Por ahora
El oficialismo no se lo esperaba: la nomenclatura estaba convencida de que Capriles objetaría los resultados y de que se enredaría en un calvario que le llevaría inexorablemente al descrédito. El gobierno sólo se había preparado para eso. Como lo ha hecho durante años, pensaron que el reclamo derivaría en protesta y en que ésta favorecería un escenario semejante al de Bahía de Cochinos… Por eso, es preciso poner las cosas en su lugar: la enfermedad del presidente -una inquietud presente durante los seis meses del torneo electoral- ha desempolvado ese viejo afán violentista, en el que la experiencia cubana representa un modelo para la Venezuela bolivariana. La actuación de Capriles la noche del 7-O, en consecuencia, fue estrictamente correcta y no caben las sospechas.
Lo que estuvo y sigue en juego es muy grueso. La «sucesión» democrática contemplada en la Carta Magna resultaría mucho más embarazosa que otra originada en un evento tortuoso, cuyo desarrollo hubiera precipitado decisiones, destinadas a garantizarle vida a una revolución sin Chávez a la cabeza: por ejemplo, una enmienda constitucional, o cualquier otra iniciativa rocambolesca, acomodada a la sazón de un zaperoco, estimulado para imponer una «solución sobrevenida» ante la eventualidad de una ausencia absoluta del comandante.
Pero los estrategas bolivarianos no contaban con la decidida y calculada reacción de su rival, a quien Chávez tuvo que felicitar, consciente de que su decoroso comportamiento despejó las dudas externas y obtuvo un inmediato reconocimiento internacional. Ante cualquier próximo episodio -vinculado siempre a la salud del presidente- no sobra la autoridad moral que hoy tapiza la figura de Capriles: en especial por el papel principalísimo que le correspondería ejercer, en el caso de que, en un plazo más bien corto, se produjera algún apremio grave provocado por la inescrutable enfermedad del jefe del Estado.
De cualquier modo, esa es la verdad: la salud del comandante mantuvo -y mantiene- todas las alarmas encendidas en las covachas del «proceso». Allí, puertas adentro, continúa el silencioso debate, en el cual ha terciado con sutileza un Capriles que tampoco parece dar puntada sin dedal. Quienes continúan subestimándolo -aun después de su descollante desempeño como contendor de Chávez- cometen un serio error: este David nuestro no está ni se siente derrotado. Desde el inicio de la campaña hasta el final de la faena electoral -que culminó en un impecable reconocimiento de su derrota- el candidato unitario fue una caja de sorpresas para los estrategas bolivarianos, quienes, asombrados, presenciaron un remake de aquel histórico «por ahora». «Hemos iniciado el camino… y sólo tengo 40 años».