¿Por qué no anda en bicicleta?
Confieso que poco oigo a Chávez. Ni de broma me calo su programa o las cadenas en las que habla por horas, mientras sus ministros se retuercen la vejiga para no mojarse los pantalones. (Hasta ahora, por cierto, el gremio médico –que se ha prodigado en diagnósticos psiquiátricos- no ha acertado sobre esa capacidad de aguante que tiene el caudillo sabanetero).
Quienes nos hemos prometido no atender sus discursos en vivo, lo hacemos porque contamos con quienes deben hacerlo gracias a sus obligaciones laborales. Periodistas y cronistas nos entregan resúmenes de sus interminables peroratas y nos subrayan las últimas “boutades” que llegan a constituir los titulares de la prensa diaria. Ellos se sacrifican por nosotros, la inmensa mayoría de los venezolanos que por diversas razones ya no oímos ni vemos a Chávez en su repetida apropiación indebida de las señales de TV y radio.
Es innecesario estar atento a cuanta anécdota y kilométrica digresión se le ocurre al incontinente teniente coronel. Si su negativa de ir al urinario por horas y horas asombra, también deja perplejo al público su garrulería. Ante esta incontinencia no hay pañal que valga.
No es necesario ese autocastigo porque otros lo hacen y nos muestran en Internet al instante o con minutos de diferencia en la radio y la TV o al día siguiente en los periódicos, lo más importante que dijo el jefe de la revolución bonita, mientras mantuvo incomunicado a todo el país.
Pero como tales confiscaciones no responden a un horario preestablecido, siempre agarro alguna de sus parrafadas. Casi siempre es en el carro, cuando enciendo el radio. Y allí aparece él, organizando un mundo fantasioso, donde su palabra es la ley, como dice la ranchera.
También sucede que lo poco que oigo corresponde a lo peor que ha dicho en esa oportunidad. O a lo más “noticioso” porque es lo más inaudito, lo más lejano a lo que debe expresar el guardián de la Constución y las leyes. O la mentira más evidente. O la más pintoresca ruptura del protocolo (como cuando saludaba, en medio de su mensaje, a los presidentes vecinos en su toma de posesión). O hasta algún requiebre de admiración por la estampa de uno de sus más fieles y reiterados ministros.
En la última ocasión que pude escucharlo, Chávez vociferó contra los directivos de las desguasadas empresas básicas de Guayana. Cómo será la situación de algunas de estas empresas que, según ya han dicho algunos estudiosos, saldrían baratas si el Estado las regalara. Así, así es que administra el chavismo.
Chávez decía que los gerentes no deberían despilfarrar en automóviles ni en aviones los dineros de todos los venezolanos, que -si era posible- anduvieran en bicicleta. Y después de una pausa agregó: “Yo el primero”.
¿El primero en qué? ¿En austeridad? Si sólo con la cambiadera de nombres de los organismos oficiales (empezando por la República) que ha decretado desde la aprobación de la Constitución de 1999 se han botado millones de dólares. A eso se suman los regalos a Cuba, Ecuador, Bolivia, Argentina, Zimbabwe, Bielorrusia, Inglaterra y al mismísimo imperio, EE.UU. (éstos dos últimos han sido beneficiados con combustible barato, gracias al dadivoso gran locutor criollo); la adquisición superflua de la Electricidad de Caracas y la CANTV; la compra de armas para entretenimiento de militares que no combaten la guerrilla colombiana ni protegen las fronteras; la multiplicación de oficinas y ministerios; el gasto publicitario dentro y fuera del país; el monto inédito de las comisiones que logra multiplicar el costo de las obras públicas, etc.
Chávez amenazaba, entonces, con dejar estacionado su Airbus y recorrer el país en bicicleta, como cuando vendía los dulces de su abuela en Sabaneta. De verdad que no sería mala idea. Eso si constituiría un buen ejemplo para sus funcionarios, esos que compran costosas casas y no contentos con su inversión mil millonaria luego gastan otro tanto en reformarlas.
A menos que Chávez esté en plan profético anunciando lo que pasará en Venezuela de seguir las recetas revolucionarias para destruir del todo la economía, lo de la bicicleta no será otra mentira más. En Cuba la usan los que no están enchufados en altos cargos. No los Castro, por supuesto. El socialismo no llega a tanto. A lo mejor los que si montarán bicicleta serán los recién defenestrados Carlos Lage y Pérez Roque.
En realidad, Chávez no tendrá que montar bicicleta porque ya juró, como aquella famosa secretaria privada de la Cuarta República, que no volvería a ser pobre “más nunca”.