Opinión Nacional

¿Por dónde empezar?

Los oráculos hablan. Lo hacen con autoridad desde los editoriales que han saltado a las primeras páginas; La nueva ubicación denota la emergencia. Las reflexiones, por fuerza, son apresuradas y muchas de ellas son corregidas al día siguiente. Apenas se digieren los hechos y las medidas que toman los poderosos de la tierra. Los periódicos que leo durante estas cortas vacaciones hablan en todas las lenguas europeas de una crisis que no ha aterrizado todavía en las mesas de los bistrot parisinos, ni en la Vía Condotti de Roma, donde la afluencia de damas y señores elegantes continúa dificultando el tráfico peatonal a la entrada de Gucci y de Ferragamo. Y menciono solamente a estos dos emblemas del lujo universal, vecinas a Trussardi, Bulgari o Valentino, para poner un ejemplo de cómo no ha hecho mella todavía, en el ánimo de la gente con recursos para los bienes suntuarios, el resquebrajamiento de los santuarios financieros y bolsísticos.

En las calles de Londres, Florencia y París no pasa nada. Anoche, mi vecino de mesa en un restaurante griego al final de la Rue Mouftard, con menús dibujados por Georges Moustaki (desconfío que es uno de los socios propietarios), me reveló su preocupación social. –No hemos visto una sola reacción popular, ni sindical, ni partidista-, apuntaba el sesudo historiador especializado en Walter Benjamin. Es verdad. No hay ninguna reacción de la gente de la calle. Es como si todo debiera quedar en manos de los ministros de finanzas y de los resultados trascendentes de las cumbres políticas. En medio de tanto estupor –solo a eso puede atribuirse la supuesta indiferencia de la sociedad civil- el «Corriere de la Sera», de célebre prestigio periodístico, se aventuraba a colocar una inusual crónica social en su segunda página y nos contaba, en tres diversos reportajes, cuestiones mundanas que en otro momento de la historia solo serían una crónica de costumbres, pero que ahora cobra tintes de escándalo y lo menos, denuncia una peligrosa insensibilidad.

El cotidiano de Milán, fundado en 1876, detallaba varios encuentros de trabajo de los líderes de grandes firmas con problemas de liquidez gravísimos en estos momentos. Los pormenores incluían menús de quinientos dólares por persona (Estamos en plena temporada de trufas), sin incluir los buenos caldos tintos y blancos y la infaltable champagne para los brindis. Las reuniones de trabajo y etiqueta, programadas antes del rompeaguas que representa esta crisis sin precedentes, no se han suspendido por «cuestiones de apretada agenda», aunque costaran –siempre el dicho del «Corriere de la Sera»- hasta tres cuartos del millón de dólares y tuvieran como telón de fondo paisajes excelsos como los del lago de «Como» en este suave otoño de bucólicas hojas doradas.

Cuento las cosas al costo. No añado nada más que la triste impresión de mi propia boca abierta ante tanto pragmatismo o tanta esperanza en remontar la histórica caída de manera fácil y rápida. Este tipo de cosas han llevado también a una suerte de reflexión filosófica sobre el destino final del capitalismo tal como lo conocemos hasta ahora. Surgen en el actual debate las previsiones más discordantes y todas ellas coinciden en lo mismo: el advenimiento de un modelo de capitalismo absolutamente diverso, pero acentuado en el esquema neoliberal, como hasta ahora, valga la paradoja.

En el fondo, podríamos depararnos con el apego a la sabia máxima del Gatopardo, célebre por el desfachatado reconocimiento del maquillaje de los cambios radicales realizados para la plena permanencia.

A lo anterior se agrega el aspecto coincidente de que la hora de China ha llegado de manera rotunda y con ello, el surgimiento de nuevos contrapesos mundiales a largo plazo. Finalmente, ninguno de los gurús de la economía mundial se arriesga a emitir opiniones definitivas.

Incluso, Paul Krugman, el flamante premio Nobel de economía, detractor de la desregulación y enemigo de las políticas conservadoras del presidente Bush (Pese a haber simpatizado y colaborado con la administración Reagan), esbozando una sonrisa ha dicho, palabras más, palabras menos, -Se los dije- enfatizando en el comportamiento imperfecto de los mercados como causantes de la crisis mundial. Una perla de eufemismo para no hablar del desorden solapado de una bola de billar que sigue trazando carambolas imprevisibles…

NOTA: en el tintero dejo temas más constructivos y optimistas que prometo tratar para mostrar el otro lado de la moneda –nunca mejor dicho- en estos momentos de honda preocupación y expectativa.

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