Por la memoria de la tribu
ES NECESARIO INSISTIR en el debate sobre la libertad de expresión, pues en ella descansa el rostro del futuro humano. Y vivimos tiempos obsesivos. Las civilizaciones pasan por un trance que es el de escoger entre la dictadura y la democracia. En Venezuela también es así, aunque a los observadores internacionales no les parezca. A nosotros sí. La abstención es una prueba.
Sobre esta coyuntura se yuxtaponen dos dimensiones. La primera de carácter global. Tendencia aparente de la metamorfosis de nuestra época, la globalización ha marcado una pauta. En lo que toca a la labor del científico social se ha puesto en evidencia que los estándares explicativos de la realidad han dejado de tener, sino razón de ser, al menos sí capacidad comprensiva. Objeto y método de estudio ya no son los mismos. Las estructuras teóricas, endebles por naturaleza, se han vuelto impertinentes. La realidad corre a su antojo y nosotros como viejos detrás de muchacho chiquito. Sin brújula de pertinencia.
A ESCALA GLOBAL, a la caída del muro de Berlín se ha impuesto el muro del terror como producto de un ancho mar de incomprensiones no exclusivamente entre civilizaciones sino también, y sobre todo, dentro de las fronteras nacionales. En lo interno, caída de sistemas políticos «históricos», crisis económicas, culturales. Laberinto mundial y nacional, que al conjugarse han producido un fenómeno de vértigo social dentro del cual no ha quedado indemne nadie y menos aún los medios de comunicación.
Uno de los elementos que destacan en tal proceso de conflictividad creciente es el del papel de la ética, su crisis, su capacidad de adaptación, a veces perniciosa, a veces positiva, a las nuevas circunstancias para, aunque parezca contradictorio, reformarlas. La ética es el mar de fondo en el cual se sostiene toda estética. En la ética deberían descansar las decisiones. Pero, ¿en cuál?
SER Y DEBER ser se acercan, se alejan, en un juego de sombras y luces. Es ella una relación difícil y tensa, pero de necesidad compartida. Además otro aspecto: el medio es lugar delicado. Mitad entre partes, centro, puente, vínculo. Más aun cuando ese medio no es neutral, no es árbitro, es parte y comparte. Con intereses en juego, no exclusivamente económicos, estigmatizado por el otro, exigido por la sociedad, por el Estado, satanizado o consentido por jugar un papel determinado frente a eventos de la vida social. Se le exige, en la inseguridad e inmadurez de las partes, jugar papel de padre y madre, de vigilia, de una sociedad huérfana y de un Estado que pretende ir más allá de donde debe. Esponja que debió ser de la conflictividad social, se convirtió, arguyen, en punta de lanza de unos contra otros, por defender intereses particulares por encima de su misión, vo cación y responsabilidad, sociales todas.
Porque a mayor crisis más se necesita y persigue al medio de comunicación y al comunicador, en el juego de una doble moral. Por un lado te necesito y uso, mas por el otro te conde no. ¿Será que sociedades huérfanas, como la nuestra, mantienen esa relación con sus medios de comunicación, o es un fenómeno mundial?
Por supuesto que en esas condiciones de inestabilidad que hemos adelantado, se produce una reacción del Estado y su aparato jurídico frente a la sociedad representada por los medios de comunicación que ocuparon el lugar que dejaron vacante los partidos políticos. Mayor volumen y «calidad» de las limitantes jurídicas e institucionales para ejercer la libertad; la de expresión la más significativa. Un oscurantismo parcelario comienza a ser ejecutado para mantener un estado de cosas, un status político determinado bajo la justificación de la defensa de principios como los derechos humanos, la soberanía nacional, la paz social y el entendimiento ciudadano. Mentiras para ocultar la verdad.
EN MATERIA DE LEGISLACION sobre la libertad de expresión, ejercicio del periodismo, medios de comunicación, en Venezuela es mucho lo que se ha hecho pero todavía más lo que debemos hacer. Somos signatarios de las más importantes declaraciones y manifestaciones que en los escenarios internacionales se han producido. En lo interno tenemos en cantidad excelentes esfuerzos por crear redes de deberes y derechos que incidan en la convivencia pacífica de los ciudadanos, en la que los medios, como se ha visto, juegan un papel estelar. En lo que concierne a la esfera gremial, se han realizado igualmente significativos aportes por construir, más allá del papel, una conducta colectiva e individual del periodista, del comunicador social con conciencia gremial, social y política.
Pero más allá de esto hay una tarea pendiente y es que el país debe ser reconstruido. Así de trágico y de expectante. ¿Por dónde comenzar? Pues imagino que por el lenguaje. Para entendernos entre nosotros mismos y adquirir el rango de ciudadanos venezolanos, que somos hoy a traspiés.
Los «medios» tienen una responsabilidad más que social, vital, en esta empresa colectiva que durará toda la vida. Es un destino sin evasión posible y así hay que asumirlo, con madurez y creatividad casi infantil. Madurez que es una forma del tiempo para ganar perdiendo. Avanzar construyendo memoria que no es sino vida pasada para el provecho y la sublimación.
EL TRABAJO QUE VIENE es de titanes con mayúscula. Y no hay que perder la fe. El desencanto no es un buen consejero. En todo caso es más allá de nosotros mismos. Más allá de cualquier proceso electoral. Por el país y por su gente es que debemos luchar. Por lo que fuimos y seremos. Por lo que somos a pesar. Y «medio» no es miedo. No es rincón, no es orilla. Por la memoria de la tribu.
El poder de la democracia habita en sus palabras: en tenerlas; en saber decirlas; en decir las que podemos; en leerlas con ganas; en luchar por ellas; en inventar las que faltan; en lograrlas; en escribirlas; en soñar que las escribimos; en escribir que las soñamos.