Opinión Nacional

¿Por qué Maduro arrugó en el debate contra la corrupción?

Pudo ser por presiones de Diosdado Cabello, de Rafael Ramírez, de los militares, del PSUV, de los cubanos, o del conjunto de individualidades e instituciones que tienen cuentas que rendir por la dilapidación de los ingentes recursos que percibió el país en los últimos 14 años y que, al parecer, desaparecieron sin dejar rastros.

Dirigidos, es cierto, a la implementación de un sistema económico y político que es absolutamente inviable y “minuciosamente improductivo” (Carlos Alberto Montaner dixit) y que opera como una implacable molienda donde se destruye todo y no se produce nada, pero también atrapados en las fauces de cientos de miles de corruptos para quienes la “liberación de los pobres” y la “salvación de la humanidad” se convirtieron en el gran negocio de sus vidas.

De modo que, si de buscar las causas de la corrupción se trata y de saber quiénes son y dónde están los corruptos, Maduro, no tendría por qué perderse en propuestas fallidas, ni en disparos a blancos absolutamente equivocados, ya que, con solo mirar a su alrededor tiene las respuestas y en las leyes vigentes las soluciones para poner fin a una peste que, no solo abortó al llamado “Socialismo del Siglo XXI”, sino que amenaza con fragmentar y vandalizar lo que queda de la República.

A menos que Maduro, muy en el estilo de los regímenes populistas y socialistas crepusculares y tardíos, haya asumido sin empachos la argucia de usar el tema de la corrupción como otra herramienta de lucha contra la oposición, mientras el modelo que la genera como arroz permanece intacto y los gangs y mafias que se engulleron en 4 años (los del ciclo alcista de los precios del crudo) la bicoca de DOS BILLONES Y MEDIO DE DÓLARES siguen tan activos e impunes como el primer día.

Circunstancia ante la cual, el gobierno de Maduro también tendría los días contados, ya que por la vía de mantener una utopía tan irrealizable, como patética, y/o de proteger a los gangs y mafias oficiales que aspiran a transformarse en una las claques más opulentas del planeta, pagará la factura de no hablar en serio, ni fumigar al corrosivo de políticas erradas y de ladrones impunes que ya nos tienen con el desabastecimiento y la inflación más alta del continente y del mundo occidental… después de Cuba.

Es el dilema que envuelve de manera inescapable al principal “beneficiario” de la herencia de un gobierno fuerte, que, además, por sus delirios socialistoides y populistas auspició que los validos del caudillo, y la burocracia gubernamental que armó y avaló, le entraran a saco a los dineros públicos, creando auténticas islas, segmentos o fracciones de poder, que al operar como gangs o mafias se mantuvieron unidas mientras la voz del amo llamó al orden, pero que una vez desaparecida, deja una fragmentación que solo se resuelve cuando una de las facciones, o una alianza de ellas, se impone a las otras.

El ejemplo de la Rusia postsoviética, y de cómo el país no evolucionó hacia el establecimiento de la democracia y la economía abierta a nombre de las cuales se derrocó el comunismo, sino a un régimen autoritario de gangs y mafias cuyo “capo di tuti” es el exagente de la KGB, Vladimir Putin, no puede ser más paradigmático.

Y a tomar en cuenta por Maduro, si su bandera de lucha contra la corrupción no es otra estratagema para asfixiar a la oposición (según se reveló en el caso de Richard Mardo y ahora el de Oscar López) sino la decisión cierta de enfrentar a los gangs o mafias oficiales, escandalosamente enriquecidas, con posiciones claves en el poder, y decididas a llegar a donde sea si sienten que el sucesor, lejos de convertirse en su aliado, les está latiendo en la cueva.

Caso en el cual veremos al gang Cabello, partiendo un confite con el de Rafael Ramírez, y a los “chicos del Ejército” arrimando sus tanques y cañones, y a los hombres de Rangel Gómez, Adán Chávez, y Castro Soteldo haciendo fintas para poner en su sitio a este usurpador que se inventó una sucesión que era obra de la conspiración de un gobierno extranjero: el de los hermanos Fidel y Raúl Castro de Cuba.

Fernando Mires, el filósofo de la historia chileno que ha tomado con tanta pasión el análisis de los asuntos internos de la Venezuela de hoy día, nos dejó en un texto reciente sobre la “era postchavista” unas reflexiones, que pienso, son de inexcusable lectura si queremos orientarnos en el aparente caos los enfrentamientos in y ex gobierno.

Se titula “Populismo y Gansterismo” y comparto con ustedes algunas de sus ideas:

“Todos los medios de lucha están en Venezuela permitidos para el gobierno, y ninguno para la oposición” escribe Mires. “Eso quiere decir que bajo Maduro la política ha vuelto a su condición primaria: a la del imperio de la fuerza bruta. Y no lo digo solamente por la emboscada hecha a los diputados de la oposición en el parlamento, cuando fueron salvajemente golpeados por matones del oficialismo, ante la risa siniestra del jefe: Diosdado Cabello. Las fotos han dado la vuelta al mundo. Pero esa, en toda su brutalidad, no fue más que una leve muestra del gangsterismo político imperante, o si se prefiere, una de sus tantas consecuencias”.

Y más adelante: “No será por supuesto en estas líneas donde se analizará el fenómeno de descenso del populismo. Sólo será destacada una sus características y es la siguiente: cuando el populismo entra a su fase de declive asoman con nitidez rasgos delictivos, que siendo consustanciales al fenómeno, se convierten en dominantes. O dicho en tesis: El gangsterismo político es signo de que el populismo ha entrado a su fase terminal la que, como ocurre con algunas enfermedades agónicas, también podría ser duradera”.

Y finalmente: “Nótese que hablamos de gangsterismo político y no de gangsterismo a secas. A diferencias del segundo que es una actividad delictiva y organizada destinada a apropiarse de bienes y dinero por medios coercitivos, el gangsterismo político tiene como objetivo el -valga la redundancia- “el apoderamiento del poder” por parte de diferentes bandas (gangs), aunque también mediante la recurrencia a medios ilícitos. Es precisamente lo que estamos observando en la Venezuela de Nicolás Maduro, lugar en donde los desacatos a la Constitución de parte del gobierno ya no son la excepción sino la regla”.

En otras palabras: que una aproximación, tan inquietante, como perturbadora, a la ambibuedad y complejidad en que se desovilla la vida política venezolana de estos días, así como a la certeza de que, es imposible que las mayorías nacionales no reaccionen el 8 de diciembre próximo continuando la zaga de avanzar en el camino de ponerle fin a un sistema de gobierno que se engulló el futuro de incontables generaciones de venezolanos a nombre de simplezas, que ya no son tema, ni siquiera de películas de comiquitas.

Lo otro es cruzarse de brazos ante un país escindido, cuarteado por recurrentes enfrentamientos e irrefrenables golpes de Estado, donde los gangs y las mafias que se caen a dentelladas por el poder se desgarran, pero no al extremo de exterminarse, sino de mantener una frágil estabilidad que nos transformen en otra Somalia o enclave de Nagorno-Karabaj.

 

 

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