Por qué Chávez rompió con las FARC
No parecían cosas de Chávez, pero lo dijo por todo el cañón: la guerrilla y las FARC pasaron de moda en América latina y el mundo, y si a la primera le toca desaparecer como forma de lucha, a la segunda no le queda otro camino que disolverse y empezar a transitar las vías legales, electorales y democráticas.
Confesión, tanto más sorprendente, cuanto que venía del mismo “revolucionario” que en diciembre pasado había pedido el status de beligerancia para la organización guerrillera, que habló de reunirse con Marulanda para discutir las nuevas fronteras del subcontinente, y a principios de marzo guardó un minuto de silencio en honor del comandante, Raúl Reyes, muerto en territorio ecuatoriano durante un ataque del Ejército neogranadino.
Pero hubo más, mucho más: Chávez se involucró abusivamente en la política interna de Colombia al instalar en la cancillería venezolana y el palacio de Miraflores a miembros del secretariado de las FARC como el jefe de Bloque del Noroeste, Iván Márquez, convertir a la senadora Piedad Córdoba en una portavoz oficial de su gobierno en las negociaciones para el logro de un canje humanitario y auspiciar un intenso tráfico para que guerrilleros, agentes de inteligencia y representante de las FARC no hicieran distinciones entre el territorio nacional y el del vecino país.
Recordemos que hubo un momento en que llegó tan lejos en esta dirección, que el propio presidente Uribe le recriminó públicamente que se comunicaba, o intentaba comunicarse, vía celular, con los generales, Freddy Padilla y Mario Montoya, comandante de las Fuerzas Militares el primero, y comandante del Ejército el segundo, “para alebrestarlos”.
“Venezuela limita al suroeste y al noroeste, no con el estado colombiano, sino con las fuerzas insurgentes de Colombia, que tienen otro Estado, que tienen leyes propias, que las aplican y las hacen cumplir”, dijo el 4 de febrero pasado con motivo del 16 aniversario de la intentona golpista que dio inicio a su carrera política y, conteste con ello, proclamó su voluntad de establecer una alianza política y militar con las fuerzas que comandaba Marulanda con miras a derrocar al gobierno del antioqueño, expulsar a los imperialistas yanquis de Colombia, y llevar a cabo una revolución socialista siglo XXI que condujera, a su vez, a la restauración de la Gran Colombia,
Delirio que alcanzó el paroxismo cuando, muerto, Raúl Reyes, en la frontera colombo-ecuatoriana, Chávez y su aliado de aquel momento, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, acusaron a Uribe de violar la soberanía de ese país, lo denunciaron ante la OEA con miras condenar su gobierno y expresaron su decisión de remover cielo y tierra si no se les ofrecían “satisfacciones”.
Y para revelar que no hablaba en broma, Chávez, ordenó que hasta 10 batallones del ejercito venezolano se movilizaran hacia la frontera en previsión, tanto de que Venezuela pudiera ser objeto de un ataque similar, como que de la escalada de insultos, denuncias, ataques y agresiones se pasara a un rompimiento de hostilidades.
Las preguntas son: ¿Qué ocurrió para que a 6 meses de iniciada la crisis -y mientras parecía difícil una solución definitiva y se alejaba la perspectiva de una normalización de relaciones-, el revolucionario bolivariano cruzara la raya y sostuviera urbi et orbi que la guerrilla ya no es viable y que las FARC deben disolverse para integrarse a la vida democrática, electoral y civil?
¿Qué lo llevó a concluir en forma tardía, pero concluir al fin -y después de comprometerse en el apoyo a una organización terrorista acusada de crímenes contra la humanidad, y con la cual planeó derrocar al gobierno de Uribe, expulsar al imperialismo de Colombia, construir el socialismo y restaurar la Gran Colombia- que se trataba de una alianza poco menos que inútil, costosa y en dirección contraria a la revolución colombiana y venezolana, sin futuro, y por tanto, condenada a ser derrotada o extinguirse?
¿Fue Chávez engañado por las FARC, lo manipuló y trasquiló a cambio de nada, lo trajinó a sus anchas en el tema de la liberación de los rehenes que Chávez tanto necesitaba para ampliar su influencia en el continente, aspirar al Premio Nóbel de la Paz y demostrar que pasaba a ser un factor indesechable en la solución de los grandes problemas continentales y mundiales?
¿Se le ocultó información en lo relativo a la verdadera situación política y militar de las FARC, y que, no era solo que no podía plantearse objetivos para la toma del poder, sino que estaba a punto de sufrir traumáticas y demoledoras derrotas?
Incógnitas, más que preguntas, que no se resolverán desde un solo ángulo, y que necesitan más tiempo y nuevos datos para permitirnos salir del laberinto de las relaciones Chávez-Uribe primero, y de las relaciones Chávez-Marulanda después.
Y que en muchos sentidos se condicionan, pues sin Chávez es posible que el fin de la tragedia colombiana se hubiera retardado, sin Marulanda lo más seguro es que Uribe no hubiera sido electo para un segundo período, y sin Uribe, Marulanda no estaría muerto, ni Chávez experimentando una reducción dramática de su influencia internacional y el riesgo de verla reducida aun más en el ámbito venezolano, por cuanto se da por descontado que perderá las elecciones para alcaldes y gobernadores de noviembre próximo.
Lo cierto, sin embargo, es que el primer retroceso de Chávez fue durante la XX Asamblea del Grupo de Río en Santo Domingo, República Dominicana, cuando el presidente, Leonel Fernández, propuso una resolución para que los países en conflicto, Venezuela, Ecuador y Colombia, iniciaran conversaciones para liquidar sus diferencias y volvieran a las relaciones normales de siempre.
Y el primero en acoger, celebrar y firmar la resolución fue, Chávez, quien, aparte de correr a abrazarse con Uribe, pasó a convertirse en un campeón del esfuerzo para que el subcontinente regresara a la agenda política y económica de rutina.
Exaltación que, cómo se produjo en circunstancias en que Uribe estaba amenazando con denunciar a Chávez en la Corte Penal Internacional por “complicidad con un grupo terrorista”, en tanto se daban a conocer los archivos encontrados en el computador de Raúl Reyes, dio lugar a la especie de que el cambiazo del líder bolivariano vino por la vía de ganarse a Uribe para que suspendiera la acusación y congelara lo relativo a la publicación de unos documentos que ponían en evidencia sus planes últimos y estratégicos con relación a Venezuela. Colombia, los Estados Unidos, la revolución y el continente.
Una hipótesis que se vio desmentida por el hecho de que, si bien Uribe retiró la acusación del Tribunal de La Haya, ha continuado publicando los archivos, y sin que Chávez lo haya tomado como pretexto para romper y reenfrentar a su par colombiano.
Pero lo más significativo, es que el tema de las computadoras, no ha restringido a Chávez en su reacercamiento a Uribe y su distanciamiento de las FARC, como acaba de revelarse con el consejo a favor de la disolución de la organización guerrillera y el anuncio de que los presidentes se reunirán a más tardar en julio próximo.
Todo lo cual obliga a pensar que fueron otras las causas del cambiazo y que las mismas podrían encontrarse en el convencimiento de Chávez de que las FARC no tienen vida mientras Uribe esté en el poder, de que en efecto las está derrotando, que han perdido toda capacidad operativa e importancia estratégica y lo que queda es ayudarlas a bien morir.
Para corroborarlo, lo que sucedió durante los meses en que Chávez decidió apostar con todo a la guerrilla, pero sin que pudiera evitar la muerte de 5 de sus más importantes comandantes( Raúl Reyes, el Negro Acacio, Iván Ríos, Martín Caballero y Jota Jota), la prisión o deserción de otros tantos de sus jefes como la comandante Karina y Martín Sombra y la presión y hostigamiento del ejército contra algunos frente que harán inevitable la caída de Alfonso Cano, Grannobles y el Mono Jojoy en cuestión de meses, si no de semanas.
De modo que el momento no estaría indicando sino que sonó la hora de acercarse y apoyar a la izquierda civilista, democrática y electoral colombiana, la que se agrupa en el Polo Democrático Alternativo que encabezan líderes como el alcalde mayor de Bogotá, Samuel Moreno Rojas, el exalcalde, Luís Eduardo Garzón, el excandidato presidencial, Carlos Gaviria Díaz, los parlamentarios Gustavo Petro y Germán Reyes, y el gobernador Antonio Navarro Wolf, que se confiesan chavistas por cuanto dicen que el venezolano abrió el camino para que la izquierda tomara democráticamente el poder y se preparan a luchar en las próximas elecciones para cerrar el paso al continuismo de Uribe.
Y que antes de Chávez la semana pasada, dicen que los tiempos de las FARC ya pasaron, que obstaculizan el ascenso al poder de la auténtica izquierda colombiana, y deben, por tanto, disolverse, civilizarse y convertirse en un partido político.
De modo que, al alejarse de las FARC, no es que Chávez está renunciando a involucrarse en los asuntos internos de Colombia, sino que se dispone a hacerlo con otros pretextos, otras acciones y otros aliados.
Mientras tanto, encuentra tiempo para empeñarse en una nueva guerra interna, nacional: la de derrotar a la oposición en las elecciones de noviembre.
Ojalá este sea su última derrota antes de abandonar el poder.