magnífica excepción de Álvaro Uribe, se han negado sistemáticamente a reconocerlo. Amparado por José Miguel Insulza, Chávez ha podido seguir cometiendo sus crímenes sin recibir ni la más mínima recriminación de sus pares latinoamericanos. Que han estado perfectamente enterados de sus andanzas. Se han vendido al mejor postor. Por un puñado de dólares han traicionado sus altas investiduras y su compromiso con la historia.
No lo olvidaremos.